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Aguas del estar y tentativas

El margen derecho del escenario es un trampolín suspendido en medio del espacio vacío de la escena. Sobre el trampolín se deja ver una mujer que avanza hacia el salto como tentativa. La mujer vacila, retrocede, ensaya, se detiene, y prueba a intentarlo una y otra vez.

Este es el comienzo metafóricamente sencillo y poéticamente rotundo con el que la coreógrafa y bailarina, Teresa Nieto, nos invita a su última creación, De cabeza.

Narrativamente todo el espectáculo gira entre las aguas del estar y las tentativas o trampolines del ser en compañía: junto a otro/a. Y lo hace por triplicado; seis intérpretes, tres parejas. Abarca desde el solo más intimista a la sincronía; del solo, pasando por el par, el trío, a la multiplicidad.

Tal vez porque como insinúa la pieza un estar en pareja no es más que un estar junto a otro; de ahí también, Teresa Nieto opte, sin titubeo, por cimentar la pieza sobre dos pilares, dos tradiciones simultáneas de la danza en escena: la contemporánea y el baile español o flamenco. Ella misma hace hincapié en el hecho de no traer esos dos lenguajes para fusionarlos, sino para simultanear dos lenguajes distintos en escena.

El resultado parece cosa tan natural, con tal fuerza expresiva que una se pregunta cómo hizo para llegar a ofrecernos algo creativamente tan difícil. De cabeza es el resultado de un feliz encuentro creativo que, bajo la batuta de Teresa Nieto, aglutina a intérpretes que a su vez son coreógrafos; tres provienen de la danza contemporánea (Teresa Nieto, Jesús Caramés, Vanesa Medina) y tres del baile flamenco (el granadino Manuel Liñán, Daniel Doña y Olga Pericet, los tres viejos compañeros de escenarios).

La música de la pieza es todo un collage de músicas, de aire francés, portugués, griego, reúne música original y de otros intérpretes. El vestuario reproduce poéticamente el leitmotiv marinero en rayas, albornoces, texturas acuosas en volantes o largas colas flamencas.

De entre el grueso de coreografías que componen la pieza hay un espléndido dueto entre el bailaor Manuel Liñán y Vanesa Medina, recuerdan, de lejos, a una transmutación de la pareja lorquiana de la Novia y el Jugador de rugby.

El suelo reproduce un marco o borde de piscina, que funciona también como pasarela de madera; metafóricamente, como linde subjetivo entre dos. Ahí acontecen entonces algunos pasajes coreográficos entre los que destaca un friso, formado por los tres intérpretes masculinos elegantemente vestidos con raya marinera.

Recrean una danza festiva a medio camino entre la danza griega y las pícaras coristas. Espectáculo espléndido que trata con delicadeza, gravedad justa y humor lúcido asuntos entre dos que tradicionalmente traen a una, y a uno, de cabeza.

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