Christophe Coin, un genio de la cuerda

Christophe Coin recibió los parabienes del público.
Christophe Coin recibió los parabienes del público.
Gonzalo Roldán Herencia

23 de septiembre 2013 - 05:00

Programa: Christoph W. Ritter von Gluck, Iphigénie en Aulide (Obertura); Antonin Kraft, Concierto para violonchelo y orquesta en Do mayor op. 4; Joseph Haydn, Sinfonía núm. 104 en Re mayor "Londres". Orquesta Ciudad de Granada. Director y solista: Christophe Coin (violonchelo). Lugar y fecha: Auditorio Manuel de Falla, 20 de septiembre de 2013

Como viene siendo ya una tradición, la Orquesta Ciudad de Granada inaugura su temporada con un ciclo de otoño centrado en la interpretación más purista de la música, para lo que traen a figuras destacadas de la música camerística que extrapolen a la sonoridad orquestal el intimismo de este repertorio. Este año se ha invitado a dos de los componentes del Cuarteto Mosaïques, una de las formaciones más cotizadas a nivel internacional, cuyos cuatro miembros son igualmente figuras destacadas de su instrumento. Así, para el primer concierto del ciclo contamos con la presencia de Christophe Coin, un violonchelista del más alto nivel cuyo profundo conocimiento del instrumento e intuición artística le señalan como un gran director y un todavía mejor solista.

El concierto se centró en tres obras del clasicismo, un repertorio en el que las dimensiones controladas de la orquesta permiten realizar un trabajo preciosista tanto en las cuerdas como en los vientos. Así, la obra que abrió el programa, la obertura de Ifigenia en Aulide de Gluck, supuso en manos de Christophe Coin toda una lección de balance sonoro y trabajo motívico; cada melodía iba destacándose sobre una textura homogénea y muy dinámica, creando de este modo una imagen perfecta de la partitura que sobrecogió al público y le mantuvo en expectativa durante toda la primera parte del concierto.

La obertura de Gluck acompañaba al Concierto para violonchelo y orquesta op. 4 de Antonin Kraft, compositor y chelista checo coetáneo de Gluck, Mozart y Haydn que, sin embargo, no ha obtenido una gran proyección pese a la calidad de su música. Christophe Coin decidió enlazar la obertura con el concierto, sin pausa entre ambos. Esta práctica era relativamente frecuente en la época en que se compuso el concierto, por lo que no ha de resultar extraño; de hecho, con ello Coin consiguió mantener la tensión y concentración que había obtenido con la primera obra del programa, poniéndola de este modo al servicio del concierto de Kraft. El director, con total naturalidad, inició el concierto de chelo dando las indicaciones oportunas desde el podio a la orquesta; luego, suave y delicadamente, abrazó su instrumento y lo hizo sonar como pocas veces ha podido escuchar el Auditorio Manuel de Falla. Las notas brotaban del chelo sin aparente dificultad, fluyendo en un discurso coherente y enormemente emotivo, en perfecta sintonía con el fondo orquestal. Coin tiene una técnica interpretativa muy depurada, adaptada al repertorio clásico de la partitura; sin abusar del vibrato ni de movimientos bruscos, su forma de articular las notas es más natural, con una pulsación sobre el mástil más delicada, pero llena de fuerza y expresividad. Cabría destacar la elocuente melodiosidad de la Romanza intermedia, en la que Kraft concede el protagonismo absoluto al chelo.

La segunda parte del concierto se dedicó por entero a la Sinfonía núm. 104 'Londres' de Haydn, una obra muy en consonancia con el resto del programa que, además, presenta la particularidad de representar el legado sinfónico de su autor. Compuesta en los últimos años de su vida para ser interpretada en la capital británica (de ahí su nombre), en esta obra Haydn resume su estilo sinfónico a la perfección. El primer movimiento, con una dramática introducción lenta, estalla en una melodía de optimismo desbordante, cuyo desarrollo perfecto es digno de ser considerado como modelo en cualquier manual de estilo. Le sigue un elegiaco andante y un minué en el que Haydn volcó buenas dosis de inspiración para escribir uno de los tríos más delicados y bellos de su producción. Finalmente, un dinámico Spiritoso concluye la obra de forma ágil y brillante, sin dejar equívoco ante el hecho de haber escuchado una gran página del sinfonismo clásico. Todos estos elementos fueron felizmente aprovechados por Christophe Coin, que desbordó una dirección dinámica y dúctil ante una OCG perfectamente empastada en las cuerdas y rotunda y precisa en cada intervención de los vientos. Orquesta y director realizaron una magistral labor conjunta para revivir la partitura en un diálogo lógico y comprensible hasta en sus más recónditos matices.

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