Metáforas de la pintura
Soledad Sevilla dedica sus nuevos trabajos a explorar los mecanismos de seducción que entran en juego al contemplar un cuadro mediante la exploración de la textura, la luz y el color
Hay cuadros que son además metáforas de la pintura. Así ocurre en las Nympheas. El estanque, que Leone Battista Alberti vio como origen de la pintura, Monet lo convierte en cuadro y en sentido estricto en pintura porque el ojo atento pronto descubre que las flores sólo son grafismos y los reflejos materia pictórica. El naturalismo se desvanece ante el vigor de la pintura.
Algo de esto ocurre también en ciertas obras de Soledad Sevilla (Valencia, 1944). Con grandes lienzos evocó frisos de plantas trepadoras tocadas aleatoriamente por la luz. La enredadera en el muro, imagen ella misma de la pintura, la recoge no para transcribirla sino para construirla poéticamente con el color, el trazo y la luz. Años después quiso fijar la memoria de los secaderos de tabaco de la Vega de Granada, en trance de desaparecer. Recurre a otro objeto, imagen también de la pintura: la tabla, usada en el cerramiento de los secaderos. Pero los cuadros, elaborados con rasqueta para producir vetas análogas a las de la madera, señalan sobre sobre todo posibilidades de la pintura: textura, luz y color.
Los cuadros ahora expuestos, Nuevas lejanías, Lunas oscuras o el sorprendente Montaña mágica, trabajan sobre otra metáfora de la pintura, el velo. Un velo oculta y a la vez muestra. Por eso se presta al juego galante (Duchamp lo imagina en La novia y Steichen lo patentiza en el retrato de Gloria Swanson) y a la seducción de la pintura: ¿no busca el artista construir una poética en una delgada superficie que a la vez oculta la verdad del pigmento y el soporte.
Quien haya seguido la obra reciente de Soledad Sevilla identificará con facilidad estos velos: aluden a las arpilleras, también empleadas en los secaderos de la Vega, y a los juegos de luz, siempre imprevisibles, que sin cesar se formaban a su través dentro de las viejos recintos. Soledad Sevilla elige esta poética de lo incontrolable pero lo hace con medios básicos de la pintura: la línea y el ritmo. Si en la serie La Alhambra se valía de la cuadrícula, sutilmente acompasada, para recrear pausadamente los tiempos del palacio, en estas piezas, el trazo, también exacto y firme, marca ahora otros ritmos, ondulaciones y pliegues, como si invitaran a dirigir la mirada a cuanto aún logra escapar al interés inmediato, al cálculo y al control.
No hay comentarios