Elvis Perkins, alto contenido emocional
El músico, considerado como el heredero de Bob Dylan, actúa en la Booga
Llamarse Elvis debe imprimir carácter rockero. Apellidarse Perkins debe aportar autenticidad a ese carácter, aunque en el caso de Elvis Perkins el apellido no tenga que ver con el gran Carl Perkins, sino con el malogrado actor Anthony Perkins, fallecido en 1992. Efectivamente, Elvis Perkins es hijo del protagonista de Psicosis y de la fotógrafa y actriz Berry Berenson, que el destino quiso que ocupara un asiento en uno de los dos aviones que desaparecieron al chocar contra las Torres Gemelas aquel fatídico día con el que los libros de historia contarán que dio comienzo el S. XXI.
Pero si bien eran estos sus padres biológicos, el neoyorquino es más bien considerado heredero del Bob Dylan más introspectivo por sus letanías en clave de folk y blues primigenio, canciones de vocación literaria, tono poético y alto contenido emocional, mezclando el clasicismo de la Americana con la modernidad del indie rock.
Con su primer disco, Ash Wednesday (XL Recordings, 2007), Miércoles de Ceniza, cauterizó sus heridas a base de canciones sobre la familia y la pérdida, meditaciones sombrías y atormentadas que pareció haber superado con la continuación, un disco más luminoso y escorado hacia el country que tituló como la banda que había formado.
Desde el mismo título, Elvis Perkins in Dearland (XL Recordings, 2009), E. P. en la Tierra Querida, el álbum transmitía un optimismo que no dejaba entrever en el anterior. La crítica especializada recibió el disco con entusiasmo y su repercusión traspasó la frontera de los Estados Unidos. El músico emprendió una gira por Europa que finalizó precisamente, con un concierto en la sala El Tren un triste lunes de septiembre para apenas un centenar de asistentes. Curiosamente, tras la experiencia rompió la relación con su compañía y su presencia en las revistas musicales se desvaneció.
Hasta que el pasado mes de febrero se publicó I Aubade (Mir Recrods, 2015), su esperado tercer disco, en el que retoma la senda emprendida con el primero. Canciones de crípticas letras y aire poético envueltas en un rudimentario folk minimalista, casi lo-fi. El norteamericano parece haber apostado por el control total de su obra, eludiendo en lo posible el contacto con la industria.
Él mismo ha grabado y producido el álbum en su casa, haciéndose cargo de casi todos los instrumentos y editándolo en su propia compañía. Casi seis años después vuelve a Granada. Los que tuvimos la suerte de verlo la primera podemos afirmar que merece la pena conocer a un artista que pone su alma y toda su verdad en sus canciones. Esta noche toca en BoogaClub.
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