El último asesino de Lorca

Al cumplirse los 25 años legales de su muerte, Miguel Caballero publica el nombre del último integrante de la Escuadra Alfaguara: Antonio Hernández

Antonio Hernández Jiménez, en la foto de su expediente.
Antonio Hernández Jiménez, en la foto de su expediente.
Belén Rico Granada

19 de enero 2014 - 01:00

El nombre más conocido en el trágico suceso de la muerte de Lorca es el de José María Nestares Cuéllar, una auténtica leyenda negra en la historia de la ciudad. Tanto es así que su hijo, el general Fernando Nestares, y el doctor en historia Federico Molina Fajardo -primo hermano del periodista que en los años setenta entrevistó a los principales testigos e implicados en la muerte de Lorca- publicaron un libro para restituir el honor de su padre: García Lorca y Víznar. Memorias del General Nestares.

Pero poco a poco, conforme van pasando los años, se van haciendo públicos los nombres de los hombres que acompañaban a Nestares en esa ya famosa Escuadra de la Alfaguara que quitó la vida al autor de La casa de Bernarda Alba.

El historiador Miguel Caballero dio muchos detalles sobre el final del poeta en su libro Las 13 últimas horas en la vida de Federico García Lorca, pero algunos de los nombres de los integrantes de ese comando ejecutor no pudo hacerlos públicos porque no habían pasado 25 años legales desde la muerte de los mismos.

Caballero cita en su libro los nombres del resto de los integrantes de esa 'escuadra negra' que operaba en Víznar. El cabo Mariano Ajenjo Moreno, de 53 años; el pistolero Antonio Benavides Benavides, de 36; Salvador Varo Leyva, 'Salvaorillo', de 37 años, Juan Jiménez Cascales, el único que sentía remordimientos por las ejecuciones y Fernando Correa Carrasco. Todos ellos eran los miembros de la escuadra que el capitán José María Nestares, jefe del sector de Víznar, había asignado para las ejecuciones. Caballero aporta hasta las armas que emplearon: pistolas Astra, modelo 902, calibre de 7,65 milímetros y fusiles Mauser, modelo 1893.

Desde la fecha de la publicación del volumen, en 2011, han ido saliendo a la luz pública otros nombres, como el de Fernando Moles Peregrina, pero aún faltaba el de uno, el de Antonio Hernández Jiménez, el último guardia de asalto.

Aunque Miguel Caballero lo de ahora a conocer, tenía en su poder el expediente del militar desde hace años. El historiador explica que Hernández Jiménez era natural de Pulianas. Había nacido en 1894 en el seno de una familia de agricultores de extracción humilde.

En su libro Los últimos días de Federico García Lorca, publicado en 1983, Eduardo Molina Fajardo recoge que pasaba mucho tiempo en el bar El Americano. "El cabo Hernández y otros guardias de asalto jugaban allí a las cartas", explica Caballero, quien recuerda que Molina Fajardo vivía cerca de este local próximo al actual edificio de la Normal. "El periodista vivía por detrás de la Gran Vía, en la calle Laurel Alto, y tenía muchos conocidos", dice Caballero.

Los testimonios de las fuentes de Molina Fajardo como las posteriormente consultadas por Caballero coinciden en señalar el carácter áspero de Antonio Hernández. "Según el libro de Molina Fajardo se dice que era bastante hosco, bastante serio. Y según me han comentado mis amigos, era una persona fea en el trato", relata Caballero.

"Allí, en el edificio de El Americano, vivía otro guardia de asalto, Victoriano Arenas Jiménez, que tenía una sastrería y que se autoproclamó la persona que detuvo a Dióscoro Galindo, aunque después no fue así", cuenta el historiador.

En su expediente se afirma que Antonio Hernández ingresó en el Cuerpo de Seguridad anterior a la Guardia de Asalto antes de 1920. De este año a 1922 estuvo en Barcelona, y en esa fecha regresó a Granada. Cuando en 1932 se crea la Guardia de Asalto, el pasa e esta formación.

"Formando ya parte de ella se afilia a la Falange Española y toma mucho contacto con José María Nestares", narra Caballero, quien asegura que le ayudó mucho "incluso antes de la Guerra, "de ahí viene su amistad".

Caballero lo describe como una persona bastante de derechas, que participó activamente en la sublevación militar del año 36.

"Él participa en la represión contra los anarquistas y todos los elementos que también le hicieron daño a la República". Caballero refiere que con Moles Peregrina y Nestares descubren una fábrica de bombas en el cementerio: una cueva cercana donde los anarquistas preparaban bombas. "Además de participar en aquello y en la detención de unos anarquistas que trabajaban en los tranvías de Granada, cuando se produce la sublevación militar, Nestares se lo lleva con él a formar parte de la Escuadra de la Alfaguara, que es la que se dedica a fusilar gente", detalla Caballero, quien afirma que Hernández "también participó con Nestares en la detención de los anarquistas que iban a atentar en la Virgen de las Angustias en el 33".

Durante la guerra lo nombraron cabo honorario, "lo mismo que todos los guardias de asalto que participan en los fusilamientos de la Escuadra Alfaguara, a los que ascendieron un grado en el escalafón. "Por eso era conocido en la zona de Víznar como el cabo Hernández", puntualiza Miguel Caballero.

Allí participó en muchas acciones de Guerra y era una persona de la máxima confianza de Nestares. "Cuando terminó la guerra le hicieron efectivo el ascenso a cabo, y así terminó su carrera militar", resumen el autor de Las 13 últimas horas en la vida de Federico García Lorca.

Después deja la Guardia de Asalto y pasa a la Policía Armada en el 40, hasta que se jubiló. Ya jubilado era uno de esos hombres que iban al bar el Americano, hasta su muerte, en Granada, en 1960.

Se cierra así la historia del último de los hombres que operaba en aquella Escuadra Alfaguara, es decir, el nombre de los asesinos de Lorca, una nómina a la que Caballero ha dedicado más de tres años de investigaciones, que esta primavera aparecerán traducidas al francés en la editorial Indigène.

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