Granada

La receta de la heroína

  • Granada se convirtió en 2003 en referencia nacional al comenzar un ensayo que pretendía mejorar la salud de 62 toxicómanos administrándoles heroína bajo control El tratamiento devolvió la vida y la dignidad a los elegidos

A Pedro Moreno hubo que recogerlo en brazos de la calle. Sus 40 kilos y el desorden que imperaba en su cerebro después de más de 20 años consumiendo heroína no ofrecieron mucha resistencia, al menos física. Era el verano de 2003. Los brazos que aquel día lo sacaron de su esquina le devolvieron la vida... y la dignidad. Hoy, diez años después, Pedro es consciente de que sigue vivo gracias al Proyecto Experimental de Prescripción de Estupefacientes (Pepsa) que lo eligió junto a otros 61 toxicómanos de Granada para participar en un ensayo único en España. La hipótesis de la que partía: la administración de la heroína es más eficaz que la metadona (en toxicómanos con un perfil muy concreto) para mejorar su salud, normalizar su vida y alejarlos de la delincuencia.

El enunciado no dejó indiferente a nadie. El miedo y el desconocimiento hicieron el resto. Joan Carles March, el investigador principal del proyecto, recuerda que en varias tertulias llegaron a acusarle de facilitarle el 'chute' a los toxicómanos.

"Tardamos entre cinco y seis años en conseguir que el proyecto se pusiera en marcha. Fue complicado porque aquí no se había trabajado con la heroína como medicamento, así que el proyecto generó reticencias y resquemores en instancias de la Agencia Española del Medicamento que temió que se presentaran aquí toxicómanos de toda España", recuerda Joan.

Y aunque hubo momentos en los que pensaron que no lo conseguirían, al final la Agencia autorizó el proyecto, que había contado, eso sí, con el apoyo incondicional del entonces consejero de Bienestar Social, Isaías Pérez Saldaña.

La captación de los pacientes que integrarían los dos grupos de ensayo (uno al que se le administraría metadona, y otro al que se le daba heroína) fue uno de los puntos más delicados del proyecto. Los técnicos salieron a los barrios más deprimidos de Granada a buscar los perfiles del ensayo. Las condiciones de salud exigidas para participar eran tan extremas, que varios de los toxicómanos que iban a someterse al experimento murieron en la fase de selección.

Buscaban heroinómanos que llevaran más de dos años inyectándose esta sustancia, que hubieran fracasado en al menos dos tratamientos con metadona, que padecieran enfermedades infecciosas como el sida, la hepatitis o la tuberculosis, que tuvieran problemas de salud mental, de exclusión social y legales.

Hasta diez veces dijeron que no algunos de los seleccionados. Muchos no sabían qué clase de heroína les estaban ofreciendo cuando les hablaban de la diacetil morfina y otros no confiaban en que el proyecto diera resultados después de años de adicción y de intentarlo todo. Pedro recuerda el momento del sorteo de los grupos como uno de los más tensos del proyecto. "Todo el mundo quería el grupo de la heroína. No queríamos volver a la metadona, ya lo habíamos probado y no nos funcionaba", recuerda. Así comenzó a andar el proyecto, con la obligación de los 61 participantes de acudir dos veces al día (mañana y tarde) al edificio de consultas externas del Hospital de Traumatología para recibir dos tomas de heroína o metadona y someterse a un férreo control médico.

Y llegaron los primeros resultados, que avalaron una mejora en la salud 4,6 veces mayor en el grupo de heroína que en el de metadona. La salud mental mejoró 1,8 veces más en el primer grupo, el riesgo de contagio del virus del sida descendió casi cuatro veces y la actividad delictiva disminuyó en más de un 1.700%. Ya no tenían que recurrir a los robos para conseguir el dinero con el que comprar la droga. El hecho de que los pacientes no tuvieran que buscar la heroína disminuyó su ansiedad, y el control médico hizo el resto. Estaban tomando una sustancia no adulterada, elaborada en los laboratorios farmacéuticos de Escocia y administrada bajo un exhaustivo control higiénico, así que los pacientes, ayudados por un equipo de psiquiatras, médicos, trabajadores sociales y abogados empezaron a tener preocupaciones que ya no eran conseguir la droga sino empezar a alimentarse bien y, sobre todo, recuperar a sus familias.

Destrozadas por el azote de la heroína, las familias se cansaron de darles oportunidades. En el camino de la adicción dejaron mujeres, hijos y la dignidad. Empezaron a sentir el rechazo del entorno y la sociedad dejó de mirarles a los ojos. Por eso Miguel González dice que su mayor logro en todo este tiempo ha sido volver a sentir que alguien se preocupa de ellos.

Para que el experimento no los convirtiera en simples conejillos de indias, el Pepsa contemplaba el tratamiento compasivo con los pacientes es decir, que cuando fueran terminando los 9 meses del estudio, tenían la opción de seguir recibiendo la heroína de por vida previo informe médico con su evolución. Y así hay actualmente 20 personas, y otras 8 que se han ido incorporando al proyecto posteriormente. Entre los primeros, Miguel González. "Quienes han percibido más el cambio son las familias. Yo siempre había visto serias a mi madre y mi hermana y ahora hasta las veo sonreír. Ha sido como un milagro. Nadie daba un duro por mí y ahora han visto que ha vuelto su hijo y su hermano", dice. En todos estos años Miguel nunca pudo estar con sus sobrinos, porque su hermana no se fiaba de él. Por fin ha vuelto a verlos.

Los favorables resultados del proyecto no dejan muy claro por qué el Pepsa no se implantó en otros lugares de España como Madrid, Bilbao o Barcelona, donde es más necesario que en Granada. "La grandeza del Pepsa es que permite que estas personas vayan a tratarse a un hospital con un medicamento, igual que hace un paciente que necesita diálisis. Ellos no toman la heroína droga, toman un medicamento hecho en un laboratorio farmacéutico escocés que pasa por las manos del servicio de farmacia del Virgen de las Nieves, en una sala a la que hay que entrar con mascarillas", explica March.

La puntualidad con la que los pacientes llegan a la entrevista es el primer síntoma de su cambio de vida. El segundo es su aspecto físico. Pedro, Miguel y Francisco Javier bromean con cierto poso de amargura y entienden que hace unos años la gente huyera de ellos. "Notabas que las personas se quitaban de en medio , se agarraban los bolsos... Normal, si se te acerca un tío demacrado y desencajado, te asustas. Ahora vamos por la ciudad con total normalidad, como cualquier persona", dice Miguel.

Francisco Javier pasó también media vida enganchado a las drogas. Como Pedro reconoce que su vida era encontrar dinero para comprar heroína. "Llegué a vender mi piso por el que me dieron 72.000 euros y me los gasté en dos meses", resalta Pedro.

Hoy tienen la suerte de formar parte del grupo de 2.000 personas que hay en el mundo que están sometidas a un programa de prescripción de estupefacientes de este tipo y que están repartidas en Suiza, Holanda, Alemania, Inglaterra, Dinamarca, Canadá y Granada.

La adicción les acompañará toda la vida pero por lo menos podrán vivir con cierta dignidad. Cuando termina la entrevista Miguel se encuentra con su hermano y su cuñada. "Perdona, te tengo que dejar que me voy con mi familia". Hasta luego Miguel.

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