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La Aurora de Morente

  • La viuda del cantaor granadino inaugura el próximo 14 de febrero una exposición en el Teatro Español de Madrid en la que recopila su trabajo de los tres últimos años, marcado por el dolor y el sentimiento de pérdida.

Aurora Carbonell ha estado tres años sentada en las escaleras que van desde el salón de su casa en el Albaicín a la diáfana galería que es su estudio de pintura. Vestida de negro, con el pelo recogido en un moño y con las manos sobre su cara, escondiendo el rostro. Así resume su vida desde la desaparición de su marido, Enrique Morente, y así se ha pintado en un autorretrato donde el color negro sólo deja paso al gris. En su amplia casa no queda ninguna esquina en la que no haya llorado amargamente y no hay ningún rincón en el que no haya una de sus creaciones, que se dispersan por  todas las estancias como si en vez de cuadros fueran hojas que caen de un árbol y se esparcen siguiendo un plan oculto.  Porque cada obra de Aurora Carbonell es una lágrima y, al mismo tiempo, un golpe de rabia más o menos contenida. Todavía duda y busca la palabra menos dolorosa para referirse a la muerte de su marido, pero confiesa que ya está consiguiendo levantarse de esas escaleras en las que ha estado sentada como en un callejón sin salida; ha recogido sus pedazos, como aparece en otra de sus obras, titulada La Aurora rota, y se va recomponiendo "por el bien de mis hijos", dice.

En unas semanas expondrá su trabajo en el Teatro Español de Madrid en una exposición que es el núcleo duro del  Memorial Morente Más Morente, en el que más de 50 artistas se han sumado a esta gran cita que comprende varios conciertos, exposiciones, encuentros y performances. En realidad, la génesis de la exposición fue el encargo de su marido para que le pintara los ojos de Picasso en el documental Morente, el barbero de Picasso, de Emilio Ruiz Barrachina. "Pero con la mala sombra de que justo aquellas días nos comunican su enfermedad y yo pinto esos ojos con la tragedia que tenía", cuenta sobre una mirada espantada que se clava en el espectador y le persigue como un mal presagio. "La gente me pregunta cómo es posible que siendo gitana me guste la música clásica y la pintura, y así es, me gusta el arte, he tenido la suerte de vivir muchos años junto a un artista", comenta Aurora Carbonell mientras de fondo, efectivamente, el sonido de un piano se funde con el atardecer que entra a través de unos grandes ventanales, escenificando que la luz vuelve a entrar en la casa del Albaicín.

Sus cuadros sorprenden, sobre todo en una persona que siempre ha estado en un discretísimo segundo plano.  "He vivido con un genio 35  años, hemos visitado los mejores museos, nos hemos emocionado y hemos llorado juntos ante un cuadro de Monet sin pronunciar palabra, una de las cosas que tiene el arte es que es un lenguaje que te permite navegar en silencio y sacar todo lo que  llevas dentro", dice con voz queda,

Con un marido que hizo añicos los límites de la creación,   ella no podía limitarse a pintar cálidas playas o macizas Alhambras en tonos pastel, aunque desde su balcón casi se puede tocar la Torre de la Vela. "Mi territorio de creación es virgen porque sale del alma, soy una artista autodidacta, no tengo una técnica aprendida, todo surge de corazón, yo no he hecho esto para que los críticos digan que está mejor o peor, lo he hecho para salvar mi alma", continúa sobre unos cuadros en los que Enrique Morente aparece una y otra vez; incluso en lienzos en los que no se adivina más que un borrón, ella guía al espectador, le hace centrar la mirada y, efectivamente, aparece la silueta del cantaor entre las brumas de los brochazos, demostrando que el dolor,  igual que el amor, es infinito. Al lado aparece su silueta negra: "Estoy como buscándolo", confiesa. "Hubo un momento en el que no encontraba razones para seguir, nada tenía sentido", continúa aunque no es necesario que lo explique después del primer vistazo a su trabajo. Al lado, otro retrato del creador, pero este se sale de la tragedia que se comprime en la galería y aparece con tonos pastel, de perfil. Sin embargo, aparece como una corona de espinas difuminada. "No he buscado la tragedia en estos cuadros, pero como es una pintura que sale del corazón siempre acaba apareciendo".

Aurora Carbonell no se ha limitado a los pinceles y está creando una colosal estatua de su marido a partir  de verjas y trozos de hierro que ha ido recogiendo de la calle y que, seguramente, irá a un plaza que próximamente se inaugurará en Madrid que llevará el nombre del artista. También hay una guitarra forrada de latón en la que la caja de resonancia es el rostro de Aurora con mantilla y con un grito ahogado en los labios. Otra guitarra dentro de un lienzo parece, a primera vista, menos sobrecogedora, pero si se fija la mirada se observa que las cuerdas están hechas con alambradas.

A los cuatro o cinco meses "de esto"  se fue a Mallorca a casa de una amiga y en pleno mes de agosto le entró una necesidad irrefrenable de hacer esculturas de piedra. Con una botella de agua y el sol de agosto encima como una losa iba por las canteras buscando "porque necesitaba sacar la rabia a través del martillo y del cincel, me estaba ahogando".

Hasta que dio con una en la que atisbó la cabeza de su esposo. Así que cogió la piedra, que pesaba tanto como su dolor, y se la llevó a casa porque estaba segura de que la cara tenía que aparecer. Y se lió con el cincel y fueron saliendo los ojos, la nariz, la boca...

A su vuelta a Granada solía coger el coche para irse "vagabundear" y buscar escombros que encerraran en su ruina un rostro y una verdad al mismo tiempo.  Compró masas de alambre, cogió sus alicates e hizo una Estrella Morente a tamaño natural y con bata de cola. Con esta técnica está realizada la estatua de su marido que irá a un parque madrileño y un descomunal toro que parece estar esperando el capote de su yerno, el torero Javier Conde. Estas obras están en la cochera de la casa, donde está aparcado el coche del cantaor, sobre cuyo maletero ha extendido una manta en la que deposita sus herramientas.

En esta casa, las cosas tiene un valor diferente y la única moneda de curso legal es la creación y la amistad. Por eso un coche lujoso se convierte en una estantería mientras Aurora se desplaza en un pequeño utilitario. Es este ideario el que explica episodios como el trueque que realizó el cantaor granadino con Camarón. El gaditano fue a visitarlo a su casa -por entonces vivía en su piso sin ascensor- y se encaprichó con el pequeño estudio de grabación que Morente había comprado con bastantes fatiguitas. Camarón le propuso cambiárselo por un walkman y, momentos después, ambos estaban bajando bafles y equipo por las escaleras.

Todas las obras llevan por nombre temas del creador de Omega  y, aparte del cantaor, autorretratos de Aurora Carbonell y creaciones sobre sus hijos, la exposición de Madrid también incluirá un retrato de Federico García Lorca que lleva por título Poesía aniquilada y los ojos picassianos. También un cuadro titulado Rabia, un infierno de color sangre que lleva las cicatrices de las cuchilladas que le asestó Aurora Carbonell en un impulso que unía la creación y la destrucción. "Me ha dejado un vacío inmenso", resume la mujer de negro, que no quiere hablar en este momento del doloroso juicio por la muerte de su marido. Justo en este momento se hace el silencio y Aurora reprime las palabras bajo uno de su lienzos, que lleva por título La verdad salió perdiendo.

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