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Cuando Granada pudo ser Avignon

  • Se cumplen 20 años desde la última edición del Festival Internacional de Teatro de Granada

  • Supuso el punto de partida para algunas de las figuras más importantes de la escena europea

El teatro es, ante todo, efímero. Un hecho circunstancial que, durante un breve espacio de tiempo, pone en relación algo que, de facto, es imposible que se vuelva a repetir tal y como ocurre en ese preciso momento. Algo así ocurrió con el Festival Internacional de Teatro de Granada, un evento que quizás sólo en el contexto en que nació hubiera tenido sentido y que parece imposible que pueda volverse a repetir.

Pero comencemos desde el principio. En el año 1982, Granada, como para entonces muchas otras localidades en España, se encontraba en una situación de explosión cultural. El clima de la nueva democracia, unida a la reciente llegada del Partido Socialista al gobierno de la ciudad, aventuraban una serie de cambios en lo que correspondía a las políticas culturales por parte del Ayuntamiento. Entre las muchas propuestas que surgieron de estos años, el Festival Internacional de Teatro de Granada, al igual que otros de idéntica condición a lo largo y ancho del país, entroncaba dentro de un plan estratégico con respecto a la política teatral por parte del PSOE. A grandes rasgos, si el anterior partido de gobierno, UCD, había recogido todo el teatro dramático que durante años fue sepultado por la dictadura, los socialistas habían recogido las nuevas formas de vanguardia, lo que garantizaba tres cuestiones fundamentales para su proyecto de país: modernización, europeización y rejuvenecimiento en todos los estratos de la sociedad.

El festival era el modelo estrella para aglutinar compañías nacionales e internacionales Parte del ambiente cultural granadino no quiso comprender lo que proponía el Festival

En el caso de lo teatral, el modelo estrella para llevar esto a cabo fue el del festival, una forma de aglutinar a todas las compañías tanto nacionales como internacionales que estaban participando de un momento de creación a nivel europeo como hacía tiempo que no se veía. Si bien es verdad que si miramos otros eventos que iniciaron su andadura en esos años, como lo fueron el Festival Internacional de Vitoria o la Muestra Internacional de Valladolid, se puede decir que Granada no fue el único en llevar a cabo este camino, aunque por cuestiones derivadas de la propia idiosincrasia de la ciudad y su posición política y geográfica, estuvo repleta de particularidades. Y es que Granada antes de que el festival comenzara su andadura en el año 83, ya era una ciudad de tradición teatral. De hecho, el Festival parte como una iniciativa eminentemente local, con el gabinete de teatro de la Universidad de Granada como vector principal. Entre los precursores, a destacar, tres nombres: el por entonces profesor de Teoría Literaria de la UGR, Antonio Sánchez Trigueros, como director del Festival, y el ahora director artístico de espacios escénicos en Andalucía, Manuel Llanes, junto con la también catedrática Margarita Caffarena como codirectores, atenidos principalmente a labores de gestión.

Pero cuando la propuesta llega a manos del nuevo Ayuntamiento, dirigido entonces por el alcalde de la ciudad, Antonio Jara y con Mariló García Cotarelo al frente de la concejalía de cultura, la propuesta se encuentra principalmente con dos problemas. Por un lado, la lógica preocupación por la aceptación que tendría en la ciudad, en un momento político, ilusionante por la savia nueva que empezaba a hacerse notar, pero también compleja, contando aún con menos de cinco años de democracia y con un público más bien conservador. Por otro lado, y esto sería fundamental, la ausencia de un presupuesto económico que pudiera cubrir la carencia de infraestructuras, prácticamente inexistentes, al mismo tiempo que se conseguía atraer a artistas internacionales que pudieran mantener un nivel de calidad óptimo como para que mereciera la pena.

La solución pasó por una fórmula salomónica, que si bien resultó todo un éxito, consiguiendo poner en el mapa a Granada en el mundo teatral, no carecía de riesgo. De un presupuesto de 20 millones de pesetas se dedicaría prácticamente la mitad a adaptar algunos de los lugares más emblemáticos de la ciudad cara a la actividad teatral, como pudo ser el caso del Palacio de Carlos V, la Plaza del Carmen, así como otros espacios que, aunque ya estaban concebidos como teatros, se ampliaron para poner en marcha espectáculos de más envergadura, como pasó en cada edición con el Isabel La Católica o el desaparecido Teatro Regio. Con lo que quedara del presupuesto se plantearía la programación, cuya objetivo estético, siguiendo con la lógica programática, sería ante todo la de crear un lugar de vanguardia, de "sorpresa", en esencia, experimental.

