Granada

¿Qué le regalamos a mamá? ¿Por qué no un buen vino?

  • Avances. Un mundo hasta hace muy poco cerrado a la mujer, hoy se va sacudiendo poco a poco el polvo y los prejuicios para abrirse a una nueva realidad

EL vino ha sido un distinguido y hasta impúdico testigo en muchos momentos de la historia. Simboliza para algunas religiones la comunión de fe o la unión con un dios. Brindar con vino es un rito que ha estado unido a la cultura desde hace miles de años. Cuando se pone sobre una mesa es un elemento que transforma una sencilla comida en un banquete.

La participación de las mujeres en la historia de la producción de vino, la vemos, si nos esforzamos, desde el momento en que los seres humanos descubrieron la característica especial de ese jugo que se transmutaba en un elixir que los llevaba al paraíso…

Diversos personajes femeninos han contribuido de modo trascendental a esta bebida que hoy conocemos. Si nos remontamos a los albores de la humanidad, encontramos a la diosa egipcia Hathor, la primera divinidad asociada al vino (fue una divinidad cósmica, diosa nutricia, diosa del amor, de la alegría, la danza y las artes musicales en la mitología egipcia); o a las Bacantes protagonistas de las fiestas y orgías en honor al dios griego Baco; o a las Ninfas de Nisa que cuidaron de él cuando era niño.

Pero la incidencia histórica de la mujer en el vino siempre ha aparecido desdibujada. El vino es una cuestión 'tan trascendental' que las decisiones en torno a él se reservaron durante mucho tiempo casi exclusivamente a los hombres. Quizás históricamente las primeras referencias enológicas vinculadas al sexo femenino habría que buscarlas en Francia. Allí, sobre el resto de mujeres, brillan con luz propia dos de marcado carácter, que supieron, no sin esfuerzo, buscar su propio hueco en un segmento de mercado monopolizado con total exclusividad por el hombre.

La primera figura fémina fue Nicole Barbe Ponsardín, a la sazón viuda de Cliquot, la cual, a la muerte de su marido, forjó la marca comercial de Champagne más importante de la historia. La otra gran dama (y la otra gran viuda también) del Champagne fue Jeanne Alexandrine Pommery, impulsora del consumo de los champagnes brut (sin azúcares añadidos). Fue una visionaria en una época en la que los licores de expedición con los que se rellenaban los espumosos tras el degüelle estaban llenos de azúcares que desvirtuaban por completo su sabor.

Otros nombres femeninos de relevancia histórica son Mathilde Perrier (Laurent-Perrier), Elisabeth Salmon (Billecart-Salmon) o Elisabeth Bollinger (Bollinger). Todas ellas grandes damas del Champagne y, curiosamente, todas ellas viudas. Lo cual deja la incertidumbre de saber si el renombre y esfuerzo de estas mujeres seguiría siendo el mismo si hubieran tenido un referente masculino a su lado. Juzguen ustedes mismos.

El panorama vitivinícola actual parece un poco (poquito) más accesible para la mujer: así encontramos a la Baronesa Philippine de Rothschild, como presidenta de las bodegas Mouton Rothschild; Corinne Mentzelopoulos, propietaria de Château Margaux, considerada por los conocedores como una de las mejores del mundo; y Gina Gallo, talento de las bodegas Ernest & Julio Gallo, la mayor productora en California.

Hoy las mujeres hemos irrumpido en el mundo del vino con nuestra visión holística, la que aporta un renovado carácter de ingenio e intuición que transforma y enriquece la industria en los viñedos, en la producción y el consumo. Encontramos los frutos de la mujer como enólogo, en viñedos y bodegas; como sommelier sirviendo de puente entre el comensal y la carta de vinos, y finalmente como protagonista pujante en el mercado del vino: hoy las mujeres compran más vino que nunca y experimentan el placer de consumirlo con mayor conocimiento, variedad y frecuencia.

Sin embargo, la influencia femenina no se limita solamente a la parte comercial. Desde el punto de vista organoléptico sus sentidos suelen encontrarse más desarrollados que los de los hombres. Hay quien busca en esta afirmación un soporte de naturaleza biológica, aludiendo a que la posibilidad de la maternidad, vigoriza a la mujer para, por medio de los sentidos, poder detectar aquellos concurrentes químicos que pudieran resultar peligrosos para la posible cría (en época de gestación la mujer es especialmente sensible a los olores). O sea que sería la propia Madre Naturaleza la que dotara de más y mejores elementos de análisis a la mujer. No se puede negar, está comprobado, que el olfato femenino experimenta los aromas con mayor intensidad y encuentra con mayor naturalidad el nombre del olor que identifica.

Al margen de su disposición analítica, la importancia de la mujer en la economía doméstica es indiscutible: que no quepa la menor duda que es la mujer la que compra el vino en las grandes superficies para su consumo, la mujer actual selecciona, indaga, marida y muy importante, escoge en función de la relación calidad-precio, es menos propensa a dejarse impresionar por marcas, modas y costumbres.

Sea como fuere, las mujeres nos mostramos con menos prejuicios que el hombre para indagar, probar, buscar cosas nuevas, tenemos menos clichés establecidos, nos arriesgamos mucho más y también nos dejamos asesorar mucho mejor que ellos. Qué lejos queda en el tiempo aquella época en la que existían dos tipos de cartas, una para el caballero con los precios, y otra para su acompañante, sin ellos. ¿O no quedan tan lejos?

Yo, hoy, a mi madre, le regalo una buena botella de vino. Para que la disfrute, que sé que lo hará.

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