Diálogos para el alma
Mario Maya recibió ayer un emotivo homenaje en el lenguaje que más comprendía: la danza y el dramatismo se combinaron a la perfección en los jardines del Generalife
MARIO Maya estuvo anoche en alma, como están los que se van pero dejan giros y pisadas imborrables. Bajó el Sacromonte a la Alhambra para recordarle en sus primeros bailes, allá en las cuevas gitanas de Granada donde creció la esencia de su flamenco. Distinto. Un flamenco que también narra en los silencios y que inventa una nueva forma de danza para el hombre. Faltó sobre el escenario su hija Belén Maya, quien alentó el tributo a su padre, y que no pudo repetir el intenso momento que vivió Sevilla durante la gala de entrega de los premios Giraldillo de la Bienal de Flamenco en la ejecución de una seguiriya donde le bailaba en persona al mismísimo luto.
El homenaje al bailaor, compositor y coreógrafo construyó anoche en los Jardines del Generalife un diálogo a Maya con los movimientos que inventó para Réquiem para el fin del milenio, Diálogo del Amargo, Cantes de Trilla y Martienete o la prodigiosa Camelamos naquerar, revindicación del pueblo gitano hecha baile, con la que tanto éxito obtuvo.
Anoche se disfrutaron diez cuadros de sus ballets más emblemáticos con algunos de los bailaores que aprendieron de sus enseñanzas musicales -destacaron especialmente la suave precisión de Rafaela Carrasco y la pasión que quizás le venga de sangre de Juan Andrés Maya-, pero sobre todo humanas, puesto que le conocieron de cerca, y que trasmiten sus enseñanzas unas veces juntos y otras por separado. Unas implícitamente y otras con el objetivo claro y directo de hacerlo, como en esta ocasión. De ahí la intensidad que pusieron a sus interpretaciones.
Rafaela Carrasco, Lola Greco, Patricia Guerrero, Pilar Ortega, Manuela Reyes, Miriam Sánchez, Ángel Atienza, Manuel Liñán, Diego Llori, Ramón Martínez, Juan Andrés Maya, Marco Vargas e Iván Vargas bailaron para él poniendo gran parte de la pureza del cuerpo, del cante y del toque que exigía Maya para la correcta trasmisión del flamenco. Ellos pusieron el cuerpo.
La noche sonó a réquiem y a vida a partes iguales con la huella de un hombre que daba más importancia a la narración que a la espectacularidad, más a lo justo que a lo sobresaliente; algo que ha sabido captar Miguel Serrano, director artístico del homenaje, huyendo de la excesividad con la puesta en escena de diez bailes distintos que podrían ser muy espectaculares teniendo en cuenta que es lo mejor de lo mejor de Mario Maya.
Importan los cambios entre uno y otro, puesto que, como el mismo Serrano argumenta, hay una sensación de vacío. Una pérdida irreparable que subyace en la intención que tenía el cordobés de dramatizar la danza.
Empezaron ellas, y se sumaron ellos. Y así, comenzó la noche con un arranque perfecto, Naranja y oliva donde el cuerpo de baile es el protagonista mostrando una de las principales cualidades de Maya como coreógrafo coral -con Carrasco, Guerrero, Ortega, Reyes, Sánchez, Atienza, Liñán, Martínez, y Marco e Iván Vargas- en una pieza que corresponde al espectáculo Réquiem para el fin del milenio que estrenó en el Teatro de la Maestranza de Sevilla en 1994.
Precisamente, era esta particularidad del grupo al unísono una de las finalidades del homenaje de su hija. Una faceta artística que han convertido a Maya en uno de los grandes del flamenco, con esa capacidad de utilizar y mover en escena a grandes grupos de bailarines. Pero también, su faceta como compositor musical y la de su estilo único en el baile de hombre. Circular en su pureza, pero sabiendo evolucionar.
A Naranja y Oliva le siguieron los Cantes de Trilla y Martinete -de los quejíos de Camelamos naquerar- con Juan Andrés Maya, con un taconeo incesante y emotivo; y el cante de Antonio Campos, que elevó su voz extrema Manuel de Paula y Alfredo Tejada.
Ángel Atienza, Manuel Liñán, Ramón Martínez, Marco Vargas e Iván Vargas fueron los Cinco toreros temperamentales del Réquiem en una taberna andaluza cualquiera; y Rafaela Carrasco, Ramón Martínez y Manuel Liñán movieron el Abandolao.
Destacó, tras el enérgico juego de 3 Sillas y las Alegrías del fabuloso Liñán, un fabuloso ejemplo de la coreografía puramente masculina, el Romance del Amargo lorquiano con Juan Andrés Maya, que supo ponerle la fuerza y la hondura justas.
Lola Greco, acompañada al baile por Llori y Maya, ofreció el Adaggio Flamenco Amante y estos dos bailaores repitieron luego en el paso a dos del Dúo Amargo, Jinete Amargo, con la música de La consagración de la primavera de Stravinski.
El montaje fue creciendo en intensidad a medida que se desarrollaba y pasaban los minutos, especialmente cuando eran ellos los que estaban sobre el escenario. Si destacó el principio, el epílogo no se quedó atrás con el apasionado 1, 2, 3... Fa en el que bailaron todos poniendo todo lo que hay que poner, como quería Mario Maya.
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