"Estaba claro que el festival no podía ser un festival de compañías clásicas y, teniendo claro que quería ser un festival internacional, sólo contratar a una compañía como la Shakespeare Company ya se comía prácticamente todo el dinero con el que contábamos" explica el que fuera director del evento, Antonio Sánchez Trigueros. Se decidió entonces acudir a los centros de investigación teatral existentes por toda Europa, buscando programar a jóvenes autores, casi todos desconocidos, pero que ya eran considerados como grandes promesas de la escena del momento. Esta decisión, fuera premeditada o no, traería unos resultados excelentes, coincidiendo con una de las generaciones de autores más importantes de la historia del teatro contemporáneo reciente. A destacar algunos de los espectáculos como Rosas danst rosas, una de las obras con más recorrido e importancia de la danza del último cuarto del siglo XX, o una de las creaciones propias del festival, Nana quiere bailar, creada por discípulos de Pina Bausch, un mito de la escena ahora y el centro de las miradas para entonces.

A pesar de todo, el Festival, que tuvo una notoriedad evidente fuera de la ciudad y que incluso llegó a a atraer espectadores de todos los lugares del país gracias a su programación, no siempre tuvo el beneplácito de la crítica local. En muchos sentidos, puede parecer que una parte del ambiente teatral granadino de la época no terminó de comprender o simplemente no quiso acercarse a lo que se estaba proponiendo. "Los que vivimos aquello y tuvimos que soportar a cierta crítica, no podemos más que sonreírnos cuando aquellos que nos decían que traíamos a cuatro locos, resulta que ahora son clásicos de la escena contemporánea europea. Los que decían que estábamos trayendo a lo efímero del teatro, al final son los que han dejado huella", remarca Trigueros.

Y es que sólo hay que recordar a un jovencísimo Jan Fabre, consagrado de nuevo hace pocos meses en Madrid con su espectáculo de 24 horas, Mount Olympus, estrenando con sólo 23 años uno de sus primeros trabajos, El Poder de las locuras, para entender que la andadura por el festival de algunos autores y autoras es fundamental para entender las carreras de algunos de los grandes nombres de la escena actual.

Porque Granada no fue importante sólo para Fabre. La propia Fura dels Baus, considerada ahora como el símbolo de la práctica escénica en los años de la transición democrática y que llegara a participar en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Barcelona en el 92, tuvo sus primeros pasos en su estética vanguardista, precisamente, en este festival. " Si La Fura del Baus no hubiera triunfado en Granada hubiera desaparecido. Otros como Els Comediants si que llegaron con más trayectoria, pero la mayoría de compañías que pasaban por aquí estaban buscando hacerse un hueco en la escena internacional, es más, muchos de ellos estaban empezando" explica la profesora e investigadora teatral de la UGR, María José Sánchez Montes, que en la actualidad prepara un estudio sobre el evento y su desarrollo hasta el año 1998. "El festival, con todo lo que supuso, dejó menos huella de la que debería, era un proyecto como para que se hubiera consolidado como permanente, porque al final, en la actualidad, lo que es la situación del teatro en Granada, hablando de una ciudad como ésta, es bastante inestable", prosigue la investigadora, que ya intentó copiar el exitoso modelo del festival en el Festival Internacional de Teatro Universitario de la UGR durante el tiempo que estuvo bajo su dirección.

Aunque si hay alguien que pueda considerarse fruto directo de aquellos años, esta no es otra que Sara Molina. La directora jienense comenzó su carrera, precisamente en la década de los 80, en Granada . Según ella misma reconoce, "el festival tuvo una influencia tremenda" en su forma de entender el teatro. La oportunidad de ver a muchos de los autores y autoras que vinieron en esos años, como se puede comprobar, era única. Pero una vez el festival llegaba a su final, el clímax alcanzado se disipaba. Si por una parte la sorpresa y la fiesta que se vivía en la ciudad, mediante la adaptación de los espacios para el festival constituía un acontecimiento, nunca se llegó sedimentar los frutos que este dejaba.

La creación de nuevas infraestructuras, la constitución de un tejido social en torno a lo teatral o la formación y el apoyo a autores granadinos, que habían ido creciendo artísticamente como espectadores del festival, brilló por su ausencia, han dado con la paradójica situación de que a una directora, reconocida a nivel nacional y con más de 30 años de trayectoria como es Molina, le sea más fácil programar en la capital del país que en su propia ciudad, en la que a pesar de todo, aún reside. "Parece que existe el prejuicio de que tienes que irte de aquí, porque aquí no suceden las cosas. Por eso, quizás, yo siempre he tenido, puede que como veleidad, la intención de hacer que sucedan" explica la directora. "Granada, si se pusiera algo de inteligencia en el asunto, podría ser Avignon" dice en referencia a uno de las ciudades más importantes en el mapa del teatro europeo. Algo que coincide con la opinión de Sánchez Montes: "No hace falta un festival ni mucho presupuesto para darle un vuelco a la situación, sólo voluntad política". Una voluntad política que faltó para mantener un evento único y del no se sabe mucho sobre su final. Sólo sabemos que "se perdió el interés por parte de algunas personas y el Festival entró en un callejón sin salida", relata Trigueros.

Lo que queda claro es que, mirando hacia atrás, si algo parece que puede ser Granada con respecto al teatro, no es otra cosa que una gran avenida, en la que a pesar de todo lo efímero que lo teatral pueda parecer, queda mucho por construir.

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