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'Deshabitados' reúne las voces revovadoras de jóvenes poetas

  • La antología recoge la obra de 19 de los autores más destacados que participaron en el congreso 'Las afinidades discursivas', coordinado por Juan Carlos Abril

En marzo de 2007 se celebró en Granada un congreso (por título Las afinidades discursivas) que pretendía reunir a los poetas jóvenes más destacados del panorama nacional. Junto a ellos participaron, presentando y moderando las distintas mesas, un grupo de críticos literarios bien atentos a las directrices de la nueva poesía. Es decir: el encuentro tenía un carácter eminentemente renovador, tanto en las voces como en sus interpretaciones. De ese cónclave (coordinado por Juan Carlos Abril y subvencionado por la Universidad de Granada) surge la antología que aquí presentamos, igualmente firmada por Juan Carlos Abril en un sesudo pero divulgativo prólogo (a propósito no sólo de la presente antología sino también de la tradición de este tipo de compilaciones en nuestra historia literaria reciente).

19 son los autores antologados, todos ellos nacidos entre 1971 y 1985: Abraham Gragera, Alberto Santamaría, Ana Gorría, Andrés Navarro, Antonio Lucas, Carlos Pardo, Elena Medel, Fruela Fernández, Guillermo López Gallego, Josep María Rodríguez, Juan Andrés García Román, Juan Antonio Bernier, Juan Carlos Abril, Julieta Valero, Marcos Canteli, Mariano Peyrou, Miriam Reyes, Yolanda Castaño y un servidor. No se recogen, sin embargo, las apreciaciones que en su día pronunciaron los críticos, porque el resultado final pretende ser un antología pero no al uso, que hay ya bastantes en el mercado y muy parecidas; una antología más bien de propuestas y reflexiones en las que se combinen, por supuesto, las propias creaciones. En el prólogo dijimos, a propósito del personaje poético de las últimas décadas, que el dibujo se diluyó en su propio diseño, y que hoy teníamos más que personajes bien delineados, ideas, retazos y bocetos; del mismo modo podríamos decir que las poéticas que aquí presentamos son un diseño, y los poemas el dibujo" (p. 43). Pues eso.

No aspira Deshabitados, por tanto, a convertirse en un parte generacional: no propone un corte estético, una tendencia dominante. De hecho, aventuro, ninguno de estos poetas admitiría su pertenencia a escuela alguna. Vivimos una era espídica donde las modas caducan casi a cada temporada (también en literatura), donde el catálogo de gustos y posibilidades es tan extensivo que es imposible que las masas, como en épocas anteriores, se pongan de acuerdo. Muy a pesar de quienes quisieran univocidad de creencias o caracteres humanos, la dispersión nos rige. Decir, entonces, que el eclecticismo es el único rasgo que estos autores tienen en común es tanto como decir que, salvo el oficio y la contemporaneidad, poco tienen que ver los unos con los otros.

Si Elena Medel juega al surrealismo, Mariano Peyrou prueba con ritmos anglosajones. Si Abraham Gragera hace bucolismo con lo irracional, Julieta Valero explota los recursos del coloquialismo. Juan Antonio Bernier escribe minimalista, Juan Andrés García Román desbordado por un torrente de imágenes, Carlos Pardo conteniendo con cinismo las emociones... Cada poeta, en fin, un mundo.

En la introducción, el poeta Juan Carlos Abril distingue, a grandes rasgos, dos maneras de escribir poesía: grave y leve. Pero también -y así lo justifica más adelante- figurativa e irracional. Pero también lírica y metalingüística. Pero también especulativa y sensitiva. Pero también etc. Es decir: se trata de un magma indisoluble que salpimienta, en distintas proporciones, todos los textos aquí recogidos. Y no sólo en cuanto a la naturaleza y el aspecto del poema: basta echar un ojo a las poéticas individuales para comprobar que, en efecto, las distinciones categóricas sólo pueden ser reduccionistas. O, dicho de otro modo: la simplificación teórica se antoja necesaria para aproximar definiciones de una nómina tan heterogénea, tan dispersa en sus estéticas. No es esa, por suerte, la intención de la antología que ahora se publica, sino más bien la de mostrar, la de presentar un escaparate de nombres que, sin hacer grupo, sí que suman partes en un todo (probablemente parcial, pues hasta ahora no se ha demostrado que la calidad o validez de un poeta se calcule según fórmulas inequívocas).

Cada antologado, entonces, reconoce sus motivaciones, sus empeños, su digestión de lecturas, sus cábalas creativas, sus grados de confesión. Y ahí se vuelve a evidenciar que lo único que les une es el oficio. Para otras categorizaciones haría falta un poco de perspectiva temporal. Y personal, desde luego, aunque eso puede, en alguna medida, suplirlo el lector durante su turno, pues tiene aquí la oportunidad de juzgar no sólo la obra sino también los planteamientos teóricos que cada poeta desarrolla. O cree que desarrolla.

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