Dibujo sin sonido, poética del otro

Una escena de la obra.
Una escena de la obra.
Mónica Francés

20 de mayo 2012 - 05:00

Dirección y coreografía: Germán Jáureguioland Joffé. Intérpretes-bailarines: Iván Montardit, Rosa María Herrador, Marie Klimesova. Iluminación: Ernesto Monza. Música: Piezas de J.S. Bach y Maurice Ravel. Dirección de la compañía: Omar Meza. Fecha: 18 y 19 de mayo de 2012.

Aunque sea capaz de sugerirlo aquí y allá, Tres silencios no es una aspiración al mutismo o a la quietud o a mostrar la belleza contenida en el mero dibujo o contorno sin sonido de los seres y las cosas. Tres silencios es tres seres en escena para crear un lienzo poético a partir de un leit motiv en dos tiempos: la espera y el encuentro.

Sugiere, pues, formas de estar en el mundo, aquellas en las que por ausencia o presencia siempre importa el otro. De ahí que por toda escenografía se baste con tres sillas y tres bombillas suspendidas en el aire -que, curiosamente, asoman durante el grueso de la pieza sin emitir un mínimo destello de luz-.

Las dos bailarinas y el bailarín de Da.Te Danza que interpretan la partitura que idea en colaboración con la compañía para ellos, Germán Jáuregui (bailarín y coreógrafo vasco, formado tanto en la danza como el teatro, y componente durante años de la compañía de Wim Vandekeybus, Última vez), tienen el acento narrativo e interpretativo claro: la sugerencia, el vuelo poético de imágenes y secuencias coreográficas que acometen con preciosismo y una misma intensidad interpretativa, desde la singularidad de cada cuerpo.

En determinadas series coreográficas de gran fuerza poética en las que se sugiere, se da también a leer una suerte de danzar o andar a ciegas junto a otro -tal vez como un modo de estar en compañía, tal vez como una condición para el amor-, se apunta algo también en relación a la espera que convoca finalmente a un desencuentro, o bien al deseo del otro que inconscientemente asumimos como propio. Es la fuerza poética, el vuelo de las coreografías en el lienzo de la escena, lo que permite la identificación con los intérpretes en ese amplio abanico de lecturas posibles. En este sentido, Tres silencios no para de hablar, de hablarnos, de interpelarnos acerca de nuestro modo de andar o estar en el mundo… pendientes de otro u otros. En buena medida, es elocuente que una pieza que sale al encuentro del otro, lleve por título Tres silencios. Tal vez, porque en cierta medida es tarea ardua -no exenta, en ocasiones, de angustia- la escena se pueble, como imagen poética final, de cientos de caracoles cargando cada uno de su concha. Una multitud silenciosa, un dibujo sin sonido de los seres parlantes, del uno entre otros tantos.

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