De oficio, cazador de pelotas de golf

Paco y José han decidido sacar provecho de las bolas extraviadas en el campo de golf; las buscan hasta en el fondo de los lagos y luego las venden a los jugadores de Motril a cinco euros el paquete de diez

Rosa Fernández

18 de octubre 2009 - 01:00

Desde que el mundo existe, el hombre ha luchado para llevarse a la boca algo de comida. En tiempos de crisis, el ingenio se agudiza y se aprende a sacar provecho de las circunstancias adversas. Para un jugador de golf que una pelota se le caiga al lago es una desgracia, aunque mínima. Igual pasa cuando fallan los cálculos y salen disparadas fuera del campo (siempre que no se estrelle contra alguna persona, algo que puede ser más grave). La situación se arregla con volver a sacar otra del bolsillo. Sin embargo, este último se resiente porque los precios de los paquetes de bolas oscilan entre los 20 y los 50 euros, dependiendo de la calidad.

Paco y José lo saben y han decidido sacar partido de las bolas extraviadas. Algo que les agradecen sobremanera los jugadores. Estos últimos -si son habituales de Los Moriscos, de Motril- ya les conocen y les saludan. Hay días que les compran y otros que no. Pero saben que tienen la posibilidad de adquirir unas bolas que estarían de otra forma en el fondo de un lago, por ejemplo, sin posibilidad de continuar su 'carrera deportiva'.

Para recuperarlas, se ponen el traje de buzo y se sumergen en lagos y donde haga falta. Pero la mayor parte de la rebusca se realiza en los alrededores de las vallas o los caminos que hay entre las distintas zonas del campo, casi todos en el exterior. En definitiva, en cualquier lugar, en el que un jugador de golf no se metería o no perdería el tiempo en recuperarla.

"Cuando les decimos que las vendemos a 5 euros el paquete de 10, les hacen los ojos chiribitas", comenta Jorge Fernández, que asegura que, un día que le vaya bien puede sacar en apenas dos horas de venta 30 euros. Detrás queda, por supuesto, el tiempo empleado en la rebusca. Se va junto a su primo, Paco, a otros campos de Málaga y Granada, donde dicen que encuentran muchas más bolas que aquí. "Y, luego, las vendemos en nuestra tierra, ¿dónde mejor?", señala José. Son las 11 de la mañana y ahora dice que se irá a su casa a dar una vuelta con su niña, que también tiene derecho a disfrutar de un día de asueto.

Paco, a su lado, se está devorando un bocadillo de atún. Ofrece de manera campechana a quien se acerca a él. Tiene colocadas todas las bolitas en el suelo, en bolsas, bien presentadas y agrupadas por colores.

Ambos comentan que son muy respetuosos con las normas del campo y de la seguridad del mismo. Se colocan fuera del césped, en la zona de la entrada, donde les está permitido. Se suelen poner de manera estratégica, cerca del Hotel Robinson Playa Granada y también en las inmediaciones del Club Los Moriscos.

A veces llegan a vender hasta 4 o 5 personas a la vez y parece que no tienen problemas entre ellos.

La mayoría concibe esta actividad como una ayuda a otras ocupaciones, que también están en la línea de buscarse la vida en tiempos difíciles donde se puede.

Paco, por ejemplo, tiene una pequeña tienda en Motril de comestibles y productos de limpieza. Este trabajo lo complementa con la venta de pescado fresco y, a veces, se pone también en Playa Granada a vender bolas de golf y pescado a la vez. "Los extranjeros me compran las dos cosas", relata. Una escena, cuanto menos curiosa.

Distinto es el caso de José, vecino del Puerto, que lleva tan sólo un año y medio dedicándose a la venta de bolas de golf, desde que se quedó parado. Anteriormente trabajaba de oficial de segunda en la ferralla. De cobrar 1.800 euros al mes ha pasado a tan sólo disponer de 420 euros en concepto de ayuda familiar para su mujer y su niña de 4 años.

José se prepara para el próximo torneo, en el que prevé que todos van a hacer el agosto. "Habrá que venir cargado". Ese día espera venderlas todas. Ha habido competiciones en las que han sacado hasta 100 euros.

Jorge Vallecillos, uno de los más veteranos, que lleva haciendo esta actividad "desde antes de que pusieran las vallas del campo", es decir, casi una década, no tiene hijos que mantener, aunque sí echa una mano económicamente a su madre con los 30 o 40 euros que se saca al día con esta actividad. También es vecino del Puerto de Motril.

Se les puede encontrar de lunes a viernes, casi siempre por la mañana, desde las 9 de la mañana y hasta la una de la tarde. Su carácter afable y pacífico les ha hecho que gocen de la simpatía de todo el mundo en la zona en la que se mueven.

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