Balada de los dioses guerreros
Creado en 1962 por el infatigable Stan Lee, Thor, el Dios del Trueno, ha sido objeto recientemente de una exitosa adaptación al cine. Ésta es su historia
Después de dar vida al increíble Hulk -cuenta la leyenda-, el guionista Stan Lee quiso superarse a sí mismo. Para satisfacer tal pretensión, sin embargo, tras concebir a un titán como Hulk, no le quedaba sino alumbrar a un dios. Atraído por las posibilidades espectaculares de esas castas de dioses armados con hachas rotundas y coronados con cascos de fieras cornamentas, el escritor dirigió su mirada hacia la mitología nórdica y se decantó por Thor, Dios del Trueno entre otros atributos. En la tradición germánica, además de sobre los fragores de la tormenta, este hijo de Odín tiene potestad sobre las cosechas y la justicia, los viajes y las batallas; su arma es un martillo de nombre Mjolnir que acierta invariablemente en el blanco para luego regresar mansamente a manos de su amo. Curiosamente, durante la cristianización de Escandinavia, el Mjolnir fue usado como amuleto entre quienes se negaban a abrazar la cruz. Al culminar dicha evangelización, Thor sería estigmatizado y de dios degradado a diablo.
Cuando entró en la Marvel, por contra, de dios protector en la batalla pasó a ser un tipo arrogante y belicoso a quien su padre expulsa de Asgard, el paraíso de estos guerreros omnipotentes, y envía a Midgard (la Tierra) para que aprenda humildad. Al igual que Aquiles, Thor es un paladín incapaz de dominar su propia ira. Como infinidad de otros héroes, debe colmar el vacío existente entre su padre y él. Con estos pocos elementos -un carácter, un conflicto-, Stan Lee dio el pistoletazo de salida a un nuevo serial aventurero. El primer episodio, dibujado por Jack Kirby, apareció en el número 83 de Journey Into Mistery, correspondiente a agosto de 1962. Allí, el doctor Donald Blake, un médico estadounidense de vacaciones en Noruega, encuentra un bastón en una cueva perdida; al golpearlo contra la roca, el bastón se transforma en el Mjolnir y transforma a Blake en Dios del Trueno. La expulsión de Asgard es un hecho consumado; Thor vive doblemente exiliado, en la Tierra y dentro del frágil cuerpo de un simple mortal.
Los versos inaugurales de esta balada épica, así como el borrador de la correspondiente cosmogonía, se afinarían con posterioridad en una serie titulada Relatos de Asgard que bebe por igual del vino espeso de las sagas germánicas y del refresco con burbujas de las historietas pulp. Al nacer en plena Guerra Fría, además, Thor fue uncido al yugo de la propaganda y, en una de sus primeras aventuras, llevado a un país latinoamericano, San Diablo, para luchar contra las huestes luciferinas de la Unión Soviética. Aún habría de vérselas con el comunismo en varias ocasiones hasta que, pasada la fiebre, pudo prescindir del vasallaje a la patria y luchar contra villanos más acordes a su naturaleza. Eso sí, en ningún momento ha abandonado la liza de la cultura popular. De hecho, en fechas recientes, el serial ha sufrido influencias más decisivas de El señor de los anillos y otras sagas seudo-artúricas, con más cacharrería que metal, que del folklore escandinavo del cual, a decir verdad, se tomó apenas una imaginería exótica, un verbo solemne y unas interjecciones inesperadas: ¡Por Odín! ¡Por Asgard!, brama Thor en la batalla.
Libre de las ataduras coyunturales, Thor pudo ser quien es. No un superhéroe oculto bajo un aspecto inocuo, sino un hijo de dioses, dios a su vez. En Las edades del trueno (2008), el fin se cierne sobre Asgard en forma de gigantes de hielo provenientes de Jotunheim, otro reino imposible e impronunciable no muy lejos del suyo; los gigantes quieren capturar a Idun, la bella recolectora de las manzanas doradas que otorgan sus poderes a estos imbatibles luchadores. En Reinado de sangre (2008), la susodicha Idun arroja una maldición sobre la Tierra, los cielos se cubren de nubes infernales, comienza a llover sangre y esta lluvia levanta a los muertos de sus tumbas, de modo que el furibundo y rubicundo Dios del Trueno deberá enfrentárseles. En El juicio de Thor (2009), el hijo de Odín se enfrentará a su doble, una criatura fraguada gracias a una insólita alianza entre una raza de gigantes y otra de enanos, enemigos ambos de los habitantes de Asgard.
El trabajo de Patrick Zincher, Khari Evans o Cary Nord -los artistas responsables de estas historietas- es admirable, se lo mire por donde se lo mire, pero quizás no baste para seducir al lector. Para que la seducción surta efecto, éste debe someterse a los designios de un mundo superlativo que se mueve permanentemente por los extremos, sin pisar nunca el punto medio. Hablamos de un mundo de mortales e inmortales en pugna permanente. Un mundo de colosos y gnomos, hadas y brujas, monstruos y beldades, sin medias tintas. Un mundo de gestos y gestas. El mundo de los héroes, he dicho.
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