¿Qué pasó en La Herradura? La respuesta está en el viento
DESDE hace algunos años todos los 19 de octubre me desplazo a La Herradura para ver el mar y recordar que allí, en aquella bahía, en 1562 naufragaron 25 galeras de la Armada Española y murieron casi cinco mil personas. Este es un hecho histórico que muchos españoles -incluso muchos granadinos- apenas conocen. Tengo apuntada esa fecha en la agenda de mis costumbres inveteradas y aprovecho el día para viajar a la costa granadina, donde tengo depositada la mitad de las sensaciones de mi vida en el banco de la existencia. Eso sí, a interés variable porque depende del estado de ánimo en el que me encuentre.
Casi siempre voy solo a esa cita anual conmigo mismo, pero esta vez pensé que podría acompañarme Harry. Cuando se lo propuse no puso reparo alguno, solo que le prometiera que nos íbamos a tomar un par de pintas en un chiringuito frente al mar con una tapa de migas con sardinas.
-Harry, las sardinas se comen en los meses sin 'erre'.
-Eso ser tonterías, yo comer sardinas muy ricas en octubre y noviembre.
-Está bien. Si hay sardinas, te invito a una ración de migas con sardinas.
-¡Oh! Migas con sardinas ser para mí poesía.
Hablando de poesía, el tema de conversación que tenemos mientras nos dirigimos a La Herradura es el que ha surgido en millones de conversaciones estos días: el de la concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan.
Yo le expongo al irlandés mi teoría de que Bob Dylan es magnífico y un cantante cuyas canciones han marcado a una generación, pero que no creo que se merezca ese premio que está dedicado a los verdaderos escritores.
-Pero Dylan ser poeta también. Escribir cientos de poemas -dice Harry, que no considera tan descabellada la decisión de la Academia Sueca.
-Hay muchos escritores que se han dejado la vida escribiendo y que se lo merecen más que él, que al fin y al cabo se ha pasado la vida cantando.
-Tu ser persona de miras estrechas. Dylan escribir buenas letras que luego cantar mucha gente. Leer también es oír. Ser ídolo de muchos jóvenes en los sesenta. Mío también.
Podríamos estar horas discutiendo sobre si se merece o no Bob Dylan ese premio, pero como no estoy por la labor le digo a Harry que de acuerdo, que ha sido acertada la decisión de la Academia sueca.
-Tú dar a mi razón como a locos.
-No Harry, los locos son los suecos, que han querido dar un golpe de efecto y se han encontrado con que el cantante no quiere saber nada del premio. Se ha hecho el sueco, como aquí se dice. Pues ahora que se jodan.
Harry me dice que no entiende la actitud de su ídolo de hacerse el sueco ante la noticia de su premio, pero que puede haber dos razones: o que rechaza el Nobel por no estar de acuerdo con estas distinciones como lo hizo Paul Sartre en 1964 o que es una estrategia que está utilizando para que se hable de su gesto, como hizo Woody Allen cuando rechazó el Oscar.
-Si él no recoger premio, la gente recordar más que si ir a recoger.
Pero no he ido hasta La Herradura para hablar del viento de Bob Dylan, sino del viento que acabó con 25 galeras españolas hace poco más de cuatro siglos y medio. Si sirve para algo la rememoración del pasado es para recordarte lo efímero del presente.
Cuando llegamos a La Herradura ya hemos consumido gran parte de la mañana. La neblina no desactiva la luminosidad del mar que, reposado, mantiene la calma de los días en los que no hay viento. Hace exactamente cuatrocientos cincuenta y cuatro años que la escena era muy diferente. El fuerte aire reinante aquel 19 de octubre de 1562 hizo naufragar a la flota española, que transportaba víveres y familiares de los soldados que se hallaban en Orán. Salió el 18 de octubre. Debido al mal tiempo y a que el puerto de Málaga se hallaba muy expuesto al oleaje del este, Mendoza ordenó que la flota se desplazara a La Herradura, donde hallaría resguardo. Las galeras llegaron remando a la bahía la mañana del día siguiente, pero una vez echadas las anclas al levante, se levantó fuerte viento del sudoeste, que empujó los barcos contra los riscos y contra la playa, haciendo chocar unas embarcaciones con otras.
-Fue un desastre Harry. Murieron casi cinco mil personas.
-¿Tantas?
-Sí. Al menos eso dice una investigación que ha hecho una profesora universitaria granadina. Date cuenta, Harry, que antes la gente no sabía nadar y que muchos de los marineros y tripulantes veían el agua como un elemento con el que no se llevaba muy bien.
-Ya. Pero ser muchas personas muertas para estar tan cerca de la orilla.
-Bueno, también muchos murieron por traumatismos. Las galeras chocaron unas contra otras y los golpes fueron tremendos. Aquello debió ser un infierno.
-Entre todos los registros de cara que tiene el irlandés, pone la de incrédulo cuando le digo que un suceso de tanta magnitud como ese no está ni registrado en los libros de Historia. Y le doy mi versión sobre ese silencio que siempre ha rodeado al naufragio de La Herradura.
-Creo que fue porque no hay casi nada escrito sobre él. Y no hay nada porque el propio Felipe II lo debió prohibir para que en la Corte los espías de los moros no se enteraran de que la flota española que resguardaba las acciones de los berberiscos contra las costas españolas había sido destruida por el viento. Ahora se han encontrado en el archivo de la Alhambra algunas cartas de personas que vivieron el naufragio.
-¿Quedar restos en el fondo de la bahía?
-Sí. Pero han pasado más de cuatro siglos y deben estar cubiertos por el lodo. Haría falta un trabajo de arqueología submarina, algo muy costoso para no encontrar nada de valor.
Conforme avanza la mañana el sol se va adueñando del ambiente. Harry me dice que la mejor manera de entender el mar es sentarse frente a él y preguntarle por sus misterios. "¿Cuántos mares debe surcar una blanca paloma, antes de dormir en la arena?", que canta Bob Dylan en su célebre canción Blowing in the wind. A nuestra contemplación se suma la de mi amigo Juan Manuel de Haro, que viene a saludarme y a contarme que este año los actos oficiales han tenido como protagonistas a los alumnos de un colegio que han ido en una catamarán hasta el lugar donde sucedió el naufragio.
-Allí han recibido una lección de historia y han echado flores en el mar. ¡Y han visto decenas de delfines! Vienen tan contentos -nos dice Juan Manuel.
A eso de las dos de la tarde el cuerpo empieza a pedir comida. Harry me pregunta dónde podemos comer sardinas. Yo me hago el sueco, como Dylan, y le contesto:
-La respuesta, amigo, está flotando en el viento.
-Lo que flotar en el viento es una torta que yo dar si tu seguir por ese camino.
Entrañable este Harry.
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