arte

Apasionamiento entre mucho desapasionamiento

  • Irene González muestra en Punto Rojo un bagaje técnico poderosísimo, con un planteamiento conceptual muy bien concebido y una estructura espectacular

En este desapasionado y desapasionante paisaje expositivo que encontramos en Granada, probablemente, el periodo de más bajo nivel y de menor número de muestras de cuantas se han dado en las dos últimas décadas, la galería que se encuentra en la Gran Vía y que lleva ese muy artístico nombre de Punto Rojo -el que querríamos ver más a menudo junto a las obras, señal inequívoca que el mercado estaba pujante-, se nos aparece como de las pocas que mantienen un estatus y, al menos, ofrece una programación continuada.

Algo absolutamente alarmante cuando, no hace muchos años, nos encontrábamos en una ilusionante realidad expositiva con lo mejor del arte permanentemente desarrollando su máxima potestad y convirtiendo la ciudad en uno de los centros artísticos más importantes de España, de mayor reconocimiento y estación término hasta donde llegaban las obras de los artistas que más tenían que decir en el panorama del arte en general. Pero aquellos tiempos, hace años que vieron disminuidos casi al completo su esplendor. Hoy sólo nos encontramos migajas, comparado con lo que hubo y que tanto echamos de menos.

No obstante, hay que gritar en voz alta, que una ciudad, con todo lo que está dando al arte contemporáneo, con el conjunto tan impresionante de creadores que existe, con la Facultad de Bellas Artes en plena ebullición y sacando, sin solución de continuidad, artista de primerísima fila, debe contar con muchos más espacios -salas institucionales, galerías, la propia Universidad con una programación adecuada y no la paupérrima que tiene y todo aquello que redunde en el beneficio de tan importante caudal existente- y con actuaciones infinitamente más dignas que las que se nos ofrece. Y, en esto, debo decir, también con voz potente, que la culpa no sólo la tiene la recurrente crisis económica, es muchísimo peor la crisis de ideas y los intereses espurios que, a veces, existen.

Por otra parte, y ya dentro de la exposición que nos ocupa, la joven pintora granadina Irene González, ofrece nuestro más emocionado reconocimiento. La primera vez que vimos su obra en la galería Benot de Cádiz, ya pudimos observar la importancia de su trabajo. Una pintura que no pasaba desapercibida y, mucho menos, dejaba indiferente. Con un bagaje técnico poderosísimo, con un planteamiento conceptual muy bien concebido y una estructura compositiva de espectaculares resultados, la joven artista nos ofrece una pintura figurativa diferente, particularísima, llena de expectación y con un carácter pictórico que emociona y que abre las máximas consideraciones para seguir creyendo en la pintura y, sobre todo, en los buenos jóvenes pintores.

La exposición que se presenta en Punto Rojo plantea el importante compromiso estético de esta autora, espectacular dibujante y generadora de situaciones representativas de muy especial significación. La muestra se estructura en dos partes, perfectamente, diferenciadas. Por un lado su obra retratística -quizás no sea el término más adecuado, porque sus figuras humanas, responden más bien a un concepto ilustrativo más amplio que el que pueda desarrollar un asunto retratado-, donde nos encontramos con una figura silente, enigmática, de poderosísima mirada que cautiva, a la vez, que inquieta, que atrapa la visión del que la contempla y que llega a ejercer sobre él una amplia galería de envolventes actitudes.

Lo humano se nos muestra con toda su carga de enigmas, la determinante mirada de los personajes parecen traslucir toda la indefinición que el género humano posee tras esa carga de prosaísmo reinante. En la obra de Irene González, la figura aparece desnuda por fuera y por dentro, como atónita ante tanto desapasionamiento como existe y, además, ajena a las exuberancias cromáticas que tanto desvirtúan; por eso su humanidad está sutilmente desarrollada en una escueta paleta donde sólo dos colores contrastantes sirven para mostrar la infinita variedad ilustrativa que la realidad física plantea.

Junto a la obra protagonizada por la figura humana, la autora granadina centra su actividad en el paisaje; un paisaje, como ocurría en su otra serie, que está falto de color, también lo blanco y negro sirve para mostrar una naturaleza silenciosa, inquietante, a veces, espectral; una naturaleza que recuerda los paisajes de la pintura romántica alemana y que nos abre caminos de verdadera emoción pictórica.

Como nos ocurrió en Cádiz, Irene González nos vuelve a situar en los parámetros de una pintura concebida, en fondo y forma, para que ilustre una realidad diferente; allí donde lo inmediato no tiene lugar y, lo mediato manifiesta desenlaces de muy apasionante estructura.

De nuevo, la galería Punto Rojo, se nos muestra adelantada en esta época de mínimos. Alegrémonos por ello, a la vez que se nos deje exigir que Granada merece mucho más.

Galería Punto Rojo, Granada

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