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Demasiados cadáveres en el maleteroOtra de los Warren marchando

El segundo largometraje de Gonzalo Bendala (directos de Asesinos inocentes) sigue transitando por la senda del género, aquí revestido de anécdota cotidiana (un viaje nocturno de regreso a casa trufado de accidentes y condenado a la tragedia), y puede leerse en dos claves no sé si contradictorias.

La primera apunta a su propio mecanismo de thriller, en el que el Bendala guionista parece ir siempre por delante del Bendala director a pesar de que este último le saque brillo a una imaginación demasiado caprichosa a la hora de poner a su protagonista, interpretado por un esforzado Julián Villagrán, contra las cuerdas de su destino.

Funciona mejor como ejercicio de tensión sostenida que como mecanismo narrativoLo que hay aquí es terror de quinta categoría: escobazos del tren de la bruja

La segunda lo hace a un subtexto tan ambiguo como esquizofrénico en su retrato bastante misógino (ahí están esas mujeres, la esposa y la chica accidentada, entre la perfidia y la histeria) que deja empero a nuestro atribulado e inseguro (hasta lo exasperante) protagonista como una suerte de víctima inevitable de la presión ambiental dictada por los nuevos feminismos.

Sea o sea esta la intención de su autor, Cuando los ángeles duermen funciona mucho mejor como ejercicio formal de tensión sostenida, puesta en escena y atmósfera que como mecanismo narrativo verosímil, lastrado por demasiados quiebros, desdobles, azares y agujeros negros de guion como para que el desenlace y su retruécano irónico en forma de epílogo nos recompensen tras tanto artificio acumulado.

Desde 2013 Expediente Warren: El conjuro de James Wan ha ido pariendo secuelas, precuelas y periferias (eso que llaman spin-off) con una asombrosa fecundidad: Annabelle (2014), Expediente Warren: El caso Enfield (2016), Annabelle Creation (2017) y ahora La monja. Sin que la cosa quede ahí, porque hay anunciados otros dos títulos para 2019. Aunque no podrá superar a la explotación de su más claro precedente, aquel Amityville con el que los Warren también tuvieron que ver y al que entre 1979 y 2017 le exprimieron 13 largometrajes.

Todo se basa, al menos en origen, en los supuestos casos reales vividos por los investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren. La cosa en esta ocasión nos lleva a una muy apropiada Rumanía plagada de tópicos y va de monjas, curas y novicias que tienen que vérselas con posesiones diabólicas, congregaciones secretas, conventos alzados sobre terrenos peligrosos y batallas entre legiones celestiales y demoníacas.

Da pereza, ¿verdad? Pues más aún da si se comete la imprudencia -porque mira que la cosa está clara y no engaña- de verla: terror de quinta categoría, de sustos de escobazos del tren de la bruja, de sobresaltos logrados a base de decibelios. Taissa Formiga es la novicia, Demián Bichir el Bourne del Vaticano y Bonnie Aarons la monja diabólica. Dirige la cosa Corin Hardy, que obtuvo cierto éxito con The Hallow, otra película de malos rollos que le valió entrar en la factoría de James Wan. En mala hora.

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