103 años de lucidez

La dimensión universal de Ayala

  • A pesar de que no fue mucho el tiempo de su estancia en la India, en él debió quedar una profunda huella

  • Los avatares de su vida le llevaron a los lugares más distantes del planeta

El escritor granadino Francisco Ayala junto a Carolyn Richmond.

El escritor granadino Francisco Ayala junto a Carolyn Richmond. / Paco Campos / Efe

Conmemoramos en este 2019 el décimo aniversario de la muerte de Francisco Ayala un triste y frío 3 de noviembre, que siempre quedará con dolor en nuestra memoria. También el 25 aniversario de su investidura como Doctor Honoris Causa por las universidades de Sevilla y Granada en 1994, un año decisivo para la promoción de su obra. Un proceso iniciado en 1991, año del Premio Cervantes, con el congreso Francisco Ayala, teórico y crítico literario, dirigido por Antonio Sánchez Trigueros y Antonio Chicharro, que tendría un momento culminante en 1998 con la concesión del Premio Príncipe de Asturias de las Letras y su candidatura al Premio Nobel de Literatura que a punto estuvo de conseguir al quedar su nombre en las deliberaciones finales junto a los de Saramago, que lo consiguió y Vargas Llosa, que lo alcanzaría años más tarde. También 1998 fue, formalmente, el año de la constitución de la Fundación Francisco Ayala, impulsada en fraternal colaboración por Sánchez Trigueros y por quien escribe estas líneas.

Fueron muchos los encuentros celebrados en las universidades de Sevilla y Granada, que quedan recogidos en varios volúmenes publicados por Alfar: El Universo plural de Francisco Ayala, Ayala y las vanguardias, Ayala: el escritor en su siglo, El mundo y yo. Encuentro con Francisco Ayala y su obra, Francisco Ayala. El sentido y los sentidos. Uno de ellos lleva por título Francisco Ayala, escritor universal. Y no se trata del uso y abuso que ahora se hace de la expresión "andaluz universal" con la que Juan Ramón Jiménez quiso caracterizar su obra y que, en estricta justicia, cabe aplicar a muy pocos autores entre los que se encuentran Lorca y Ayala.

Ayala no es solo universal por su mente abierta, su carácter cosmopolita, su convicción de que todos los seres humanos, más allá del lugar en el que nacen, merecen el mismo respeto. También lo es porque los avatares de su vida le llevaron a los lugares más distantes del planeta.

Yo he tenido la inmensa fortuna de llevar la palabra viva de Francisco Ayala y el análisis de su obra creativa (poética, como le gustaba llamarla) y ensayística a casi todos esos lugares que constituyen el apasionante mapa de Las ciudades de Ayala: Granada, Madrid, Berlín, Praga, París, Buenos Aires, San Juan de Puerto Rico, Chicago, Nueva York… Y otras que quedaron incorporadas en el proceso de difusión de su obra, como Estocolmo, cuya biblioteca del Instituto Cervantes lleva el nombre de nuestro granadino universal.

Ayala, en la India

Pero Ayala también fue a la India. En medio del camino de su vida, allá por 1957, con 50 años experimentó una profunda crisis vital. Ayala decidió hacer un largo viaje solo hacia oriente, "en procura de alejamiento y olvido". En tal periplo que, sin excesivos detalles, relata en su hermoso libro de memorias Recuerdos y Olvidos, llegó hasta la India. En efecto, a finales de enero o principios de febrero de 1957, emprende desde París un viaje en el que visita Estambul, Beirut, Bagdad y Teherán, y recorre varios lugares de Pakistán y la India. En marzo, cuando se encuentra en Bombay, recibe una propuesta para enseñar de manera estable en Princeton University, donde ya había sido profesor invitado. Regresa a América desde Nueva Delhi. A pesar de que no fue mucho el tiempo de su estancia en la India, en Ayala debió quedar una profunda huella.

Creo haber sido el primer investigador en señalar con contundencia que el relato Glorioso triunfo del príncipe Arjuna, publicado por primera vez en Nueva Estafeta, es una verdadera síntesis de la cosmovisión ayaliana, de su forma de ver el mundo y de sus valores. Por ello quise que en 1997 se hiciera la primera edición exenta del relato en la hermosa colección Cuadernos de la Placeta de Huelva, que el propio Ayala presentó aquel año en la Feria del libro onubense.

"Estoy convencido -reflexiona Ayala hacia 1980 en el capítulo final de El exilio- de que en una composición mía reciente titulada Glorioso triunfo del príncipe Arjuna operan de modo secreto quizá alguna miniatura persa, algunas pinturas indias, y desde luego la atmósfera respirada por mí en aquellas tierras, todo lo que, sin mediación de la mente, entra por los sentidos. Pero el estímulo inmediato para escribir esa historia -añade-, lo que sirvió de acicate a mi imaginación, fue un libro sagrado [Baghavad Gita] que, hará no muchos años, cierto día, mientras aguardaba en el aeropuerto de Nueva York el avión que me traería a España, puso en mis manos una bella muchacha hindú, pidiéndome la contribución voluntaria o limosna equivalente al precio del regalo".

Traigo todo ello a colación por varios motivos: el fundamental, dado mi compromiso en mantener a Ayala vivo en su palabra, animar a que se lea este breve -pero intenso- relato, si queremos conocer el corazón mismo del pensamiento y la actitud de Ayala ante la vida. El más inmediato, mi propio recuerdo de los pasados días de septiembre de este año del décimo aniversario de su ausencia, en que llevé su palabra lo más lejos que hasta ahora he podido: a la India. En efecto, en el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Goa y en el Instituto Cervantes de Delhi pude recordar a nuestro autor con esta reflexión:

"El Glorioso triunfo del Príncipe Arjuna consiste en aceptar su destino; actuar con ecuanimidad; buscar un orden pacífico y justo... superar los engaños de los sentidos, la avidez de placeres, el miedo al dolor... Aceptar la muerte para vivir con dignidad y reconocer que sólo es invulnerable quien ya está muerto. Pero que, tal vez, en esa total extinción, en esa nada, se alcance la felicidad prometida del nirvana. Ayala es, por encima de toda consideración, un escritor ejemplar: un clásico, un modelo digno de imitación. La aceptación de sus circunstancias vitales, la sabia distancia que adopta ante una felicidad que sabe efímera y un dolor que proclama inevitable, la capacidad de indicarnos el camino desde nuestra situación histórica hacia la radical pregunta por el Ser (y hacerlo de manera tan hermosa), su conformidad ante la fatalidad de la muerte le han hecho inmortal. En ello consiste el glorioso triunfo de Francisco Ayala".

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