El vino en las religiones
Tradición. Termina una semana de ritos religiosos en los que el vino tiene un papel fundamental Los primeros vestigios de la vid, en el Cáucaso y Armenia
HOY, Domingo de Resurrección, termina la Semana Santa. Una semana de ritos religiosos en los que el vino tiene un papel preponderante.
La religión católica da a esta bebida un significado divino con la transubstanciación: la conversión del vino en la sangre de Cristo. Como todos sabemos, Jesucristo, en la última cena, distribuyó pan y vino entre sus discípulos. Según cuenta el sociólogo y escritor Miguel Ángel Almodovar en su libro La última Cena, sabemos que el vino que se bebió en tan histórica reunión "era un tinto de una variedad primigenia de la actual syrah; un vino muy tánico, áspero y de alta graduación, del que se servían cuatro copas y con el que, por decirlo así, se 'brindaba' o 'alzaba' ritualmente otras tantas veces. En la Última Cena, al llegar a la tercera copa, Jesús, en lugar de repetir la fórmula tradicional, dijo: "esta copa es el nuevo pacto de mi sangre; haced esto en memoria mía".
Pero el vino es un elemento tan presente en las religiones desde tiempos inmemoriales que cabría incluso preguntarse qué fue antes, vino o religión. Gracias a la paleoenología (una ciencia aún en pañales) sabemos que el aprovechamiento de la vid fue simultáneo a la extensión de las comunidades de Homo Sapiens por todo el planeta. El hecho religioso, que también acompaña al hombre desde sus orígenes, estableció desde siempre una provechosa simbiosis con el vino. Este proceso abarca cuatro momentos: el hombre contacta con la deidad a través del vino; luego lo recibe como un regalo de dios; después se lo ofrece; y, finalmente, se funde con la divinidad gracias a su consumo.
Las comunidades paleolíticas de hace 50.000 años ya pudieron conocer el mosto fermentado espontáneamente a partir de viñas salvajes. La vinificación fue uno de los primeros conocimientos técnicos que adquirió la Humanidad, antes de la escritura o de la rueda. El vino no fue inventado, estaba ahí a la espera de ser descubierto. Dada la concentración de azúcares en su jugo, la uva es el único fruto con tendencia natural a fermentar. En cuanto la baya está madura y el zumo entra en contacto con las levaduras presentes en el entorno, comienza la transformación de los azúcares en alcohol. Así que es muy probable que la Humanidad naciese conociendo ya el vino, lo que es tanto como afirmar que el vino es anterior al Homo Sapiens.
Lo que está claro es que la utilización de bebidas fermentadas en los actos rituales facilitó los primeros contactos del hombre con dios. La embriaguez les presentó otra 'realidad' y les llevaba casi a un estado de éxtasis. Sin otra explicación a mano, lo divino comenzaría entonces a cobrar forma ante los primeros humanos que traspasaban el umbral de la embriaguez. Chamanes y brujos se convirtieron en los depositarios de las técnicas de fermentación y el vino se expandió por el mundo como necesario complemento de sacrificios y ofrendas.
La autora Clara Luz Zaragoza, en su magnífica obra Historia y mitología del vino explica que el culto a los muertos, los sacrificios y las fiestas de homenaje a los dioses, así como la adivinación y la magia, contaron siempre con el vino como auxiliar imprescindible: "La enomancia era la ciencia de los presagios que se obtenían después de observar el color del vino y sus efectos sobre las personas".
Es, por tanto, indudable, que el 'contrato'entre vino y religión es un capítulo obligado en la historia. Los primeros vestigios de la vid (6.000 años a.C.) están documentados en el Cáucaso y la actual Armenia. Una inscripción del 2.700 a.C. menciona a la diosa sumeria Gestín, bajo la advocación de "madre cepa". Otro dios sumerio se llamaba Pa-Gestín-dug, es decir, "buena cepa", y su esposa Nin-kasi, que significa "dama del fruto embriagador". La Epopeya de Gilgamesh, obra literaria de Babilonia fechada en el 1.800 a.C., cuenta como el héroe Gilgamesh entró al reino del Sol en busca de la inmortalidad, se encontró un viñedo cuidado por la diosa Siduri, y ésta le dio a beber del jugo de sus uvas. Desde Mesopotamia, la viticultura pasó a Egipto, Grecia, Roma y de allí al resto del mundo. Esa ruta de este a oeste llama la atención por su parecido con la expansión de los cultos paganos orientales, como Dionisos, Mitra o Isis, hacia Grecia y Roma, y de allí al resto de occidente.
Fue más tarde cuando el hombre comenzó a incluir al fruto de la vid en sus narraciones épico-religiosas. El vino fue presentado entonces como un generoso regalo de los dioses a los mortales, como podemos comprobar a través de las narraciones de las antiguas civilizaciones de sumerios, hititas, persas, babilonios, judíos, egipcios y griegos. En Egipto, hace 5.000 años, la revelación del proceso de elaboración del vino se atribuye a Osiris. Gracias a Herodoto, un historiador de la antigüedad, sabemos que los egipcios le agradecían este regalo festejando la vendimia con fenomenales borracheras en la ciudad de Bubastis. El epíteto para el vino era "lágrimas de Horus".
Los griegos agradecían su descubrimiento a Dionisos, deidad asiática importada por los helenos. Según la mitología, hay tres versiones de cómo Dionisos conoció el vino. Una dice que fue en uno de sus viajes. Otra, que fue a través de su hijo, el navegante Estáfilo (literalmente, 'racimo'), nacido de su unión con Ariadna, y que era pastor del rey Eneo de Calidón. Un día se fijó en que una de las cabras de su rebaño comía uvas, un fruto hasta entonces ignorado por el hombre. Le llevó un racimo al rey Eneo, quien elaboró el primer vino con él. Precisamente de Eneo deriva el nombre de la ciencia que estudia el vino: la enología. La tercera, relata que el mejor amigo de Dionisos, el joven Ampelos, murió acometido por un toro, y en su dolor, el dios hizo que brotase vino del lugar donde cayó muerto para consuelo de la Humanidad. Aquel desdichado Ampelos da nombre a la disciplina de la ampelografía, que concierne a la identificación y clasificación de las vides.
Los romanos ofrecían vino a Vesta en el fuego de su hogar y libaciones a Baco, y celebraban las famosas bacanales, cuyas organizadoras eran las bacantes, aunque el culto primitivo era exclusivamente de mujeres para mujeres y procedía del culto original al dios Pan.
La primera referencia bíblica al vino la encontramos en el Antiguo Testamento. Tras el diluvio universal, Noé bajó del arca y lo primero que hizo fue plantar una vid. Y es que en la religión bíblica el vino es un don de Dios, y su abundancia, señal de bendición. Los judíos no sólo mimaron y extendieron el cultivo de la vid, sino que para los autores del Antiguo Testamento, el pueblo mismo es la "viña de Dios", imagen que se prolonga hasta el Nuevo Testamento. En ambos, las referencias al vino y la vid son incontables.
Aunque para los teólogos el orgiástico Dionisos y el ascético Jesucristo sean figuras antónimas, desde el punto de vista de la paleoenología dista mucho de ser así. Dionisos era un dios que nació dos veces, y que vivía dos vidas, una de día como prolífica deidad de la labranza, el agro y la abundancia, y otra de noche, en interminables fiestas y jolgorios. La esperanza de esta vida mejor servía de aliento a los hombres, y ayudó a desear el concepto semítico de vida eterna cuando el cristianismo comenzó su expansión.
Así que ya saben: cada sorbo de vino es un sorbo de historia y espiritualidad.
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