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Grande en fondo y forma

Luis Rosales ha sido uno de los grandes poetas españoles del siglo XX. Muy pocos lo pueden poner en duda -sólo aquellos resentidos y envidiosos que existen en el mundo de las artes y, como la Literatura es una de las más grandes, cuenta con personajillos de esa categoría que ejercen su malévola función-. Su esclarecedora producción lo constata y la trascendencia de su poesía lo avala y lo significa. Por eso, cualquier homenaje en torno a la vida y a la obra del escritor nacido en Granada es bienvenido y nunca está de más. En este 2010 que ahora se acaba, se cumple el centenario del nacimiento del autor de la Casa Encendida, con tal motivo se ha organizado Luis Rosales. El contenido del corazón, una muestra que viene a poner en valor - como hoy se dice - el universo Rosales; un universo que cubre gran parte de la historia creativa que se hizo en el siglo pasado en esa España dual, diferente, cainita y llena de contrastes. Por eso, la muestra que se presenta en el crucero bajo del Hospital Real nos aporta muchas y buenas sensaciones. No voy a entrar en el registro literario; sólo decir que nos encontramos con un importante testimonio documental de la vida y de la obra del poeta, correspondencia con los grandes protagonistas de la Literatura de Postguerra, manuscritos de su obra, fotografías y otros significativos documentos sobre la existencia de tan significativo artista. Para mí, no podía ser de otro modo, tiene mucha más importancia la muestra artística que acompaña la exposición. Una muestra que nos sitúa en los medios del arte más importante que se hace en España a lo largo del siglo XX. Un recorrido pictórico por una galería de artistas contemporáneos al escritor y que nos posicionan en unas coordenadas que se inician en las vanguardias y que ocupan un amplio sector de la creación artística de la pasada centuria. Una obra de Picasso, todavía con los signos transgresores del primer cubismo, nos sirve de inicio para encontrarnos piezas referenciales de Joan Miró; dos magníficos dibujos del Dalí surrealista, uno de ellos con todo los planteamientos estéticos de aquel método paranoico crítico que tanto poder estructural y plástico ejerció y que, la obrita, por sí sola, ya vale la pena la visita a la exposición; varias obras de Benjamín Palencia, tan vinculado al artista ; algunas soberbias de Pepe Caballero, el pintor onubense de tanta trascendencia; algunos Escassi; dos magníficos Zabaleta, el pintor de Quesada con su personalísima visión de la realidad inmediata; varios Sempere de magnífica ejecución; dos buenos dibujos de Antonio Rodríguez Valdivieso, uno de los grandes granadinos en la distancia; buena presencia de gente de El Paso, Viola, Torner y, como era lógico, el paisano Rivera; la esencia espacial de Gerardo Rueda; la fortaleza plástica de Francisco Farreras; el compromiso figurativo de Álvaro Delgado y José Luis García Ochoa; el testimonio pictórico de dos de nuestros más ilustres poetas: Federico y Alberti y, así, una serie de pintores coetáneos que llenan de grandeza pictórica una exposición, en fondo y forma, tan justa como necesaria. Hecho en falta, no obstante, alguna obra de Gerardo Rosales, el hermano abogado y artista que fue uno de los primeros pintores granadinos que se atrevió, en la ciudad, con lo abstracto. Por lo demás, una muestra para disfrutar y gozar con el arte en mayúsculas.

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