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Gélida fascinación

En la primera obra maestra indiscutible que vemos en la competición oficial uno casi no mira los subtítulos por temor a perderse algo. Tal es la belleza, la fuerza y la fascinación que contienen sus imágenes. Que el debutante Shivajee Chandrabhushan sea montañero y fotógrafo y que su manera de captar el paisaje del Himalaya sea tan impactante hace temer que todo se quede en fuegos de artificio. Pero, por el contrario, nos sumerge en una historia conmovedora, sólidamente construida, que con osadía introduce lo onírico y lo espiritual en un entorno prosaico y huye de la narración lineal; es gran cine.

Primero te atrapan, naturalmente, esos blancos y negros muy contrastados y las sutiles variaciones que, siempre con intencionalidad dramática, van desplegando una infinita paleta de grises hasta que, si no en nuestra retina sí en nuestra mente, nos queda la sensación de haber visto más colores que en todo Bollywood. El blanco y negro, unos encuadres muy narrativos y la música occidental ahuyentan todo exotismo. Al cineasta le interesa que sintamos el escenario como territorio conocido y no lo miremos como turistas. Wenders, el Jarmush de Dead Man o el cine iraní no andan demasiado lejos. Lo espiritual aparece en cualquier esquina. Estamos tan cerca del cielo que este convive con los mortales.

Es Frozen una película sobre quedarse congelados, ser incapaces de adaptarse a las transformaciones. Karma, el protagonista, sufrirá el paso de la pobreza a la desesperanza cuando llegan los cambios a su mundo medieval, de mermelada hecha a mano. Cambio no es sólo la llegada del Ejército a las inmediaciones de su casa, para protegerle de un enemigo fantasmal; Karma no puede competir con la mecanización, no tiene nada que ofrecer a los usureros que le reclaman sus deudas, su medio se hace más hostil; el frío o las distancias se le vuelven insuperables en su acelerado declive. Pero es su hija, Sanya, el rompeolas de todas las contradicciones; el flirteo y las tentaciones de la ciudad llaman a la puerta de quien se comporta como la niña que ya no es. El hijo pequeño, el narrador hasta que incluso ese papel cambia, será nuestro guía en este mundo helado, guía físico y espiritual, pero también él está desorientado porque hasta el edén más remoto y pobre es un paraíso perdido.

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