Alonso avanza por la derecha y cambia de orientación el balón hacia la contraria, donde Piru Gaínza lo recoge y avanza hacia el pico del área. El extremo del Athletic la cuelga hacia Igoa, que apenas la roza con la cabeza para dejarla pasar. Ahí, Don Telmo Zarraonaindia entraba como un Leyland dispuesto a rematar con la furia que caracterizaba a la selección el gol que cantó toda España, pegada al transistor pendiente de lo que Matías Prats padre relataba, nada menos que desde el Maracaná.
España ganaba a Inglaterra, los inventores del fútbol, aquellos que en su arrogancia despreciaron jugar los tres primeros Mundiales porque consideraban que el resto de países no tenían nivel. Los ingleses nunca cayeron bien, y menos en la España franquista, en aquel 1950 padeciendo la autarquía de una larguísima posguerra. Sin embargo, en fútbol, la selección había podido derrotar a la "pérfida Albión", como el mítico periodista recordó en las ondas.
El combinado nacional había sido capaz de romper los pronósticos y meterse en la fase final por la Copa Jules Rimet. En aquel equipo, con un once muy reconocible (Ramallets, Alonso, Parra, Puchades, los Gonzalvo, y una delantera única con Basora, Zarra, Panizo y Gaínza) había una pieza también insustituible: Silvestre Igoa. Este easotarra era un jugador diferente en aquel equipo, más que un delantero tanque de la época, destacó más por su calidad y su sapiencia sobre el campo, a pesar de su fuerte y corpulenta apariencia. Jugó casi todo en aquel Mundial, en el que sumó cinco de sus once partidos como internacional con España. Marcó dos goles, uno clave con el que España empataba ante Estados Unidos a nueve minutos del final y que abrió el camino a la remontada, y el único que la selección le hizo a Brasil en su enfrentamiento en la liguilla por el cetro terráqueo. Fue el tanto del 6-1.
Un jugador que en un Mundial le marcó a Brasil y en el Maracaná fue después futbolista del Granada CF. Al equipo rojiblanco llegó con 36 años, seis después de aquella gesta con el equipo nacional. Estaba en su ocaso, pero seguía siendo una estrella. Por eso, el periodista del diario Ideal que narró su fichaje por el equipo escribió: "La presentación de Igoa a los aficionados al fútbol es un intento pueril pues durante bastantes años ha sido figura preeminente del fútbol nacional". Aún así, el redactor repasó su carrera para los "aficionados nuevos".
Igoa fichó en octubre de 1956 de la mano de Álvaro Pérez, con la temporada ya empezada. No le movió el salario a percibir, como dijo a su llegada, si no su propio orgullo: "Quiero demostrar a alguien que todavía puedo saltar a un terreno de juego. Mi satisfacción sería que con mi colaboración el Granada ascendiera este año a Primera División y después retirarme. Mis razones de incorporarme al Granada son más por amor propio".
Dicho y hecho. 23 partidos jugados de 38, 12 goles y el Granada campeón y a Primera División. Igoa calló alguna boca y se volvió a su tierra dando por finalizada una carrera que empezó cuando era militar. Su regimiento, la 152 División Marroquí, estuvo en Valencia y un ojeador del club ché le animó a fichar. Un talento vasco que no nació en la Real Sociedad, en la que siempre quiso jugar, y a la que llegó tras nueve cursos como valencianista tras el Mundial 1950.
Su carrera estuvo marcada por las lesiones. Ya cuando llegó al Granada había pasado un calvario. Bajo la ropa escondía un corsé ortopédico debido a una "descompensación vertebral" que le oprimía el nervio ciático. En 1961, ya retirado del fútbol y trabajando en una empresa de transportes de su querida Añorga, le fue extirpado un riñón. A última hora del 31 de mayo de 1969, tras ser sometido a una nueva operación, Silvestre Igoa fallecía a la temprana edad de 49 años. Los brazaletes negros inundaron los campos de fútbol aquel fin de semana de partidos de Copa y promociones de ascenso.
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