'Enamorá' de la vida
Ahora que de los originales Chambao sólo queda La Mari, superviviente nata, resulta más evidente que nunca que aquel invento mercadotécnico llamado flamenco chill, no fue más que un hábil subterfugio inteligentemente aprovechado para colocarlos a la cabeza de un movimiento que mueve a las masas pero que estilísticamente no se diferencia del flamenquito al uso y el buen rollito inherente a una terminación tan bien recibida por el gran público como denostada, casi siempre con razón, por los más puristas del flamenco.
No deja de ser paradójico que la historia de uno de los grupos que mejor simboliza el 'buenrrollismo' haya venido marcada prácticamente desde su génesis por el drama, las relaciones tormentosas y el lado oscuro.
Como es sabido, fue el holandés Henrik Takkenberg, inquieto productor e incansable viajero -era hijo de diplomático-, quien impulsó la creación de Chambao cuando recaló en Málaga y se encontró en el barrio de Pedregalejo con El Edi, La Mari y Dani, a la postre miembros del proyecto.
Allí quedó prendado por la buena onda de las guitarras flamencas y el cante andaluz y fue entonces cuando decidió plantear la posibilidad de revestir las sensuales cadencias del flamenco con los ritmos electrónicos ralentizados propios del chill out.
Moviendo sus contactos londinenses fue el artífice de aquel artefacto llamado 'Flamenco chill'. Un recopilatorio en el que Chambao coló un buen número de temas y cuyo título haría carrera hasta el punto de ser considerado un novedoso estilo.
La mala fortuna, o tal vez la mala baba, quiso que Takkenberg, auténtico cerebro del invento sin discusión alguna, tuviera que dejarlo antes de que el grupo editara su primer álbum, Endorfinas en la mente (2003), con el que el proyecto despegó de manera fulgurante. Tres años más tarde, a finales de 2006, y tras presenciar el ascenso de Chambao, se suicidaba arrojándose por la ventana de su casa de Madrid.
La noche del viernes en la Industrial Copera se pudo comprobar lo poco que queda en la propuesta de Chambao de aquel flamenco digitalizado en el que Henrik tanto creía. A su público, no obstante, no parecen importarle demasiado estas vicisitudes, ni el bajo perfil de los momentos flamencos ni los manoseados clichés de algunas de sus letras más facilonas, pues a quien adoran es a La Mari.
Y en realidad resulta conmovedor escuchar de su boca aquello de "enamorá de la vida, aunque a veces duela" porque pone toda el alma al cantarlo.
Durante más de dos horas fue desgranando una buena selección de temas del grupo, dejando los más celebrados para el final. Casi todos fueron coreados por una sala llena y encantada de poder contonearse. Antes, los cordobeses Aslándticos -que toman el nombre de una fábrica de cementos junto a la que solían ensayar en sus inicios musicales-, en formato de gran combo de 9 miembros y tres vocalistas, la caldearon con su mestizaje global y completaron un cartel en el que el buen rollo no dejó lugar a ningún tipo de fusión electrónica.
Por más que se empeñen las campañas promocionales.
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