Los trogloditas quieren ser útiles

Los habitantes de las cuevas del cerro de San Miguel se ofrecen a colaborar con las instituciones en el fomento y mejora del barrio, siempre que les dejen mantener un modo de vida del que están orgullosos

En el cerro de San Miguel hay más de cien casas cueva habitadas actualmente.
Guillermo Ortega / Granada

24 de agosto 2008 - 01:00

"Invitamos a nuestros representantes políticos a que preserven la idiosincrasia etnográfica y cultural sacromontana, la naturaleza antropológica de la vida en cuevas como hábitat esencial en la historia del ser humano y como vivienda histórica en Andalucía, a que se actúe desde el respeto por el presente y la cultura del lugar".

El párrafo anterior cierra un documento elaborado por la Asociación de Vecinos de San Miguel Alto y dirigido a las instituciones, en general, y al Ayuntamiento de Granada, en particular, en el que los habitantes de la zona, más que reincidir en sus críticas hacia la posibilidad de que finalmente se lleve a cabo lo que más temen -el desahucio de las casas cueva con vistas a un "adecentamiento general"- aportan soluciones que podrían considerarse de consenso.

"Nuestra premisa es la integración y la normalización del que antaño fuera el barrio de San Miguel", resaltan los vecinos, que ponen como ejemplo de ello sus esfuerzos por recuperar cuevas que llevaban mucho tiempo abandonadas, tarea especialmente complicada en un lugar donde no hay luz ni agua corriente y al que no llegan los coches.

Su modelo de vida, recalcan en el documento en varias ocasiones, es perfectamente compatible no sólo con el del barrio que coronan, el Albaicín, sino también con la posibilidad de que la zona sea explotada turísticamente. Eso sí, explotada desde el respeto a la "vida troglodita" y enfocada a que el visitante aprenda de los que allí viven, no que los vea como unos bichos raros.

El turista se enriquecería -como ya sucede con muchos de los que ahora van allí, recalcan los vecinos- a través del contacto directo "con habilidades autóctonas en desuso, como el trabajo de la madera, el hierro, la cestería, la jardinería o la homeopatía. Así se recuperaría y revalorizaría un modo de vida casi olvidado, que se creyó extinguido. Muchos de los que vienen se quedan prendados de la mera posibilidad de su existencia a tan pocos metros de una ciudad", subrayan.

En opinión de sus habitantes, convertir el cerro en una suerte de museo vivo tendría ventajas tanto para ellos como para las instituciones locales y autonómicas -a cuya disposición dicen ponerse-, no sólo porque contribuirían a mantener "parte de la identidad natural de la ciudad" sino porque daría un uso a una zona "digna de admiración social, turística y humana". Por el contrario, recalcan, cualquier medida destinada a la desaparición de las cuevas o a su transformación sería "una falta de ética social y de responsabilidad política que haría irrelevante el pasado y el presente del cerro y sustituiría el valor ideal del lugar por el pragmático de una visión sesgada de la realidad y la historia".

Hay que hacer señalar, llegados a este punto, que quienes ahora habitan esas cuevas se sienten herederos de los que llevan ocupando ese cerro desde siglos atrás. Y aunque lo de siglos no es una exageración, ni siquiera se remontan tanto; les basta con aportar datos y fotos que allí hubo siempre un modelo social y urbanístico y que no hay motivos para alterar las cosas.

Sobre todo, dicen, porque entienden que en los dos últimos lustros han hecho todo lo que estaba en sus manos por "hacer barrio", solucionando carencias históricas -como la ya mencionada ausencia de luz eléctrica- con "opciones ecológicamente válidas, como el uso de dispositivos térmicos y fotovoltaicos".

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