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Aristocracia musical y monumental

Fecha: viernes 4 de mayo. Lugar: Teatro del Generalife. Aforo: 1300 personas.

A la hora de escribir esta crónica no cesa de llover sobre Granada, pero la noche anterior, a pesar de los temores de organizador y asistentes, el tiempo fue benévolo y a las nueve y media de la noche una hermosa y rotunda luna llena coronaba el escenario del Generalife, como queriendo sumarse a la magia de esa confluencia de estrellas, vivas y monumentales, que se producen cada mucho tiempo. Hasta las tímidas nubes que coqueteaban con ella lo hacían tan armónicamente en el firmamento que el cuadro no habría podido mejorar si hubiera sido de atrezzo. Para la mayoría la aparición de Teddy Thompson, cuyo nombre ni siquiera figuraba en las entradas, solo con su cristalina acústica y su acariciadora voz, supuso todo un descubrimiento. El hijo de Richard y Linda Thompson, figuras legendarias del folk británico, se mueve con absoluta solvencia entre el pop y la versión mejorada y aumentada de ese folk que devolvieron los norteamericanos a base de folk, country y blues. Y con esa propuesta intimista seguro que engordó su lista de seguidores, la mayoría buceadores en busca de música de culto como la de Nick Drake, del que Thompson interpretó Pink Moon. Todo lo contrario que Rufus Wainwright, cómodo en su papel de estrella de la primera división y centro de todos los focos al que debe estar acostumbrado desde niño. Su propuesta nace sin atender ni pretender ninguna coartada alternativa. Lo suyo es el estrellato sin complejos, pues facultades y talento tiene a raudales para emular a sus referentes, casi todos cantantes manieristas de los setenta, cuando la lentejuela y el exceso eran valores al alza: de Freddy Mercury a Elton John y de David Bowie a Judy Garland, a cuya derecha debe tener sitio reservado en el paraíso. Así, comenzó con una lectura de Candles a capella, y una a una fueron cayendo las 12 canciones que componen su último trabajo, Out of the game (Decca, 2012), publicado mundialmente esta misma semana. Los jardines de la Alhambra, a la que se refirió para bromear en varias ocasiones, iban a ser testigos de la presentación mundial del álbum. Algunas de sus canciones sirvieron para rendir homenaje a sus seres queridos: a su madre, la cantante canadiense Kate McGarrigle, fallecida hace dos años, a su novio, con Song of you, o a su hija con Montauk. También tuvo tiempo para recordar al recientemente desaparecido Levon Helm y para honrar a su progenitor Loudon Wainwright III, del que rescató el tema One man guy, que ya incluyera en su segundo disco, Poses. Tras un pequeño descanso en el que cedió el protagonismo a Teddy Thompson, que además de telonero ejerció de guitarrista de acompañamiento, y uno de sus coristas, continuó estrenando canciones y alternando alguno de sus clásicos, como la majestuosa Going to town, con la que llegó lo mejor de la noche. A pesar de que la temperatura ya iba haciendo estragos entre el respetable, pocos se movieron del asiento, salvo para levantarse a aplaudir ya en los bises. Para redondear una noche perfecta, Rufus decidió regalar, solo al piano, un último tema que ni siquiera figuraba en la lista de sus técnicos, el precioso Poses. Así culminó una noche mágica que supuso una de las pocas concesiones de los responsables del noble recinto nazarí a otras músicas fuera de las programadas por el Festival de Música y Danza o escogidas presentaciones flamencas. La música de Rufus Wainwright es exuberante y sus modos excesivos y grandilocuentes, lo que hace que a muchos les resulte afectada y hasta relamida. Insoportable para unos; irresistible para otros, pero nadie discutirá que el escenario del auditorio del Generalife se abrió a un artista con mayúsculas

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