Fallece Fernández-Montesinos, el último guardián de la memoria de los Lorca

El sobrino de Federico García Lorca tenía cuatro años cuando fusilaron a su tío y a su padre Defendió la obra lorquiana impulsando el nacimiento de la Fundación

6. Con su tío Federico.
6. Con su tío Federico.
G. Cappa Granada

20 de enero 2013 - 05:00

Manuel Fernández-Montesinos falleció ayer en Madrid después de una vida marcada por las sombras que dejaron su tío -el poeta Federico García Lorca- y su padre -alcalde de Granada en 1936-, fusilados en los primeros días de la Guerra Civil. Pese al tiempo transcurrido, más de medio siglo, ha muerto sin haberse reconciliado con su ciudad. "No creo que fuera por ahí la fuente de sus satisfacciones", explicó ayer a este periódico Laura García-Lorca, sobrina del poeta y prima de Fernández-Montesinos.

Visiblemente emocionada, mostró su tristeza por "todos los sinsabores que tuvo a lo largo de su vida". En cambio, recordó la energía de Fernández-Montesinos cuando se creó a comienzos de los ochenta la Fundación Lorca, de la que primero fue secretario y, a la muerte de Isabel García Lorca, presidente hasta 2006. "Para él fue un trabajo emocionante ir recuperando todos los papeles y documentos de Federico".

Cuando murieron su padre y el autor de Romancero gitano él tenía apenas cuatro años y sus recuerdos de aquellos días eran muy vagos. Pero justo donde termina la película Muerte de un poeta comienza su memoria porque la vida continuó, marcada y herida.

En 1940, cuatro años después, cayó Madrid y su abuelo, el padre de Federico García Lorca, se acercó a su mujer y, con seriedad, sin mostrar ninguna emoción, le dijo: "Vámonos Vicenta". Días después, la familia embarcaba en el Marqués de Comillas rumbo a Nueva York. Regresó en 1951 tras once años al otro lado del océano a un país en el que Franco continuaba gobernando y la represión era casi tan agobiante como el hambre.

No obstante, el sobrino de Lorca estudió Derecho en la Universidad Central de Madrid y pronto comenzó a luchar por sus ideas pese a que sabía perfectamente qué podían acarrearle. En 1956 participó en diferentes revueltas estudiantiles y fue encarcelado por repartir propaganda ilegal. Después de cumplir condena consiguió una beca de en la Universidad de Frankfurt y ahí comenzó su segunda exilio. No llegó a terminar el doctorado porque, ante la oleada de inmigrantes españoles que acudían a Alemania, decidió hacerse sindicalista para defender sus derechos. Así fue como acabó en la UGT y empezó a tener contacto con dirigente socialistas como Felipe González.

Regresó a España en 1969 y de nuevo fue a dar con sus huesos en la cárcel por asociación ilícita. Los aires de libertad ya recorrían las calles como un vendaval hasta que, a la muerte de Franco, Fernández-Montesinos pudo, en junio de 1976, rendir un homenaje a su tío en Fuente Vaqueros con una lectura de poemas y una foto inmensa suya en la plaza del pueblo. Habían pasado 36 años desde que se fue a EEUU y 25 desde que regresó a España. Ya no era un niño en pantalón corto que no entendía nada pero que captaba el aire fatalista que se dispersaba a su alrededor.

Fernández Montesinos fue diputado del PSOE por Granada en las primeras Cortes democráticas, constituidas en el año 1977, aunque un año después dejó la política tras haberse codeado con los grandes del socialismo europeo. Con la democracia instalada ya en España entendió que era el momento de luchar por la memoria de Federico García Lorca. En 1982 se constituyó la Fundación Lorca bajo la presidencia de la hermana del poeta, Isabel, y con él como secretario. "Ha sido uno de los grandes valedores de la figura de Federico", resumió ayer Juan de Loxa al conocer la noticia del fallecimiento. De Loxa, director durante años de la Casa-Museo de Fuente Vaqueros, tuvo una estrecha relación de trabajo con la Fundación Lorca de la que Fernández-Montesinos fue secretario y, posteriormente, presidente hasta su jubilación en 2006. "Ha sido un gran gestor", continúa De Loxa para destacar a continuación el "gran valor" de su libro de memorias, Lo que en nosotros vive, publicado en 2008. En este punto coincide con Laura García-Lorca, quien añade que la escritura de este libro fue uno de los momentos "más felices" de su vida.

En sus memorias, el sobrino del poeta recordó sustanciosas anécdotas neoyorquinas como una visita de Juan Ramón Jiménez, calificada como "decepcionante". "Nada más aparecer por las puertas ser creó un clima de tirantez y lloros que yo entendí entonces. Sí ahora. Mis abuelos y Juan Ramón no se habían visto desde alguna visita esporádica en Madrid en los años treinta, ¡y lo que nos había pasado a todos desde entonces! Pero a mí, niño, por mucho que me hubiese gustado el borriquillo [Platero] no me gustó su autor. Casi me daba miedo. Todo de negro, la barba, aunque canosa, también negra. Adusto, serio, de mirada penetrante pero completamente exenta de bondad. Aquel tierno borriquillo ¿de dónde salió?".

Lo que en nosotros vive contiene además una de las imágenes más poderosas que se han escrito sobre el destierro: la de un niño cautivado por el béisbol, admirador del equipo de los Dodgers, que deja el bate para "mantener la tradición granadina montando una cruz de mayo, un altarcillo con f lores y hasta una efigie de Nuestra Señora de las Angustias". La Granada del incienso y la mirra en plena ciudad de los rascacielos.

Ponderado y reflexivo, volvió a ponerse involuntariamente bajo los focos con los trabajos para desenterrar los restos de Lorca y sus compañeros en Víznar. Desde el primer momento se mostró en contra de remover los cadáveres: "No es un oprobio que nuestro tío esté en una fosa común. Muchos escritores nos han dicho que la tumba está perfecta donde está, es un sitio especial", aseguró en una declaraciones de 2008. "Lo más triste de la muerte de Lorca es que no le dejaron hacer todo lo que su imaginación tenía previsto escribir, todas las obras que tenía en la cabeza".

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