Del vandalismo a La Paz
La comunidad docente de un instituto de la Zona Norte ha conseguido reducir un 30% del absentismo en dos años y mejorar el currículum de su alumnado
Un inmenso muro de cuatro metros de altura protege el instituto La Paz, donde 147 alumnos procedentes de la Zona Norte y de algunos pueblos de la periferia estudian Secundaria y programas de cualificación inicial. Imposible entrar o salir de este centro si no es por la puerta. Pero un joven aprovecha el acceso del periodista para escaparse mientras sus compañeros están en clase.
Este gesto no es producto de la dejadez de sus moradores, sino de una práctica, hace años muy común, de un alumnado en riesgo de exclusión social por el lugar en el que viven. Molino Nuevo y el Poblado, entre otros, son barrios dominados por la miseria y la violencia que les devuelve una ausencia total de expectativas laborales y son caldo de cultivo del hastío por los estudios. Hasta hace dos años, el índice de absentismo en el IES La Paz superaba el 40% y el vandalismo era una problemática diaria. Hoy apenas llega al 11%, pero un 80% del alumnado es de etnia gitana, lo que significa básicamente una distancia cultural enorme entre el profesorado y los pupilos.
Dado que el número de estudiantes no dejaba de descender curso a curso, la nueva directiva encabezada por Juan de Dios Gayoso puso en marcha una estrategia diferente con dos objetivos: combatir el absentismo y mejorar el clima de convivencia.
"Lo primero que hicimos fue dejar las medidas punitivas sólo para casos extremos, ya que la expulsión del alumno lo único que consigue es hacerlo más absentista", explica el director. La alternativa es reforzar positivamente a los que tienen buen comportamiento e imponer trabajos de convivencia a los díscolos. "Por ejemplo, hemos creado unos premios para los menos absentistas y, si han hecho destrozos o pintan las paredes del instituto, les obligamos a venir por las tardes para limpiarlas", dice el responsable.
El propósito del claustro ahora es abrir el centro al entorno. Con la colaboración de varias ONG que trabajan en la Zona Norte, como la Federación del Secretariado Gitano y Romí, un grueso del profesorado salió el curso pasado a dar una vuelta por el barrio para conocer de primera mano la realidad en la que viven sus alumnos. Acompañados también por docentes del colegio Luisa de Marillac, más familiarizados con los padres del alumnado, los profesores del IES La Paz tuvieron la oportunidad de poner cara a la mayoría de los progenitores que no hacen acto de presencia en sus tutorías en todo el año. La salida tuvo tan buen resultado, que han vuelto a repetirla hace un mes.
"Al ver las condiciones de vida de los chiquillos, los profesores entienden mejor sus reacciones en clase", dice Gayoso. Pero además, "las familias ganan confianza en nosotros, porque ven que realmente nos preocupamos por sus hijos y luego nos devuelven ese interés". Además, la directiva mantiene reuniones bimensuales con las ONG para repartirse el alumnado al que hacer seguimiento. "La coordinación es clave para eliminar el absentismo".
La Delegación de Educación ha dado también un empujón al centro blindando unas ratios de no más de 25 alumnos por aula, cuando la media en Secundaria está en 30, e incentivando al profesorado con dos puntos extra para premiar su continuidad.
"Es esencial contar con unos docentes que crean en el proyecto y que no se marchen a los nueve meses", apunta Gayoso. Este curso 16 docentes, de un total de 26, tienen un puesto específico y dos son definitivos. Pero todos coinciden en que se les debería incentivar económicamente, pues estos docentes están inmersos en un proceso que les exige adaptarse a una realidad para la que no fueron formados y tienen un continuo desgaste en la búsqueda de vías de mejora de un trabajo, en ocasiones, no exento de peligros.
En el patio una profesora trata de combatir las carcajadas unánimes de un grupo de chavales con un discurso coherente. Al desafío de la pandilla, que se ha atrevido a fumar en su presencia, la docente les habla de respeto y de civismo aguantando el envite agresivo de los adolescentes.
La directiva de La Paz está volcada con el proyecto, pero todavía le queda mucho por recorrer. Hasta lograr un centro de puertas abiertas, sin vallas que limiten sus espacios interiores, sin pintadas en los muros, con buenas instalaciones y equipamiento, que es lo que disfruta el resto del alumnado granadino, y poder preocuparse más por los rendimientos educativos que por la convivencia, hace falta tiempo. El mismo que han necesitado centros de otras provincias también ubicados en el corazón de barriadas marginales y que hoy son un modelo de calidad educativa gracias a una directiva y un profesorado comprometido con su alumnado. La Paz está ya en el buen camino.
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