El 60% de los niños hacen una vida sedentaria
La soledad en el hogar y el aburrimiento lanzan al menor a comer en exceso.
Normalmente asociamos la obesidad a la imagen o la belleza, obviando los graves problemas de salud y traumas psicológicos que pueden acarrear en un futuro no muy lejano. Niños que abandonan el parque con los amigos y los reemplazan por una videoconsola. Meriendas de pan con aceite que ahora se convierten en bollería extraída de una máquina.
Los hábitos de vida han cambiado y lo que hace veinticinco años era casi impensable, hoy se ha convertido en un problema de salud pública, como advierten los profesionales. Todo el personal sanitario muestra su preocupación por los datos que revela el informe Enkid, realizado en el año 2000, que cifra en un 30 % los niños afectados por obesidad y sobrepeso en España. Una realidad que no ha disminuido con el tiempo, sino que se ha estabilizado. Estos datos podrían constituir simples números sobre papel pero, detrás de ellos, puede haber historias de todo tipo. Por este motivo los nombres que aparecen en el reportaje son ficticios; para preservar la identidad de las personas que han contribuido con sus testimonios a poner voz al problema.
Jaime tiene 20 años y confiesa que ya ha superado su problema con los kilos. Reconoce que nunca fue un niño marginado en el colegio y que cuando tenía sobrepeso era más feliz. "Eres más inconsciente. Para mí el físico y la moda no suponían una limitación. Yo me vestía con lo que entraba en mi cuerpo y además comía lo que quería sin preocuparme", cuenta. En su grupo de amigos de toda la vida "la mayoría estaban gorditos", pero cuando llegó la adolescencia "comenzaron a apuntarse al gimnasio y a querer adelgazar para sentirse mejor y ligar con las chicas". Jaime llegó a pesar 130 kilos con una talla que apenas llegaba a 1,70 de altura. Un peso que además de provocarle problemas a nivel físico porque le costaba un gran esfuerzo hacer cualquier actividad, le ocasionó muchas visitas al psicólogo. "Él me ayudó a darme cuenta de que la comida me había originado un grave problema. Llegué a padecer obesidad mórbida", relata. Además, dice que para él, el almuerzo ya "se había convertido en un infierno" porque se sentía presionado. "No comía relajado, sino pensado todo el rato cuántas calorías me había metido".
Pero no es fácil dejar atrás hábitos alimentarios que hemos aprendido desde la infancia. Sobre todo, cuando hay que sustituir los bollos de crema y las pizzas por lechuga y filetes de pollo. De hecho, Jaime admite que hizo varios intentos hasta que llegó la ocasión definitiva, en la que adelgazó 60 kilos. "Las primeras veces fueron inútiles. Dejaba de comer dos semanas, pasaba mucha hambre y cuando ya no podía más, me hinchaba y recuperaba el doble de kilos que había dejado en esos días". Sus padres le ayudaron mucho. "Ellos me motivaron a hacer dieta". Cuando se planteó un régimen en serio, ya no quiso parar. "Al ver que resistí y que esa vez fui capaz de perder diez kilos en poco tiempo, la obsesión ya no era comer, sino dejar atrás, cuanto antes, todos los kilos que fueran posibles".
En el caso de Carmen, la historia es diferente. Ella ha luchado contra la obesidad desde que era una niña. "Los chicos de mi clase me insultaban", afirma. De todas formas, cuando era más pequeña, con seis años, no le daba tanta importancia a esos comentarios. Pero en su adolescencia todo cambió porque quería sentirse "guapa como las demás chicas", relata. Carmen afirma que pasaba "muchas horas sola en casa y comía por aburrimiento y ansiedad". La obesidad puede parecer un problema pasajero, pero no es fácil abandonar unos malos hábitos que pueden llegar a ser como una "droga" en la adolescencia.
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