El Jardín de los Monos

Fascinante Croacia: Dubrovnik (II)

Gran fuete de Onofrio y Puerta de Pile.

Gran fuete de Onofrio y Puerta de Pile. / Gerardo Mora

Cuando uno se dispone a atravesar la Puerta de Pile los sentimientos se arremolinan en el alma. Asalta la impaciencia por ver todo lo que hay tras ella y, a la vez, el tiempo se desorienta confundiendo presente con pasado y aparece una asfixiante antropofobia, un deseo impertinente de quedarte solo en el maravilloso escenario de la ciudad más fascinante de la fascinante Croacia, habitualmente atestada de turismo. Pero, una vez atravesada la puerta los ánimos se apaciguan ante los tesoros que la joya ragusiana expone a nuestros ojos. 

Dubrovnik es el símbolo de un sentimiento fuertemente arraigado en el pueblo croata: la libertad. Quizá se deba al hecho de haber soportado que la maldición  del rey Zvonimir se hiciese realidad. Zvonimir, al ser asesinado, momentos antes de expirar les auguró que durante mil años Croacia sería gobernada por extranjeros. Concretamente les maldijo diciendo que “por mil años no volverían a tener un rey de su sangre”. La expresión más palpable de esa lucha por la libertad la encontramos en la fortaleza de Lovrijenak, levantada sobre un risco que forma un acantilado de casi cuarenta metros de altura; se alza no muy lejos del fuerte Bokar, el último que visitamos en la muralla. Esta fortaleza, que defiende la parte occidental de la ciudad, se menciona ya en una leyenda del siglo XI, pero no hay constancia escrita de ella hasta el siglo XIV. Curiosamente la fortificación tiene unos muros de doce metros por la parte expuestas a ataques desde el exterior, sin embargo, el muro no alcanza más de sesenta centímetros en la parte que mira hacia la muralla de la ciudad. Ello era debido a que los raguseos se precavían, no solo de los enemigos externos, sino también de los internos. La débil muralla era en previsión de un asalto al poder del alcaide de la fortaleza, elegido entre la nobleza y que, por otra parte, era relevado cada mes. Dubrovnik era extremadamente celosa de su libertad y por ello, encima de la puerta de la fortaleza de Lovrijenakm, reza esta leyenda en latín: “Non bene pro toto libertas venditur auro”, cuya traducción es: “La libertad no se vende ni por todo el oro del mundo”. 

Atravesamos primero el arco renacentista de la Puerta de Pile, de 1537. Aunque todo el mundo la llama “Puerta de Pile”, la verdad es que llamarla así es una redundancia, ya que pile es una palabra griega que significa puerta. Bueno, es tan solo una curiosidad. En este arco nos encontraremos con un nicho ricamente ornamentado con una escultura en piedra de San Blas, patrón de la ciudad, que lleva su maqueta en la mano y al que nos encontraremos por donde quiera que vayamos. Tal es la devoción que le tienen a San Blas los ragusianos que merece la pena conocer algo de su hagiografía y la leyenda que le une con Dubrovnik. Blas de Sebaste fue un médico y curandero armenio que vivió entre los siglos III y IV. Fue un eremita famoso por sus curaciones milagrosas tanto a humanos como a animales que, según dicen, se le acercaban en busca de sanación. Fue nombrado obispo de Sebaste y tuvo su sede en una cueva del monte Argeus. A principios del siglo IV, el emperador romano Valerio Liciniano Licinio emprendió la última de las persecuciones de cristianos. El entonces gobernador de Capadocia, Agrícola, pretendió que Blas renunciase a su fe cristiana. Al no conseguirlo, mandó detenerlo y matarlo arrojándole a un lago. Lejos de ahogarse, ante el asombro de sus verdugos, se levantó y anduvo sobre las aguas. Les retó a que hiciesen lo mismo para demostrar el poder de sus dioses paganos. Le hicieron caso y acabaron todos ahogados. Cuando Blas salió del agua, lo volvieron a detener y fue torturado y decapitado en el año 316. Su culto se extendió pronto por oriente y occidente y es patrón (además de Dubrovnik, claro) de los otorrinolaringólogos, los enfermos de garganta (debido por lo visto a que salvó a un niño que se ahogaba con una espina de pescado), de la República del  Paraguay y de numerosas ciudades españolas. Según cuenta una leyenda, corría el año 971 cuando los venecianos intentaron engañar a los ragusianos con la intención de ocupar la ciudad. La treta consistía en cederles su flota para transacciones comerciales. Cuando los buques de la flota veneciana llegaron a Dubrovnik, al cura de la iglesia de San Esteban, un tal Stojko, que estaba rezando sus oraciones, se le apareció San Blas con toda una corte celestial para advertirle de las malvadas intenciones de los venecianos de ocupar la ciudad. El cura corrió a advertir a las autoridades y el ataque fue abortado. Desde entonces San Blas es venerado como el santo patrono de Dubrovnik. 

