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Un Calixto Sánchez muy ligero

Atrevimiento es la primera palabra que me viene a la cabeza para definir el concierto de Calixto Sánchez en el Teatro Alhambra y por ende el disco que presentó, Andando el camino. Atrevimiento y ligereza, aunque no provocación y frivolidad. Nada más lejos de mi intención. Quien acudiera a ciegas a esta presentación pudo salir algo desconcertado. Un cantaor ortodoxo, académico como ninguno y con una jondura emblemática, haciéndose acompañar de un teclado, de un bajo eléctrico y de una travesera, es algo que no termina de encajar. Conociendo, sin embargo, las inquietudes de búsqueda de este flamenco de Mairena del Alcor, no es de extrañar que apriete un poco más las tuercas, se salga del camino, pero sin abandonarlo, y se haga arropar de otros instrumentos y de ese aire más festivo. Pues, cuándo se ha visto que un disco de Calixto contenga nada menos que tres bulerías. Tres bulerías y unos tangos y unas cantiñas y unas marianas, que son todo alegría.

Pero se trata de Calixto Sánchez, un cantaor emblemático, que lleva 35 años de profesión. Es realmente como el flamenco avanza. Desde el más profundo conocimiento y el respeto más sincero, se pueden permitir estos devaneos. El cantaor en plenas facultades y sabiendo lo que hace, expuso su verdad. No se puede pedir más. En primer lugar, acompañado tan sólo del piano de Gustavo Olmedo, cantó la zambra Quisiera volver, que sonó como el preliminar regalo a la tierra que siempre lo acoge con los brazos abiertos. Para las malagueñas y las dramáticas seguiriyas, sus aportaciones más cabales, lo arropó la fiel guitarra de Manolo Franco. Los cantes de levante, No grites más, fueron una revolución. La repetición raveliana de algunos acordes y la intervención del bajo y del piano, junto con las palmas y el ritmo machacón de las dos guitarras, hacían parecer que sonaba un blues por tarantos. De las marianas, Buscando la vida, resultó otro experimento. Calixto Sánchez prescinde de los momentos más templados y de los tientos y propone únicamente el soniquete por tangos.

Acabando el concierto, el cantaor sevillano, abundando en la fiesta, se pone en pie y nos regala las rumbas A un olmo seco, uno de sus grandes éxitos (si se puede hablar de esta forma en el flamenco), pertenecientes al trabajo Retrato flamenco (2001), donde canta a Antonio Machado. Después vinieron las cantiñas A la sombra de la parra, que acogen las estrofas más populares. Y, para terminar, un generoso remate por bulerías, en el que destacó la cómica historia de Manolita y, como nos tiene acostumbrados, las Habaneras de Cádiz de Carlos Cano, cerrando así el tácito homenaje a Granada.

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