A pie por las calas de Menorca
Veranos en primera persona
Llegó a Menorca por primera vez de la mano de su mujer, Carmen, y desde entonces no han dejado de visitar la isla l Cada año recorre el litoral de la isla por los antiguos caminos.
LA verdad es que veranos de mi vida serían casi todos, me gusta mucho viajar y aprovecho estas fechas estivales para conocer el mayor número posible de rincones, pero si hay que elegir uno diré que tengo un recuerdo especial del verano de 1998. Era la primera vez que visitaba Menorca con mi mujer, Carmen. Nos habíamos conocido recientemente y era el primer verano que pasábamos en la isla. Ella había veraneado en Menorca desde que era niña y desde el año 98 también se convirtió para mí en un sitio especial, un refugio donde ir a desconectar, uno de los pocos paraísos que todavía quedan en el mundo.
El enclave me cautivó desde el primer momento porque reúne todas las virtudes del Mediterráneo (su cultura, historia, arte) y las aguas cristalinas del Caribe, eso sí, sin ser un lugar saturado en el que te tropiezas con todo el mundo. Es un destino en el que se respeta a todos los visitantes, en el que puedes estar tranquilo sin que nadie se meta en la vida de los demás. Fui por primera vez a Menorca en 1998 pero desde entonces hemos seguido yendo con bastante frecuencia, al menos siete o diez días al año. En los últimos diez años hemos podido visitar la isla al menos unas siete veces. Además, el viaje tiene para nosotros su ritual porque Carmen y yo nunca vamos a la isla en avión, sino en barco, lo que nos permite contemplar todo el Mediterráneo.
Menorca es una isla de calas por la que hay que moverse continuamente; por eso, siempre nos llevamos el coche en el barco.
Es un lugar para transitar por sus bosques, para recorrer todas las pequeñas calas que ofrece al visitante y para ver todos sus monumentos.
En aquel viaje de 1998, durante la semana que pasamos en la isla, dedicamos las mañanas a visitar la zona comercial de Menorca y a contemplar los distintos puestos de la Ciudadela. Tienen un sabor histórico inigualable aunque, eso sí, el visitante se dará cuenta de que se trata de una ciudad cara. Carmen y yo pensamos que es una ciudad en la que hay tantas posibilidades de ocio que igual puedes quedarte inmóvil que hacer muchas cosas distintas a la vez. Éste es uno de los motivos por el que año tras año repetimos destino vacacional.
Una de las partes más interesantes de este enclave es su monumentalidad. La presencia de muchos monumentos prehistóricos en el paisaje sorprende por lo general al visitante, pero el contacto con algo que pertenece a un tiempo al presente y al pasado remoto subyuga muy pronto a quienes se acercan a contemplarlos. Requiere tiempo recorrer todos los yacimientos catalogados, pero es fácil y altamente aconsejable ver los principales, ya que las habilidades de los antiguos pobladores en el uso constructivo de la piedra son cuanto menos curiosas.
Una de mis mayores aficiones desde que llegué a Menorca en 1998 es recorrer todo el territorio por los antiguos caminos de caballería que bordean las pequeñas islas del litoral. De ahí que haya elegido esta foto como exponente de los días que pasamos aquel año en Menorca. La instantánea está tomada en uno de los senderos que conecta playa Calagaldana por los caminos a Macarella y Macarelleda. Hay que tener en cuenta que Menorca es reserva de la biosfera y, por tanto, está muy bien conservada. Además, los vecinos de la isla son muy cuidadosos con su tierra. La ciudad tiene una gran tradición de caballos y es común seguir viendo carreras de trotones por la ciudad. En estos detalles se ve claramente la mezca de tradiciones mediterráneas e inglesas. Otro de los motivos por los que no me canso de visitar Menorca es que cada vez que voy descubro una cala nueva, una plaza nueva o un restaurante desconocido. Aunque este año nos hemos decantado por el Báltico, no pasarán muchos meses sin que volvamos a Menorca.
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