Tras el arco renacentista, en la Puerta de Pile, nos encontramos con la puerta interior, gótica de 1460, que nos abre el paraíso raguseo: Una de las más maravillosas ciudades del firmamento urbano europeo. Comienza la gran avenida Placa, centro de gravitación de visitantes y habitantes de Dubrovnik, en la monumental plaza Poljana Paska Milícevica. Ante su contemplación el viajero siente la misma fascinación que los románticos debieron sentir por la Edad Media, por lo gótico, por la ensoñación de la belleza como una fuerza desencadenada, por la nostalgia de lo arcano, el amor a lo sublime y a lo macabro, a la muerte. La mirada se dirige irremediablemente hacia la gran fuente de Onofrio, del siglo XV, centro geométrico de la plaza. Construida como cisterna de distribución del agua procedente del manantial de Sumet, a 12 kilómetros de la ciudad. La fuente sufrió grandes daños con el terremoto de 1667, causa de que hoy solo contemplemos un volumen arquitectónico que, por otra parte, recuerda el baptisterio románico de la antigua Catedral. La mayor parte de su ornamentación se perdió, aunque se conservaron los dieciséis mascarones tallados originales, de cuyas bocas salen los caños que vomitan el agua a la fuente. La pequeña plaza esta circunvalada, comenzando a la izquierda de la puerta de Pile, por la pequeña iglesia de San Salvador. Levantada en el año 1520 por el Senado de la República de Ragusa para agradecerle al advocado que la ciudad no sufriese graves daños en un terremoto que hubo por esas fechas. También la iglesia quedó intacta en el gran terremoto de 1667, por lo que conserva su imagen original. La pequeña iglesia votiva, de fachada renacentista, así como el portal de entrada y el ábside, ambos semicirculares, consta de una sola nave con bóveda gótica. Junto a ella, siguiendo en sentido horario, se encuentra el Franjevacki samostan Mala Braca (que podríamos traducir como Monasterio Franciscano de Frailes Menores). Inicialmente, allá por el siglo XIII, el convento estaba fuera de las murallas pero, dada la situación bélica que se vivía en la época, el convento se construyó junto a las murallas pero por dentro. Eso fue a comienzos del siglo XIV y su construcción duraría siglos. El gran terremoto de 1667 destruyó totalmente la riquísima iglesia franciscana. En la fachada que da a la plaza destaca el macizo torreón campanario, gótico del siglo XV y su portada gótica florida del mismo siglo, supervivientes del citado terremoto. La iconografía de esta portada es de un simbolismo absoluto. La fe cristiana, frente a la amenaza islámica de los turcos, está representada por San Juan Bautista, la comunión de toda Dalmacia en dicha fe la representa San Jerónimo, la Dolorosa simboliza la solidaridad con los más desfavorecidos de la villa y el Creador, que corona la portada, es una reacción a la corriente humanística que se estaba imponiendo en la época. Tras el terremoto de 1667, la iglesia se reconstruyó en estilo barroco, pero quedó en pie uno de los más bellos claustros de la arquitectura monacal croata. El claustro, obra de Mioje Brajkov de Bar de 1360, de estilo románico tardío es impactante por su conjunto de columnas dobles con un solo capitel, distinto para cada una. El monasterio posee también una de las más ricas bibliotecas croatas y, para mayor asombro del visitante, posee una farmacia (la tercera más antigua del mundo) que está en funcionamiento desde 1317.  

Aquí, donde comienza la avenida de Placa o Stradum, termina el Franjevacki samostan y también termina este capítulo. Pero no sin antes irnos a comer en alguno de los deliciosos restaurantes con terrazas que abundan en el casco antiguo, bien en la avenida Placa o en las calles paralelas. Es una zona cara, pero es donde comen sus manjares los dioses. El menú más apetecible es, sin duda, unas ostras de primero (dicen que en Dalmacia se comen las mejores del mundo) y, de segundo, repetimos con una cazuela de pescado, ambos regados con un vino blanco de la zona, por ejemplo un Posip, o cualquier otro de uva malvasía. De postre basta un café con una copa de Rozulin, un típico y exquisito licor de rosas. 

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