Obituario

Martín Morales: Almeriense, alpujarreño, granadino, maestro, amigo

Imagen de archivo del nombramiento de Martín Morales como miembro de la Academia de Bellas Artes Imagen de archivo del nombramiento de Martín Morales como miembro de la Academia de Bellas Artes

Imagen de archivo del nombramiento de Martín Morales como miembro de la Academia de Bellas Artes / G. H.

Escrito por

Andrés Cárdenas

A pesar que desde hace años los amigos de Paco Martín Morales teníamos el alma predispuesta al abatimiento y la tristeza cuando hablábamos de él, desde aquel fatídico día en el que le cayó una pesada rama en su cabeza, la noticia de su muerte no ha dejado de ser un cañonazo en la línea de flotación de nuestro ánimo: ahora tendremos que acostumbrarnos a su ausencia, una ausencia insoportable por lo que fue y lo que significó en nuestras vidas en particular y en el mundo del humor gráfico en general. Hubo un tiempo en que los dibujos de Paco agriaban el desayuno a más de un preboste, políticos y poderosos. Por eso también muchos de los lectores de los medios en los que él trabajaba los primero que hacían era buscar la viñeta de Martín Morales, convertida en trinchera personal del dibujante más descreído y lucido de cuantos he admirado. El que naciera en Almería, pasara la infancia en La Alpujarra (Almegíjar) y se formara creativamente en Granada, le hacía decir que en los tres sitios encontraba siempre el hogar de los padres, los lugares en los que valía la pena existir.

Paco era un demócrata y un hombre que al que le importaba mucho la suerte de los pobres y desheredados de la tierra. Mantuvo su estética hasta que su mano no pudo dibujar más, siempre displicente con los corruptos y los monicacos, porque sabía que era el escalón irrenunciable de su mensaje y de su manera de ser. Todo eso le costó más de un disgusto que se tradujo en el paso por algún que otro tribunal que juzgaba su mensaje. Pero Paco era un tipo valiente, un humorista al que no le quitaba el sueño lo que pensaran de él. Durante el franquismo aplicó ese método crítico, tanto en sus dibujos como en sus diatribas y lamentos por el estado del panorama político. En los últimos años de esa época, sus viñetas se convirtieron en verdaderos editoriales de la prensa escrita porque con un simple dibujo y su fina ironía era capaz de burlar o desorientar a la siempre poderosa censura. En un territorio lleno de asechanzas, Paco supo deambular con singular e irrepetible maestría.

A comienzos de los noventa del siglo pasado, su querida y amada Alpujarra le dedicó un homenaje. En Pampaneira le pusieron su nombre a una calle y hasta aquí vinieron dibujantes como Mingote, Forges, Ops, El Perich, Peridis… todos los grandes maestros del humor gráfico. Eran sus amigos. Aquellos jóvenes periodistas que asistíamos al acto pensábamos que sin ellos esta España nuestra no sería la misma. Aquel día en que me tocó hacer una semblanza de Paco, fue el punto de inflexión de nuestra amistad. A partir de ese momento compartí con él muchas charlas y momentos en los que se imponía la camaradería. Tenerle a su lado, escuchar su opinión, siempre distanciada, crítica y nunca inútil, compartir sus sarcasmos y sus ironías, eran para mí lujos irrepetibles. A veces Paco miraba con la mente perdida en otro sitio, buscando esa imagen con la que dibujar su próxima viñeta: siempre avizor con la actualidad y el momento. Si estábamos en un bar -casi siempre en el Chikito- a veces cogía una servilleta y apuntaba una frase que al día siguiente se convertía en esa viñeta que enviaba al medio en el que en ese momento trabajaba.

No solo los que lo queríamos lloramos por él, lloramos por el deterioro de una profesión que él amaba y que tanto ha perdido. Cuando estuvo postrado en una silla de ruedas tras el fatídico accidente, se organizó una magnífica exposición en la que se mostraron muchos de sus dibujos. Después, Magdalena y Ricardo, su mujer y hermano, donaron su legado a la Universidad de Granada para que te recordemos siempre. Dalo por hecho, Paco.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios