El tema de moros y cristianos en Granada resulta siempre recurrente por estas fechas cercanas al dos de enero y recordando lo que pasó en 1492. A partir de ahí fue difícil la convivencia cristiano-musulmana durante el siglo XVI.
Entre la historia y la leyenda se mueve este curioso personaje al que el pueblo llamaba Piquiñote. Lo encontramos en algunos relatos de autores del siglo XIX que se refieren al comentario que sobre él hace el Padre Velázquez Echeverría en su obra Paseos por Granada escrita en 1764, dos siglos después de cuando sucedieron aquellos levantamientos de los moriscos en la Granada recién conquistada (o reconquistada para el mundo cristiano). A este Echeverría hay que creerlo solo a medias. Los que somos aficionados a la Historia no nos fiamos demasiado, aunque no deja de ser una fuente.
Misterioso personaje es este Piquiñote que hoy se asoma a nuestra página y que describe meticulosamente Luis de Montes, uno de los colaboradores de la revista Alhambra. Dice que era alto, delgado, macilento, de frente ancha y despejada surcada de arrugas, de nariz aguileña y larga barba negra que bajaba en remolino hasta el pecho; mantenía sus ojos ligeramente inclinados al suelo y su boca descubría una doble hilera de dientes blanquísimos.
Parecía un ermitaño venido del desierto; vivía en una cueva del Sacromonte situada en el barranco de Puente Quebrada; vestía una saya de saco ceñida por una cuerda de esparto, se cubría con una capucha y se apoyaba en una vara larga a modo de báculo, pero mostraba un brazo fuerte que más parecía preparado para empuñar una espada que un bastón.
Así se le veía por las calles del Albaicín y por la Alhambra pidiendo limosna para su sustento y para los más necesitados, sobre todo para los cristianos. Se le conocía con el nombre de Padre Piquiñote o Padre Pañero. Respetado y temido, cuando alzaba la vista y fijaba sus ojos sobre alguien fruncía el entrecejo y provocaba una extraña y pavorosa sensación.
Cuentan que un día, mientras repartía limosnas entre los castellanos, se dirigió a los moriscos citándolos para que acudieran esa noche al Aljibe de la Lluvias. Allí, en el cerro de Santa Elena, consiguió reunir a más de doscientos a los que animó a levantarse contra los cristianos al grito de ¡muerte al infiel! ¡Viva Aben Humeya! Se descubrió entonces que el Padre Piquiñote era en realidad Mohamed ben Hagib, uno de los jefes de los sublevados que se hacía llamar "alguacil mayor del reino y Gobernador de Granada".
Fue un morisco converso el que dio el chivatazo al Marqués de Mondejar. Enseguida llegó a oídos del inquisidor Pedro de Deza, presidente de la Audiencia de Granada y gran perseguidor de los moriscos. El Padre Piquiñote fue apresado, decapitado y su cabeza expuesta públicamente junto a un pilar de ladrillo cerca del Puente del Genil, en una huerta que luego el Duque de Gor cedería para el levantamiento del Colegio de los Padres Escolapios. Allí iba la gente en peregrinación a ver el curioso y truculento espectáculo de la cabeza del morisco clavada en una pica en la que permaneció durante un par de siglos.
Dice el Padre Echeverría que el ajusticiamiento del tal Mohamed ben Hagib fue el primer acto de justicia que se verificó en Granada. Al fin y al cabo Piquiñote actuaba en defensa de una religión perseguida. También al cristiano Pablo de Tarsos le cortó la cabeza Nerón en Roma.
No ha desaparecido la costumbre de la doble personalidad bajo el disfraz; ya no se lleva el atuendo de ermitaño aunque abundan los piquiñotes de traje y corbata para ayudar a los suyos y aborrecer al prójimo; solo la Verdad camina sin barbas, ni hábitos, ni turbantes; vive desnuda, pero con la que está cayendo se muere de frío y por eso escasea.
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