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Francisco Carreño, el artista que pinta sus vivencias personales

Nacido en Almería pero enamorado de Granada, Francisco Carreño (1974) llegó a la ciudad de la Alhambra en 1998, cuando comenzó a estudiar Bellas Artes en la Universidad. Desde ese momento, la ciudad ha ocupado un lugar importante en su corazón, tanto que actualmente es un vecino más de Albaicín.

Ese amor hacia Granada queda patente en su obra, especialmente en La Vega. En 2004 presentó su primera exposición centrada en la zona; ahora, once años después, vuelve a ser la protagonista de una nueva muestra, La vega y el charavinillo que abrirá mañana sus puertas en El cortijo del charavino. "La Vega es una zona muy de Granada, que la gente de aquí reconoce fácilmente", recuerda Carreño, quien asegura que es un tema que retoma en varias ocasiones, como ocurre también en la exposición Secaderos y alquerías (2014).

Granada es una de sus debilidades, pero no la única. El pintor adora viajar y, a lo largo de su vida profesional, ha retratado en sus lienzos lugares de todo el mundo, desde Nueva York hasta Suecia, pasando por Roma. Precisamente en el país escandinavo, en Gotemburgo, realizó una exposición en la que mezclaba espacios granadinos con suecos. Pese a todos esos viajes, Carreño siempre regresa: "LLega un momento que Granada te satura, te vas, pero la echas de menos y vuelves".

Estos viajes se explican teniendo en cuenta su forma de entender la pintura. Carreño es incapaz de realizar un cuadro de un lugar en el que no ha estado. Igual que Antonio Salas se infiltró en una organización neonazi para Diario de un skin (2003), Carreño necesita vivir las situaciones que pinta. Por eso se trasladó hasta Nueva York para poder realizar las obras de New York Cityscapes (2012), algo similar ocurre con Tra Celo e Terra (2013), surgido tras un viaje a la Toscana. Aunque quizá el caso más significativo sea Arte x Siria (2014), una exposición colectiva en la que el artista plasmó parte de su trabajo como dibujante durante una expedición arqueológica al país de Oriente Próximo en 2006. Fruto de esta experiencia es también Viaje a Siria (2007).

Pedro Cano, también pintor, fue el responsable del primer viaje de Carreño a Italia. A ambos les une una fuerte amistad, igual que ocurre con Javier Huecas, un escultor almeriense que le introdujo en el mundo del arte y que ahora se ha convertido en un compañero de pinturas. Carreño admite que "es importante estar rodeado de gente que esté en ese ámbito -la pintura- y te ayude, así todo resulta mucho más fácil".

Consecuencia de esta forma de entender el arte es también su intención de "contar historias" con sus cuadros. No le gusta dar discursos en las exposiciones, prefiere que sean los espectadores quienes capten el mensaje que quiere transmitir, observando el lienzo. Él trabaja "con ideas", las desarrolla y las expone al público. Esto le permite también mezclar las ideas entre sí para crear nuevas obras, como en la exposición de Suecia antes mencionada o, como ocurre con la nueva, retomar viejos temas y darles un nuevo enfoque.

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