Españolismo y heterogeneidad

Michael Tilson Thomas, la noche del sábado, a la batuta de la London Symphony Orchestra.
Juan José Ruiz Molinero

29 de junio 2009 - 05:00

Músicos: London Symphony Orchestra, Coro de la OCG y Orfeón de Granada. Director: Michael Tilson Thomas. Solista: Yuja Wang. Programa: 'Images', de Claude Debussy; 'Rhapsodie espagnole' y 'Concierto para piano en Sol mayor', de Maurice Ravel; 'Chôros num. 10, para orquesta y coro', de Héitor Villa-Lobos. Lugar: Palacio de Carlos V. Fecha: sábado, 27 de junio de 2009. Aforo: lleno.

Que un concierto con sólo tres autores -dos de ellos franceses, Debussy y Ravel, al que se añade Héitor Villa-Lobos- parezca tan heterogéneo como el primero de la London Symphony Orchestra, se debe, sobre todo, a la mezcolanza de estilos, en el sentido literal programático, al que no ayuda, precisamente, el galimatías del programa de mano.

No vamos a insistir en lo que tantas veces hemos repetido en cuanto a la calidad de este gran conjunto británico, una de las primeras orquestas mundiales, como lo reveló la noche del sábado de nuevo. No era necesaria la obstinación de Michael Tilson Thomas de destacar la participación de los diversos grupos orquestales. Son todos y cada uno tan magníficos, tan perfectos que hacen que, en efecto, los relieves de ciertos pasajes surjan retadores, pero lo que admira es la seguridad, la firmeza, la brillantez, la belleza sonora que surge de la orquesta en su plenitud. Esa cuerda que es capaz de sonar a guitarra hasta en los violonchelos, cuando es preciso, o que teje una madeja sensual y acariciadora, o ese viento poderoso, jamás estridente, sin desajuste ni desafinación coyuntural. Admirable por todos lados, sin necesidad de esforzarse ni de sobredimensionar tempos y elocuencias.

La más británica de las orquestas británicas ofreció un programa, como decía heterogéneo. No era difícil para sus reconocidas cualidades. Pero nos quedaremos, sobre todo, en las Images, de Debussy, que aunque Tilson Thomas alterara el orden, el público no debió mirar al programa de mano para no confundirse. Porque el tríptico debussyano, genial, pero transitorio, en su afán de renovarse permanentemente, tiene una unidad, aunque parezca lo contrario. Las Gigas, con su reminiscencia del folclore escocés, con su oboe de amor, instrumento poco utilizado desde el siglo XVIII, da paso a Iberia que, puesta en el lugar que sea en el programa, tiene por sí misma una personalidad propia que, sin embargo, no puede desencajarse del tríptico. Naturalmente admira esa sensibilidad por la esencia española, que no tiene nada que ver con las visiones tópicas de Bizet, Lalo... Sus tres estampas son de un altísimo valor, como lo fue el colorido y serenidad con la que las mostró la London Symphony, bajo la batuta firme y personal de Michael Tilson Thomas. Por las calles y los caminos combina ritmos ardientes con languideces melódicas, mientras Los perfumes de la noche tiene un tinte misterioso acariciador, para desembocar en el estallido de La mañana de un día de fiesta. Es su visión fantástica de un músico que no visitó España, pero que supo traducir esencias sin caer en tópicos, gracias a su magistral paleta orquestal. Quizá era mejor terminar el programa con Iberia, tan 'española', que con Rondas de primavera, con su viva mayo sacada de una canción toscana. En cualquier caso la corrección de la nota no debería llamar a confusión del público no iniciado que, también, concurre al Festival.

Y ya que hablamos de cambio de orden ¿por qué no se terminó la primera parte, enlazando con Iberia, la Rhapsodie espagnole, de Ravel, otro retablo genial de la visión española vista desde la música más innovadora francesa? El alargamiento de la primera parte hubiese estado más que justificado y, seguramente, la brillantez y la coherencia de estas visiones musicales hubiese ganado en unidad, que no es desdeñable en la música.

Porque, por supuesto, el Concierto para piano y orquesta en Sol mayor, de Ravel, es cosa bien distinta de la Rapsodia, natural en un compositor obsesionado por la renovación permanente. Dejamos españolismos -si se puede, porque, en principio estaba pensado como una Rapsodia vasca que de alguna manera permanece en la introducción festiva- para abismarnos en el piano luminoso y frenético del Concierto en Sol, en manos de la joven Yuga Wang, con que Ravel ilumina su concepción concertante, y que despliega igualmente, con mayor profundidad, en el concierto para la mano izquierda del mismo año 1931. Wang es un prodigio de técnica y digitación, pero también de maquinismo desenfrenado. Admira, pero no completa el mensaje sensibilizador. Pero igualmente la deslumbrante orquestación exige profesores de muy alta categoría, como los de la orquesta londinense. En cualquier caso, por su valor, merecía el protagonismo de abrir la segunda parte del concierto y evitar los siempres molestos traslados del instrumento.

Y, como final, dentro de la heterogeneidad de la velada, el Chôros num. 10, para orquesta y coro mixto, de Héitor Villalobos. Una página bella, exaltación del Brasil más auténtico musicalmente, donde los coros granadinos -los de la Orquesta Ciudad de Granada y el Orfeón de Granada- realizaron una muy estimable labor, pero siempre absorbidos por ese gigante que es la London Symphony, capaz, como lleva demostrado, de abordar todos los géneros y músicas con el máximo nivel. Incluyendo la de La Guerra de las Galaxias. Esperaremos con interés el segundo concierto de este magistral conjunto.

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