Un Dickens deformado por la tecnología

Jim Carrey, tras el proceso de 'motion capture', en el filme de Zemeckis.
Jim Carrey, tras el proceso de 'motion capture', en el filme de Zemeckis.
Carlos Colón

22 de noviembre 2009 - 05:00

Drama-animación-familiar, EEUU, 2009, 120 min. Dirección y guión: Robert Zemeckis. Música: Alan Silvestri. Intérpretes: Jim Carrey, Gary Oldman, Robin Wright Penn, Colin Firth, Cary Elwes, Bob Hoskins, Molly C. Quinn. Cines: Ábaco, Al-Ándalus Bormujos, Arcos, Cineápolis, Cineápolis Montequinto, Cinesa Plaza de Armas 3D, CineZona, Los Alcores, Metromar, Nervión Plaza.

Desde que en 1901 Walter R. Booth filmó Scrooge o el fantasma de Marley, la justamente famosa Canción de Navidad de Dickens ha sido llevada al cine en 1908 por Tom Ricketts, en 1910 por William Bechtel, en 1913 por Leedham Bantock, en 1914 por Harold M. Shaw, en 1922 por George Wynn, en 1923 por Edwin Greenwood, en 1928 por Hugo Croise, en 1935 por Henry Edwards, en 1938 por Edwin L. Marin, en 1947 por la española Leyenda de Navidad, dirigida por Manuel Tamayo e interpretada por Jesús Tordesillas y Lina Yegros, en 1951 por Brian Desmond Hurst, en 1953 por Filippo Walter Ratti (con el título Non è mai troppo tardi y con Paolo Stoppa y Marcello Mastroianni como intérpretes), en 1970 por Ronald Neame, en 1988 por Richard Donner (en la versión actualizada Los fantasmas atacan al jefe); además de las versiones animadas de 1983 con Mickey Mouse, de 1992 con Michael Caine y los teleñecos y de 2001 de Murakami. A lo que habría que sumar las adaptaciones televisivas que se iniciaron en 1944 con una de las primeras emisiones experimentales de dramáticos en los Estados Unidos, de entre las que en el ámbito anglosajón destacamos, ya que casi cada año se estrena una, las producciones y emisiones navideñas de 1947 (con el gran John Carradine como Scrooge), 1949 (con Vincent Price como narrador), 1951 (con sir Ralph Richardson como Scrooge), 1954 (suntuosa adaptación con Frederich March como Scrooge y Basil Rathbone como el fantasma de Marley), 1957 (dirigida e interpretada por James Stewart), 1964 (primer dramático televisivo emitido sin cortes publicitarios y debut de Joseph L. Mankiewicz en la televisión dirigiendo una adaptación libre escrita por Rod Serling y un reparto espectacular: Sterling Hayden, Ben Gazzara, Pat Hingle, Robert Shaw, Peter Sellers), 1979 (este año se emitieron tres versiones, una de ellas ambientada en la Gran Depresión de 1929 y otra country), 1984 (gran producción dirigida por Clive Donner e interpretada por George C. Scott), 1993 (versión en ballet), 1994 (grabación en la Pierpont Morgan Library de una lectura dramatizada por James Earl Jones y Martin Sheen) o 2000 (versión cantada y dramatizada con Andrea Boccelli y Charlotte Church, grabada en la Abadía de Westminster y presentada por el duque de Edimburgo).

Este asombroso récord se debe a que desde su publicación en 1843 -hace la friolera de 166 años- Canción de Navidad ha sido uno de los relatos favoritos de millones de lectores y una pieza clave en la creación (invención de la tradición, diría el historiador Eric Hobsbawm) de la moderna Navidad sentimental que desde Londres irradió a todo el mundo con Dickens como cronista primero y mayor. Un artículo periodístico suyo da noticia de la aparición en los hogares de Londres de los árboles de Navidad que el príncipe Alberto había importado desde su Alemania natal a la corte inglesa al casarse con la Reina Victoria, y que la corte puso de moda desde 1841 en Inglaterra y en todo el mundo. El amor de Dickens hacia la Navidad era tan sincero e intenso que sus relatos -además de Canción de Navidad escribió casi uno por año en las revistas que dirigió, entre los más famosos Las campanas o El grillo del hogar- contagian una emoción igualmente sincera e intensa.

Desgraciadamente el notable pero críticamente poco valorado director Robert Zemeckis, autor de las excelentes Regreso al futuro, ¿Quién engañó a Roger Rabbit? y Forrest Gump, no ha acertado en esta nueva versión motion capture (digitalización de actores reales). Lo hizo con la anterior Polar Express (2004), grandísimo cuento navideño realizado con esta técnica. Pero en esta ocasión, además de la excesiva servidumbre a los efectos tridimensionales, la textura de los actores es plasticosa, casi repelente, ni humana ni digital. Y el tono narrativo, seguramente forzado por el efectismo que el relieve exige, no es el acertado. Lástima. A ver si por lo menos sirve para que algún niño descubra el universo de Dickens.

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