Filípica contra Asterix y Obelix

En el cincuentenario de su nacimiento, todo son parabienes para estos dos simpáticos personajes (tan entrañables, por otros motivos), aunque puede hacerse una lectura en negativo de sus aventuras

Filípica contra Asterix y Obelix

08 de noviembre 2009 - 05:00

El 29 de octubre de 1959 salió a la venta el primer número de una revista llamada a convertirse en un referente en el ámbito de la historieta francesa: Pilote. En aquel número hizo asimismo su debut un personajillo bigotudo y cejijunto, Asterix, en una serie ideada por el guionista René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo, quienes ejercían además de editor y director artístico, respectivamente, en dicha publicación. Goscinny y Uderzo habían colaborado antes en varias ocasiones e, imaginamos, estaban lejos de sospechar que acababan de hallar la poción mágica del éxito y el pasadizo secreto hacia la posteridad. Las aventuras del personajillo atrajeron la atención de inmediato y cuando Pilote pasó a manos de Dargaud, al año siguiente, la editorial no tardó en preparar un primer álbum: Asterix el Galo (1961). La antorcha se había arrimado al rastro de pólvora que se perdía bajo la puerta del polvorín y si aquel primer volumen vendió 6.000 ejemplares, al alcanzar el cuarto, Asterix gladiador (1964), las ventas rondaban los 150.000. La popularidad de Asterix era tal que el primer satélite espacial lanzado por Francia, en 1965, fue bautizado con su nombre.

Repasando las páginas de Asterix el Galo, medio siglo después, uno se encuentra con varias sorpresas. Los rasgos del personaje principal son muy severos; su rostro se irá dulcificando en sucesivos episodios dándole el aspecto de un abuelito precoz o de un Papá Noel chiquitito y peleón. La obesidad de Obelix no es todavía preocupante; el pobre irá ganando peso, irremediablemente, llegando a competir en barriga con ese Papá Noel recién mencionado, convirtiéndose así en el complemento perfecto de su buen amigo Asterix. Juntos forman un único ente bondadoso. La trama presenta una situación que se mantendrá inalterable a lo largo de décadas: Asterix y Obelix viven en un poblado que, en el siglo I antes de Cristo, resiste el empuje de las legiones de Roma; el mismísimo Julio César, en plena campaña de las Galias, toma las riendas de esa ardua tarea: el sometimiento de un puñado de aldeanos invencibles.

¿Cuál es el secreto de su fuerza? Pues no se debe a una dieta rica en carnes magras -su menú principal es el jabalí, cazado a mamporro limpio-, sino a una pócima milagrosa que el druida Panoramix prepara con muérdago, cortado con primor y una hoz de oro ciertos días del mes, a la cual da sabores varios (sopa de pescado, tortilla de jamón) para solaz del paladar. ¿Y cuál es el secreto del tebeo? Pues reside en unos guiones chispeantes, en los que destacamos una ingeniosa utilización del estereotipo y el anacronismo, y un dibujo imaginativo, inagotable a la hora de crear tipos, con numerosos gags puramente visuales. Pero también llaman la atención otros aspectos menos gratos. Por ejemplo, esa arrogancia típicamente francesa que los lleva a rechazar la tradición latina (Roma, una fuerza opresora) en beneficio de otra autóctona (la céltica) para, al talar el tronco común sur-europeo, subrayar la singularidad de la genealogía gala. Hablamos de un nacionalismo de baja intensidad, pero constante, y un chauvinismo apenas maquillado con los afeites de la caricatura.

No consigo sustraerme a la comparación de este dúo sin mácula con otro tan ditirámbico como el formado por Mortadelo y Filemón. Con recursos similares, Francisco Ibáñez presentaba a dos tipejos imperfectos, bienintencionados pero desastrosos, que se están tirando continuamente los trastos a la cabeza. Goscinny y Uderzo pergeñaron, por contra, dos tipos cuasi-perfectos, bienintencionados y diestros, que siempre se salen con la suya. Basta comparar la viñeta que sirve de colofón/moraleja en sus respectivas historietas. Si Asterix y Obelix se reúnen con los suyos alrededor de una mesa bien surtida y celebran la feliz conclusión de la aventura, Mortadelo y Filemón terminan siempre escapando el uno del otro o escapando ambos de alguien más grande que quiere arrancarles la piel a tiras. A pesar del trazo caricaturesco, Asterix y Obelix son héroes. Mortadelo y Filemón, no. ¿Se imaginan el recochineo de haber bautizado un satélite con el nombre de cualquiera de ellos?

Hoy, puesto que me he quedado con las ganas de que les saliera algo mal a estos dos personajes (tan entrañables, por otros motivos), esto no será elogio, sino filípica. Como punto final, nada de banquetes, nada de jabalí asado, nada de fogata a la luz de la luna. Quiero que escapen de mí como nunca lo han hecho.

¡Cómo os coja!

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