Literatura

Ayala y los animales: «¿Dónde está el Tigre?»

  • La viuda del escritor repasa el vínculo del autor granadino con la fauna que lo acompañó en vida y apareció reiteradamente en su obra

Ayala y los animales:  "¿Dónde está el Tigre?"

Ayala y los animales: "¿Dónde está el Tigre?"

A Francisco le gustaban los animales… tanto vivos como fenecidos, fantásticos como reales. Aparecen en las obras de ficción, las memorias y ensayos del granadino escritor. En ellos veía siempre algún reflejo —bien sea positivo, bien sea negativo— del ser humano.

Resulta evidente en el conjunto de la obra de Ayala un respeto a los animales que remonta, claramente, a sus propias vivencias personales, especialmente a las de los primeros tres lustros de su vida, período que tuvo la enorme suerte de pasar en la hermosa, histórica y todavía poco urbanizada ciudad de Granada. Ese mundo suyo, lleno, por cierto, de animales, tanto reales como fantaseados, jamás se le olvidará.

De niño y de joven, como digo, disfrutó mucho de la compañía de animales: de los perros y los gatos; de los burros y caballos; de las aves, como las palomas que su madre cuidaba en una casa en el Albaicín; el mono de Guinea que le regaló su tío Pepe, o los gorrioncitos a los que, ya de muy mayor, le gustaba echar migajas en el madrileño Parque del Retiro… Hasta mi querido gato Grey-Grey llegaría a elegir dormir encima de los pies de Francisco antes que los míos…

Desde muy temprano Ayala se sintió fascinado por los animales disecados: aquellos especímenes, aparentemente reales, que solo en el exterior —sus plumas o pellejo— lo son. El desarrollo de la taxidermia, hacia finales del siglo XIX, coincidió con el de las teorías de la evolución del naturalista inglés Charles Darwin. También en aquella época empezaron los europeos a desplazarse por tierras lejanas… desde las que regresaban a menudo con trofeos cuanto más exóticos, mejor. No solo en los nuevos museos de historia natural, sino en espacios tanto públicos como privados se exponían animales disecados de todos los tamaños.

En aquel mundo granadino del joven Francisco Ayala se le juntaban, a veces, la fantasía con la realidad: como en el caso de los tres búhos de la rebotica de su tío, dos de ellos “disecados y el búho vivo que —escribe el narrador—, cuando se haya muerto, y una vez disecado, seguirá mirándome todavía con ojos de cristal” (“Latrocinio”). Muerte y vida; realidad y fantasía.

Aunque en su día nuestro futuro escritor tuvo problemas con la asignatura (por las clasificaciones —explica en sus memorias— que “se negaba a retener mi memoria”), le encantaba, en cambio, examinar de cerca los magníficos ejemplares de animales disecados expuestos por todo el edificio del Instituto General y Técnico de Granada (hoy Instituto Histórico Padre Suárez), donde estudió el bachillerato.

Numerosísimos son los búhos en la colección del instituto, pero en lo que respecta a tigres, solo hay uno: el Tigre, que desde hace décadas ha seguido avanzando con cautela al aire libre, en lo alto de un muestrario. Si el búho es el símbolo de la sabiduría (de la que hay mucha en el Padre Suárez…), el tigre lo es del poder y la pasión, atributos estos tampoco ausentes en el ánimo del público espectador. Por deseada que sea, la sabiduría es discreta… mientras que la pasión y el poder en modo alguno lo son.

Según cuenta la leyenda, subiendo la escalinata frente a la entrada principal del Padre Suárez el casi centenario exalumno Francisco Ayala miró hacia arriba, a su izquierda, y preguntó: “¿Dónde está el tigre?”. Como se sabe muy bien a qué tigre se refería, la única duda que tenemos es su emplazamiento —desde el Gabinete de Ciencias Naturales original— antes de pasar a su presente sitio de honor en el Museo de Ciencias.

Y ¿qué más da? Se trataba, para Ayala, de un recuerdo convertido en leyenda ya. Quienes han llegado, ahora, al final de la exposición de La Granada de Francisco Ayala han descubierto por sí mismos dónde el tigre está.

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