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Juan Rodríguez Garat

Almirante retirado

La desinformación como arma de guerra

Rusia sabe que será incapaz de derrotar a Ucrania mientras dure el apoyo occidental, por lo que es esencial que éste decaiga. Y conoce cuál es la herramienta que necesita para influir

Maquinaria militar rusa destruida en una plaza de Kiev.

Maquinaria militar rusa destruida en una plaza de Kiev. / SERGEY DOLZHENKO (Efe)

E hace eco la prensa en estos días de los resultados de la última encuesta de la UE sobre los desafíos y prioridades de la Unión para 2023. Entre otros asuntos que también nos interesan, el Eurobarómetro analiza la guerra de Ucrania y nos confirma que una amplia mayoría de los ciudadanos de Europa (76%) -con los españoles por encima de la media (83%)- apoya la respuesta de la Unión a la agresión rusa. Cifras, por cierto, ligeramente superiores a las de hace unos meses, lo que desmiente el cansancio que anuncian los agoreros.

Como es lógico, no todas las medidas tomadas por la UE satisfacen por igual a los ciudadanos. El suministro de ayuda humanitaria a las víctimas de la guerra alcanza un 86% de apoyo, lo que, en este tipo de encuestas, supone la práctica unanimidad. Por si sirve de comparación, sólo nueve de cada diez dentistas recomienda chicles sin azúcar. Si se me perdona la digresión, sólo el 86% de los europeos -una coincidencia curiosa- se muestra de acuerdo con que la UE promueva el uso sostenible de los recursos naturales. Me encantaría saber exactamente qué es lo que está en la mente de quienes no aprueban algo que, así formulado, resulta tan razonable. Cosas de la política.

Quizá pueda sorprender el apoyo de los europeos a las sanciones económicas al régimen de Putin, un generoso 71% a pesar del coste que suponen para nuestra economía y, en definitiva, para nuestros bolsillos. Pero no extrañará a nadie que la entrega de armamento a Ucrania tenga menos apoyo popular, un 57% según la encuesta. La cifra, aunque sigue siendo mayoritaria, revela las vacilaciones de una opinión pública que quiere paz y libertad, pero no sabe bien cómo defender ambos valores.

Uno de cada siete europeos -ésa es la diferencia entre quienes apoyan las sanciones y quienes están de acuerdo con el envío de armas- son muchos europeos. ¿Cuáles son sus razones? Unas son buenas, y entre ellas está el arraigo de un pacifismo que desde luego peca de ingenuo pero que con frecuencia es sincero. Otras son malas: el miedo a la escalada, la desconfianza en las fuerzas armadas o el deseo de "que lo haga otro" tan natural en nuestra especie. No sólo en España hay un déficit de cultura de defensa. En cualquier caso, cuatro de cada siete europeos sí aprueban el envío de armas. Para Rusia, que se sabe incapaz de derrotar a Ucrania mientras dure el apoyo occidental, es esencial disminuir esta cifra. Y la herramienta de que dispone para tratar de influir en nosotros es la desinformación.

Pero, ¿de verdad existe la desinformación?

En un mundo donde florecen las conspiraciones, quizá al lector le parezca que hablar de desinformación es alimentar un mito. Y, sin embargo, no es un secreto que todos los cuarteles generales militares de cierto nivel en la Alianza Atlántica tienen una célula que se dedica a las operaciones de información. Lo mismo, desde luego, ocurre en el Ejército ruso, siguiendo una doctrina militar que está publicada en internet y que -y en esto va mucho más allá que la OTAN- explícitamente reconoce que alterar la realidad puede tener más valor militar que desplegar una brigada.

Siguiendo la inveterada costumbre de los seres humanos, lo que nosotros consideramos información es desinformación para nuestros oponentes. Pero no crea el lector que los militares españoles debemos ponernos al mismo nivel que los rusos. En los países de la Alianza, la prensa libre puede denunciar toda falsedad y, en general, lo hace. En Rusia, no. Por eso, en medio de un conflicto, los mandos de la OTAN pueden esforzarse por dar visibilidad a las acciones humanitarias para mejorar la percepción de lo que hacen; pero, al contrario que los rusos, no pueden inventárselas.

La facilidad que tiene el Kremlin para diseñar una falsa realidad -que, por supuesto, incluye el resultado de las recientes elecciones locales- a la medida de sus deseos es una ventaja a la hora de desinformar. Pero tiene sus riesgos: puede provocar la complacencia de quienes conducen las campañas. Quizá sea la inmunidad de que ellos gozan la causa de las múltiples lagunas que erosionan la credibilidad de sus portavoces.

"El Kremlin tiene facilidad para diseñar una falsa realidad a la medida de sus deseos"

Como no hay una prensa que le exija responsabilidades, a Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin, no le importa advertirnos un día de que estamos al borde de una guerra nuclear y negarlo al siguiente. No le importa decir un día que Estados Unidos prolongará la guerra en Ucrania hasta el último ucraniano, y al siguiente que Occidente, cansado de la guerra, dejará de apoyar a Ucrania más pronto que tarde. No le importa insistir en que Rusia no ataca objetivos civiles mientras su Ejército bombardea los silos donde se almacena el grano ucraniano. Un grano que deben entender militarizado porque ¿acaso no come el Ejército de Zelenski?

No le importa a Peskov asegurar un día que Zelenski es un títere de Biden y al siguiente que Biden es un títere de Zelenski. Negar que haya una guerra en Ucrania y acusar de ella a la OTAN. Informarnos de que Rusia no tiene intereses territoriales en el país vecino y, unos minutos más tarde, que no se sentarán a hablar con quienes no reconozcan las “nuevas realidades sobre el terreno.” Anunciar que Rusia mantendrá las sanciones que ellos mismos aprobaron contra el régimen de Kim Jong-un, pero que eso “no puede entorpecer y no entorpecerá el desarrollo de las relaciones entre Rusia y Corea del Norte”. Aunque sea un asunto menor y casi anecdótico, ni siquiera le importa a Peskov negar que ellos derribaran un dron norteamericano sobre el mar Negro al tiempo que advierte de que, si EEUU vuelven a volar sus drones por la misma zona, les ocurrirá lo mismo.

Seguramente son estas contradicciones, que sólo los acérrimos defensores de Putin pueden no percibir, la causa de que el apoyo de los europeos a Ucrania se mantenga estable a pesar de los costes que suponen para nuestra economía.

El interés de los españoles

Pero Putin lo seguirá intentando, y los españoles debemos estar en guardia porque, contra lo que nos dicen los portavoces del Kremlin en nuestra sociedad -que alguno hay- nos interesa que fracase el dictador ruso. Nos interesa que no haya abusones en los patios de nuestros colegios, aunque no sean nuestros hijos quienes sufran las humillaciones y los abusos. Nos interesa que no haya delincuentes en las calles, aunque quizá no seamos nosotros los asaltados.

Por la misma razón, y aunque hoy no seamos nosotros los agredidos, a los españoles nos interesa que no haya criminales de guerra que campen sueltos por sus respetos en la comunidad internacional. Y no sólo porque tengamos miedo a lo que pueda ocurrir en España, que está bien protegida bajo el paraguas de la OTAN. Ni tampoco es sólo porque, como ocurre con las víctimas del reciente terremoto en Marruecos, nos sintamos obligados a ayudar a quienes sufren. Es, también, porque tenemos un compromiso que cumplir con la Declaración Universal de Derechos Humanos y con la Carta de la ONU, herramientas limitadas sin duda, pero las mejores que tenemos para dejar a nuestros hijos un mundo mejor.

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