Patrimonio en vivo

El valor de las cosas

  • Se ha impuesto el término “puesta en valor” del patrimonio para sustituir a otros como musealizar o difundir y, aunque es un galicismo con un cierto esnobismo, lo cierto es que algo de razón tiene la fórmula lingüística

El valor de las cosas

El valor de las cosas / J. C.

Cuesta saber con exactitud a qué nos referimos cuando hablamos del valor del Patrimonio Histórico y más aun cuesta ponerle precio a ese valor, aunque estemos acostumbrados a leer titulares sobre robos y expolios de valiosos objetos arqueológicos y aunque haya un importante mercado, sobre todo ilegal. Hay quien dice que, después de las armas, las drogas y las personas, el tráfico ilegal de patrimonio ocupa la cuarta plaza en el ranking mundial. Aun así, ya digo que cuesta trabajo hablar de dinero, tanto que cuando, por desgracia, tenemos que ponerle cifras al daño producido al Patrimonio Histórico, solemos decir eso de que el valor es incalculable, que suena mejor que decir que, en realidad, no tenemos ni idea de lo que valen esas cosas tan preciadas que algunos destruyen, roban o usurpan a sus legítimos propietarios.

Alguna vez me he visto, por ejemplo, observando un trozo de una basa de columna romana sustraída de una excavación, media escudilla de verde y manganeso expoliada por un pitero o un par de azulejos del siglo XVII arrancados para su venta de la pared de un monumento en restauración, y todas esas veces me ha costado mucho trabajo fijar el precio de su valor tal como lo entendería, por ejemplo, un anticuario que pudiese poner a la venta esas cosas en internet.

Parte del problema reside en que, en el Patrimonio Histórico, el “valor de las cosas”, no se mide solo en moneda corriente, aunque insistamos una otra vez en referirnos a su valor y, aunque el asunto, insisto, sea mucho más complejo.

Por ilustrar el asunto, les pondré un ejemplo: desde hace años, se ha ido imponiendo el término “puesta en valor” del Patrimonio para sustituir a otros como musealizar o difundir y, aunque es un galicismo al que muchos profesionales odian con un cierto esnobismo, lo cierto es que algo de razón tiene la fórmula lingüística, aunque sigamos sin saber exactamente a qué se refiere; vuelvo a pensar en ese trozo de escudilla omeya que un día fue un simple plato de uso doméstico en la mesa de una casa, que perdió su valor una vez rota y que se mantuvo durante siglos enterrada hasta que un arqueólogo la desenterró y alguien la colocó en la vitrina de un Museo y alguien miró con interés y le dio un , con esa mirada, un valor nuevo, distinto; un valor que tiene que ver con el placer de contemplar lo hermoso, con el interés de conocer mejor un período de la historia, de acercarnos a viejas culturas, de justificar una viaje turístico, de reconocernos en el pasado…un valor que nunca pensó tener mientras se usaba para comer. Bueno, es cierto que sí, que se puede decir que esa pieza abandonada ha sido puesta en valor de nuevo y que ese valor tiene un precio nuevo.

Mondragones

Ya digo que no es fácil. Les pondré otro ejemplo; hace ya bastante años, tuve que responder a esa pregunta sobre el yacimiento romano de los Mondragones:

¿Cuánto vale la villa romana de los Mondragones? Y volví a pensar en el valor de esas cosas rotas que dejaron de tener valor para tener un valor nuevo.

¿Cuánto vale la información histórica sobre la antigüedad de Granada que aportó la rigurosa información que se desarrolló sobre los Mondragones de la mano del arqueólogo Ángel Rodríguez Aguilera?

¿Cuánto vale tener, en un barrio de la ciudad, uno de los yacimientos tardo antiguos más impresionantes que hay en la provincia e incluso en Andalucía?

¿Cuánto vale tener en Granada una basílica visigoda?

¿Cuánto vale tener la más impresionante almazara romana que se conserva en toda Andalucía?

¿Dinero?

Me pregunto y sopeso las preguntas antes de poner precio: ¿cuánto vale la historia de la ciudad?

Pienso igualmente en la identidad y en la memoria histórica de los habitantes de esta ciudad, tan confundida y tan manipulada por unos y por otros y en lo que Mondragones podría ayudar en poner orden en ese entuerto.

Pienso en lo que supondría para un barrio tan históricamente olvidado, para su vida económica, para sus negocios, para su comercio, para su hostelería, tener un yacimiento arqueológico como foco de atracción económica

¿Cuánto vale eso?

Pienso en lo que supondría para la ciudad un monumento de esa envergadura; igual servía para ampliar espacios de interés que ayudaran a desfocalizar la atracción turística sobre el único eje Alhambra-Catedral- Albaicín y que paliara un tanto la enorme e incómoda presión sobre el centro que hoy los vecinos viven ya con angustia.

Pienso en la capacidad de educar, de enseñar, de formar a escolares y a adultos que podría tener ese yacimiento, que está ahí, que no hay que buscarlo, si pudiese verse, si se hubiese “puesto en valor” ¿Cuánto vale eso?

Pienso en todo eso y pienso que poner en valor no es otra cosa que socializar el patrimonio, rentabilizar el patrimonio para la sociedad, convertir en público lo que no era de nadie, aunque me cueste cuantificar lo que vale algo tan importante como es la villa romana de los Mondragones y su largo recorrido.

Luego pienso en su abandono eterno y concluyo que los Mondragones, como aquella escudilla rota de verde y manganeso, mientras sigan abandonados, olvidados, ocultos, enterrados, no valen nada.

La primera intervención arqueológica de la Villa romana de los Mondragones, dirigida por Ángel Rodríguez Aguilera empezó un frío y lluvioso enero del año 2013 y se dieron por concluidos, en su primera fase, en abril del año 2014.

En aquel año se entregaron a la ciudad cerca de tres mil metros cuadrados de restos arqueológicos de un valor incalculable que comprendían, desde el siglo I al siglo VII de nuestra era, una almazara romana con estructuras que tenían más de tres metros de altura, una basílica visigoda, los enterramientos de la basílica y su entorno, los mosaicos extraídos de la domus romana que los anteriores inquilinos del lugar, el ejército, habían destruido. Todo se entregó en perfecto estado, no solo exhaustivamente excavado, investigado y documentado, sino sometidos a procesos de consolidación y restauración costosísimos para que fueran expuestos en el lugar de la intervención. Incluido los mosaicos de los que, tan solo uno de ellos, se ha expuesto, aunque jugando el triste papel de marco incomparable para las fotos de las ruedas de prensa institucionales, colocado en un lugar, el patio del Museo Arqueológico, en el que, por su ubicación expuesto al frío, al sol y a la lluvia y por su colocación en vertical, no debería permanecer ni un día más.

Con todo ese patrimonio, el ayuntamiento de Granada, o quizás habría que decir, los ayuntamientos de Granada, dirigidos por D. José Torres Hurtado, D. Francisco Cuenca, D. Luis Salvador y D. Francisco Cuenca de nuevo, no sólo no han invertido un euro, cosa que podría explicarse dada la precaria situación económica de un ayuntamiento que planifica gastarse cuatro millones y medio de euros para un museo de no sé sabe qué, es que ni tan siquiera han dedicado un segundo a pensar en su “puesta en valor” es decir en la reconsideración del valor que ese espléndido recurso, que esa riqueza incuestionable podría tener para la ciudad y los ciudadanos.

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