Programa: Wolfgang Amadeus Mozart, Obertura de Lucio Silla y Sinfonía concertante en Mi bemol mayor para oboe, clarinete, fagot, trompa y orquesta Kv 297b; Ludwig van Beethoven, Sinfonía núm. 7 en La mayor op. 92.Solistas: Eduardo Martínez (oboe), José Luis Estellés (clarinete), Santiago Ríos (fagot) y Óscar Sala (trompa). Director: Andrea Marcon. Lugar y fecha: Auditorio Manuel de Falla, 7 de junio de 2013
La Orquesta Ciudad de Granada ha cerrado su temporada con un magnífico concierto bajo la dirección del que es, desde esta temporada, su reciente y flamante director titular: el italiano Andrea Marcon. Aunque ya era conocido por la orquesta y por el público granadino, en el ambiente flotaba la expectación por saber cuál sería el estilo y la hoja de ruta del nuevo director, que asume la dirección artística en un momento difícil por las dificultades económicas y la falta de apoyo institucional.
Andrea Marcon es un director de dilatada carrera, con un sentido muy claro de la interpretación y una musicalidad sobradamente probada en sus múltiples logros y grabaciones. Tenerlo en Granada, sobre todo en estos momentos, es todo un lujo, y una garantía de que nuestra orquesta podrá no sólo salir a flote, sino recuperar el esplendor artístico del pasado, pese a las adversidades. Su compromiso es firme, y su entrega a la dirección, a juzgar por lo que pudimos escuchar, es incuestionable. Según el propio Marcon, en declaraciones ofrecidas a la Asociación Amigos de la OCG, nuestra orquesta tiene una cultura del sonido y un sentido de la articulación muy conseguido, perfeccionado durante años, y esto es un don que cualquier director va a encontrar en ella; sólo hay que aprovecharlo para hacer la mejor música, y desde luego la pasada noche Marcon le sacó el máximo partido.
El concierto se inició con la obertura de Lucio Silla, una ópera de juventud de Mozart que, sin embargo, presenta una escritura orquestal madura en la que su estilo queda plenamente definido. La melodiosidad de sus temas musicales fue aprovechada por Marcon para extraer a la OCG su mejor sonido, en un aperitivo musical del agrado de todos. Pero quizás la pieza que más expectación causó del programa fue la inusual Sinfonía concertante para oboe, clarinete, fagot y trompa. La excepcionalidad en la plantilla de esta obra hace, precisamente, difícil llevarla a los escenarios. No se trata sólo de tener cuatro solistas de probada valía que se puedan enfrentar a la compleja escritura de las partes solistas, sino que además han de ser músicos acostumbrados a tocar juntos, pues de esa complicidad surgirá la verdadera magia de la pieza. Esta singular cualidad se cumple con creces en la OCG, pues sus solistas de viento son verdaderamente excepcionales, y la musicalidad de todos ellos tocando juntos fue mágica.
La Sinfonía concertante de Mozart requiere, igualmente, una orquesta compensada en su interpretación, pues los complejos diálogos que surgen entre los solistas a dos, tres o cuatro partes se integran a su vez en una dialéctica muy bien construida entre solos y tuttis. Así, solistas y orquesta, coordinados por Marcon, regalaron al público granadino un momento musical de gran belleza. Cabría destacar muchos momentos de la partitura, pero resaltaremos el dúo de trompa y fagot del segundo movimiento, magistralmente interpretado por Santiago Ríos y Óscar Sala, al que tras varios compases se le unió el canto decidido del oboe de Eduardo Martínez, que se vio envuelto por la cálida sonoridad del clarinete de José Luis Estellés para, finalmente, integrarse en conjunto con la orquesta en el desarrollo final del movimiento.
La segunda parte del concierto se destinó por entero a una vibrante y vívida interpretación de la Sinfonía núm. 7 op. 92 de Ludwig van Beethoven. Marcon, que conoce profundamente la partitura, escogió unos tempi dinámicos y bien marcados, insuflando a la obra una plasticidad y una brillantez dignas del más grande de los maestros. Desde las primeras notas de la sinfonía el público pudo percibir la química que se producía entre orquesta y director, que se elevó a un grado sublime en el Allegretto central, una sentida marcha que evolucionó con pulso firme y emotividad contenida. La sala vibró con cada movimiento, sintiendo la sinfonía como pocas veces se ha escuchado en Granada, y manteniendo la expectación hasta el Allegro con brio final, que arrancó a su conclusión una unánime, estruendosa y prolongada ovación.
Si hace unos meses definíamos a Andrea Marcon como "el director deseado", hoy podemos afirmar, tras la colosal lección de interpretación que nos regaló, que es el "director que la OCG necesitaba".
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