Caricatura del fascismo cantarín

Mónica Francés

02 de noviembre 2009 - 05:00

Texto: Antonio Álamo. Compañía: K Producciones. Intérpretes: Adolfo Fernández (actor) y Mariano Marín (músico). Escenografía y vestuario: José Ibarrola. Música original y espacio sonoro: Mariano Marín. Dirección: Álvaro Lavín. Lugar: Teatro Alhambra. Fecha: viernes 30 de octubre de 2009.

El tiempo, la memoria de cada espectador, dirá si Cantando bajo las balas deja de ser o no una obra más, entre otras, puesta a caricaturizar el delirio fascista de la Guerra Civil. La pieza no termina de trascender la anécdota satírica, el General Millán Astray -fundador de la Legión y primer mando de Franco en la campaña africana- salido de la ultratumba para, a modo de showman polvoriento, contar y cantar su vida y milagros al servicio de España y Franco, Franco, Franco.

La dramaturgia sitúa el monólogo alrededor del General rememorando y comentando el primer acto oficial franquista, la mañana del 12 de octubre de 1936, en el que reunido junto a otras personalidades de la nueva oligarquía en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, a punto estuvo de linchar al rector, Don Miguel de Unamuno, quien salvó el pellejo ahuecando bajo el ala de Doña Carmen Polo. A esa narración base, que escénicamente se recrea con la aparición de marionetas gigantes cual coro decrépito pendiendo en el aire; se superponen otras tantas historias de batallitas, heridas de guerra, extremaunciones, arengas psicóticas a la patria, salves a la muerte o lecciones de buenos modales a las tropas.

A su vez, la narración escénica se interrumpe a lo largo de la pieza con todo un popurrí cabaretero de canciones, de la Legión y de Celia Gámez, acompañadas al piano. Apoyan en aire decrépito, muestran al fanfarrón pavoneándose con aires de grandeza y sirven en bandeja la caricatura del personaje.

La repetición es algo que no termina de justificar bien la pieza. Repite hasta la saciedad un par de estribillos: "12 de octubre de 1936" dramáticamente sirve para retomar la narración de la situación dramática base, y "En los detalles, Dios está en los detalles" que redunda en lo maniaco. Esta serie de repeticiones unida a la multitud de canciones que interrumpen la narración, da la impresión de que juegan a la contra de la tensión dramática, desactivan en ocasiones la atención del espectador.

Aunque el personaje del fascista cantarín y toda la puesta en escena apunten a reproducir el lugar del patio de butacas como público asistente al acto en el Paraninfo, en ningún momento la pieza consigue una identificación del espectador con el público del año 1936. No llega a colocar al espectador en un lugar incómodo o contradictorio, sencillamente le deja ver el show. Cuenta Álamo que desde su admiración a Unamuno, indagando sobre su adhesión al régimen franquista, se topó con Millán Astray. Lástima que en la pieza quede en primer plano lo caricaturesco y en segundo, una cuestión más cercana: qué adhesiones o contradicciones políticas toleramos a la intelectualidad.

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