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Creación, creatividad y crisis

  • Lejos de amilanarse ante las fauces abiertas de la debacle económica, en lo que va de año Vagamundos, colección de Traspiés, ha añadido dos nuevos estupendos títulos a su catálogo

Giorgio Scerbanenco. Traspiés. Granada, 2010

En enero, el anuncio de la Junta de Andalucía de los drásticos recortes que acometería en el capítulo de ayudas al ámbito editorial andaluz puso sobre la mesa una realidad compleja. Por un lado, es absurdo pretender una industria permanentemente subvencionada, como dijeron los responsables de la Junta, pero por otro, sin esas inyecciones económicas (basadas sobre todo en la compra anticipada de ejemplares para bibliotecas) a muchos sellos les va a resultar difícil apostar por autores poco o nada conocidos, o llevar a buen puerto iniciativas destinadas a un público no mayoritario en las cuales el concepto de calidad se impone al de cantidad en todos los sentidos. Como es fácil de prever, las pequeñas editoriales se llevarán la peor parte. Y conviene detenerse en este punto: con la pérdida de éstas, perdemos todos.

La labor de estos pequeños sellos es inapreciable, pues no pocas veces nacen y crecen no por afán de lucro, sino por un auténtico amor a la profesión. José Antonio López, uno de los socios fundadores de Editorial Traspiés y el principal impulsor de la colección Vagamundos, me comentaba que si sus intenciones hubieran sido exclusivamente ganar dinero se habría dedicado a otra cosa; los beneficios, cuando los hay, apenas cubren el tiempo y el esfuerzo puestos en la empresa. En muchos casos, la reticencia de distribuidores o la desconfianza de libreros obligan al pequeño editor a acompañar personalmente el producto desde el instante de recibir el manuscrito de manos del autor hasta que ocupan su rinconcito en los estantes de las librerías. Y cuando digo personalmente no uso el adverbio de manera metafórica. Deben encargarse ellos mismos, digo, de pasar por la imprenta para recoger el material y llevarlo a los puntos de venta; deben ocuparse de contactar con los medios de comunicación y organizar las presentaciones; deben responder a los pedidos y llevar los paquetes a correos. Sobre sus hombros se descargan las tareas que corresponderían a varios departamentos en cualquier gran editorial.

Imagino que a ningún editor le gusta perder dinero, pero me atrevo a decir que los pequeños están menos sujetos a los imperativos y las trampas del mercado, y esto por una razón: en general, las fórmulas de éxito están mejor y suficientemente explotadas por las firmas de mayor alcance. Las editoriales pequeñas suelen ocuparse de los espacios desatendidos por las grandes, de ahí su ancestral dedicación a temas locales. No obstante, esta relativa independencia del gran mundo ha traído consigo propuestas harto interesantes. Y a los ejemplos nos remitiremos. Traspiés, antes mencionada, que hasta entonces se había movido en el campo de la narrativa breve, creó hace poco más de un año una nueva colección, Vagamundos, también mencionada, dedicada al libro ilustrado, una modalidad que encarece ya de entrada cualquier tirada, reduciendo aún más el margen de ganancias. Pues bien, lejos de amilanarse ante las fauces abiertas de la debacle económica, en lo que va de año Vagamundos ha añadido dos estupendos títulos a su catálogo.

El primero de ellos es Memorias, un libro de fotografías en glorioso blanco y negro comentadas por el propio autor, Juan Villalta, que conforman un documento de un valor excepcional, un gajo de Historia reciente. El caso de Villalta es singular, pues lleva medio siglo dedicado a la fotografía, ha expuesto a lo ancho y largo de Andalucía y cosechado una prieta brazada de premios, todo ello por libre. Villalta es una persona autodidacta que ha aprendido el oficio ejerciéndolo, y lo ha ejercido al margen de escuelas y camarillas. Sus fotografías atrapan al vuelo retazos de la vida de cada día, en especial de Tarifa, su ciudad natal, y encierran el alma de gentes humildes que suelen plantarse ante la cámara, pero no posar, que no sabrían hacerlo. En Memorias encontramos instantáneas de realidades idas, como las de los muletillas que otrora se echaban al camino en busca de un apoderado o de una oportunidad. En la actualidad, como apunta Villalta, las escuelas de toreo han acabado de un plumazo con esta figura; esa realidad 'presente' en las fotos es hoy pasado.

El segundo de estos nuevos títulos es también de excepción, El diablo en la botella de Robert Louis Stevenson, en una excelente traducción de Federico Villalobos y con unas magníficas ilustraciones de Pablo Ruiz. Según la nota biográfica -y cuesta creérselo- éste sería el primer trabajo profesional de Ruiz en las vestes de ilustrador, pero, visto lo visto, se diría que lleva toda la vida haciéndolo. En esta hermosa historia, Stevenson habla de una misteriosa botella con un demonio en su interior que satisface cualquier deseo de quien la compre (Por ejemplo, en su día estuvo en manos de Napoleón y Europa se puso a sus pies). Una regla no escrita exige desprenderse de la botella por un precio menor de cuanto fue adquirida pues, en caso de morir siendo su poseedor, el alma del infortunado arderá en el infierno… La prosa cristalina de Stevenson, las poderosas ilustraciones de Pablo Ruiz y la cuidada edición convierten el libro en una pequeña joya. Y vuelven a ser válidas las consideraciones de otras veces: los tiempos de crisis quizás afecten a la creación, pero no a la creatividad.

Robert Louis Stevenson. Traspiés. Granada, 2010

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