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La frontera intercoreana, un antiguo polvorín con aire espectral

  • La extrema paranoia con la que el régimen de Kim Jong-un afronta aún la pandemia ha hecho desaparecer a los soldados norcoreanos de la Zona de Seguridad Conjunta

Un soldado surcoreano y otro estadounidense en la  Zona de Seguridad Conjunta.

Un soldado surcoreano y otro estadounidense en la Zona de Seguridad Conjunta. / YONHAP / Efe

La creciente tensión que se respira en la península coreana estos días contrasta con el aire espectral de la Zona de Seguridad Conjunta (JSA), corazón de la militarizada frontera donde soldados de ambas Coreas se solían ver las caras hasta que la pandemia hizo esfumarse a las tropas norteñas.

Indiferentes a esa cicatriz que sobre el terreno divide a los coreanos desde hace siete décadas, las bandadas de patos del Baikal han comenzado ya a sobrevolar, en busca de humedales más cálidos al sur, la Zona Desmilitarizada (DMZ).

El acceso a este área desde el sur se cerró tras el estallido de la pandemia y sólo desde este pasado verano se han comenzado a autorizar las visitas de turistas o medios.

Pocas horas antes de arribar a Camp Bonifas, última base con presencia de soldados estadounidenses antes de llegar a la franja fronteriza, Pyongyang lanzó un misil balístico que sobrevoló territorio japonés por primera vez en cinco años tras volar 4.500 kilómetros, la mayor distancia jamás cubierta por un proyectil norcoreano.

Pero eso no cambia en absoluto las cosas para la gente de Camp Bonifas, cuyo lema es In front of them all (algo así como "Encarándolos a todos"), un enunciado de la Guerra Fría que sigue vigente cada día para las tropas apostadas aquí.

Desde Bonifas se toma la carretera que se adentra en la DMZ, el área de 250 kilómetros de largo y cuatro de ancho que sirve para cortar en dos la península y que está partida a su vez en dos por la Línea de Demarcación Militar (MDL).

El corazón de la frontera

Tras recorrer esos dos kilómetros se alcanza la JSA, para muchos el corazón de la frontera y epítome del enfrentamiento militar entre Corea del Norte y el bloque formado por surcoreanos y estadounidenses.

Sin embargo, ese tenso contacto visual que antes tenía lugar entre las barracas de la llamada Conference row (Vía de las reuniones), donde ambas partes celebran encuentros de trabajo o donde el líder norcoreano Kim Jong-un se encontró con el ex presidente estadounidense Donald Trump o el sureño Moon Jae-in, hoy es inexistente.

La extrema paranoia con la que el régimen norcoreano aún afronta la pandemia ha hecho desaparecer a sus soldados desplegados en la JSA.

"Ahora ni siquiera salen de Panmungak", explica el teniente coronel estadounidense Griff Hofman, que dirige la visita para los medios, en referencia al principal edificio norcoreano que hay en el lado norte de Conference row y por cuyos escalones descendió Kim Jong-un antes del simbólico apretón de manos con Trump o Moon sobre la mencionada MDL.

Hoy ese zócalo de cemento que simboliza la MDL y que parte en dos la JSA luce abandonado y cubierto de maleza, lo que para muchos supone una perfecta metáfora del momento en el que se encuentran las relaciones entre Seúl, Washington y Pyongyang, que ha rechazado toda propuesta de diálogo.

En idéntico estado se encuentran los peldaños que conducen a Panmungak, un deterioro que responde a que desde principio de 2020 ningún militar norcoreano ha puesto el pie en esa zona, ni siquiera para arrancar rápidamente las malas hierbas, apunta Hofman.

De repente, en la segunda planta de Panmungak se entreabre una cortina; un soldado norteño enfundado en un traje EPI de color naranja ("los usan aunque permanezcan en todo momento dentro del edificio", indica el teniente coronel), se asoma brevemente antes de desaparecer de nuevo tras el visillo.

Cicatrices visibles

Pese al silencio que planea ahora sobre la JSA hay cicatrices que siguen siendo muy visibles y que testimonian la tensión e incluso los intercambios de fuego entre ambas partes.

Por ejemplo, una de las torres de refrigeración de la Freedom house, del lado sur, aún muestra cuatro agujeros de bala.

Son producto de los disparos de un soldado norteño que trató de alcanzar a Oh Chong-song, el ingeniero militar norcoreano que en noviembre de 2017 protagonizó una espectacular deserción a través de la JSA.

Cerca de ahí, otro hito brinda algo más de esperanza; es el simbólico pino que sembraron Kim Jong-un y Moon Jae-in durante su primera cumbre de 2018.

En el flanco contrario, desde un puesto de vigía de la franja sur, se divisa la aldea norcoreana de Kijong, con su gigantesca bandera nacional (se dice que es la cuarta mayor asta del mundo), y parte del complejo industrial intercoreano de Kaesong, de donde el Sur se retiró en 2016 en protesta por las pruebas nucleares del régimen.

Justo detrás, una cadena montañosa oculta las piezas de artillería -miles, dicen algunos- que apuntan directamente a las posiciones de los ejércitos surcoreano y estadounidense y que muchos creen con capacidad para alcanzar algunos puntos del norte de Seúl, situada sólo a 70 kilómetros al sureste.

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