La colmena
Gaza y las aulas
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No tengo argumentos. Me debato entre la tristeza y el enfado. Mi estado de ánimo habitual no tiene nada que ver con esta sensación de frustración y cabreo. ¿Indignación? Siempre suelo encontrar un enfoque insospechado para ir a contracorriente. Ahora no. La sonrisa maliciosa (de victoria y humillación) de Puigdemont no tiene más salida que callar. No puedo rebatir; no puedo justificar ni explicar. Con o sin flecos, el acuerdo para la investidura de Pedro Sánchez quema.
Españoles de primera y de segunda. Delincuentes de primera y de segunda. Fugados de primera y de segunda. Y, en la mesa camilla de las negociaciones, una mortaja para el Estado de las autonomías. Siendo honestos, exceptuando a Manuel Clavero, ¿alguien ha creído alguna vez en este país en el “café para todos”?
Ahora toca refugiarse en el decadente palacio de invierno. Tal vez sea lo más honesto que muchos podamos hacer en estos momentos. Porque ni lo del “12 a las 12” es una opción (al menos para quienes seguimos creyendo en el valor de la democracia, no en las barricadas) ni creo que sea ningún salvavidas (al menos en la hoja de resiliencia del presidente del Gobierno) que nos deleitemos como república bananera y hasta tengamos que recurrir a un medio internacional como el Financial Times para que nos diga que hay que apoyar la amnistía. Que es una oportunidad. Ya no solo nos dicen los poderosos qué opinar; también quienes mueven los hilos mediáticos en el tablero global…
Vuelvo al cuadrilátero doméstico. No sé qué indigna más. Si las ganancias a río revuelto de quienes se resisten a entender que una cosa es quedar primero la noche electoral (y otra más pragmática gobernar) o el peso de ese complejo hispano-cristiano, tan nuestro, de derrota e inferioridad.
Lo que sí nos dice la historia, de Confucio a Napoleón, es que “el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Justo esta semana se ha cumplido el aniversario de aquel 6 noviembre de 1932 en que un tal Hitler fue aupado al poder pensando que sería un títere…
Miro hacia fuera, hacia Ucrania, Gaza e Israel, y me pregunto cuántas guerras más tendremos que librar para aprender algo de los renglones torcidos de la historia (de los hombres). Miro hacia dentro y me aterra recordar que las maniobras (siempre) las carga el diablo. Lo vimos el 1-O de 2017. No podemos incendiar las calles sin consecuencias. No deberíamos.
¿Estamos condenados a repetir? ¡Pues yo quiero volver a votar!
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