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Alejandro Gorafe, hacedor de bellos poemas plásticos

Alejandro Gorafe, hacedor de bellos poemas plásticos

Alejandro Gorafe, hacedor de bellos poemas plásticos / R. G. (Granada)

Con la escultura como tradicionalmente se la concibe perdida en unos laberintos de imposibles, con intenciones espurias que hacen difícil su positiva continuidad y con los poderosos planteamientos de las nuevas tecnologías, jugando en su contra, la expresión escultórica no pasa, ni mucho menos, por su mejor momento. Asistimos, con sumo desasosiego, a un paisaje escultórico bastante sombrío y con pocas manifestaciones de envergadura que hagan pronosticar perspectivas más diáfanas de las que, habitualmente, nos encontramos. Todo ha quedado reducido a esas fórmulas de carácter religioso, encargadas por instituciones eclesiales, para las múltiples hermandades y cofradías que últimamente proliferan y cuyos intereses pasan, inequívocamente, por mantener aquellos esquemas del pasado –Siglo de Oro de la imaginería procesional– con muy escasos registros que modifiquen tales intereses. Muy poco más se puede argumentar como manifestaciones de esa escasa escultura; quizás algunos mínimos espacios creativos donde verdaderos esforzados siguen manteniendo alto un pabellón que, desgraciadamente, no tiene nada que ver con aquella escultura que, en otros tiempos, era el centro neurálgico de las artes plásticas.

No obstante, existen grandes escultores que, contra viento y marea, desarrollan una labor impagable dejando que la gran escultura mantenga el estatus que nunca debió perder. En Granada, un nombre viene a la memoria: Alejandro Gorafe. Fue, en un primer momento, abanderado de un lenguaje escultórico nuevo, diferente, abierto y con cierto grado transgresor; era un artista total capaz de encontrar caminos que revolucionaran el propio concepto de la escultura. Un artista que, con muy poco, era capaz de establecer nuevos registros y generar una filosofía estética absolutamente distinta a la que era habitual en aquella expresión, quizás, demasiada condicionada por argumentos, en cierta manera, trasnochados y fuera de la órbita de ese arte moderno que exigía distintas posiciones plásticas, estéticas y, por supuesto, artísticas.

Conocí a un joven Alejandro Gorafe que era artista grande en la Galería Sandunga. Entonces un grupo de jóvenes comenzaban a dar vida a un espacio creativo que, en pocos años, se convertiría en referente artístico nacional. Entre ellos, Alejandro Gorafe ocupaba un sitio principal. Estaba en posesión de un lenguaje personalísimo, tenía unas ideas tremendamente claras que las hacía valer en obras donde lo menos se convertía en episodios de máximos. Su escultura era de mucho carácter; ofrecía una imagen nueva que se apartaba de los postulados tradicionales pero, no obstante, dejaba claro que se trataba de escultura escultura; nada de esquemas rebuscados que poco tenían que ver con el espíritu formal de la gran expresión tridimensional. Desde aquellas comparecencias con Emilio Almagro como impulsor de un arte granadino que se hacía inabarcable y dejaba al panorama artístico nacional la impronta de una Granada sin límites, la obra de Alejandro Gorafe fue ganando en intensidad creativa, se fue haciendo más básica pero con el estamento creativo perfectamente consolidado en una plástica que era motor conformador para cualquier buena situación, siempre con el objeto escultórico desentrañando bellas – y compactas – posiciones. A Alejandro Gorafe lo hemos visto desarrollando un credo artístico que conquistaba parcelas de poder conceptual desde unos mínimos materiales que él elevaba a la máxima categoría formal.

La obra de Alejandro Gorafe parte de la utilización de materiales encontrados; materiales que el artista busca para darles un nuevo valor plástico; son elementos extraartísticos a los que concede una mayor dimensión artística. Con ellos compone una realidad conceptual, mediatizando el elemento constituyente y haciéndole alcanzar una identidad superior

totalmente nueva. El artista granadino manipula el material para concederle una potestad distinta; siempre buscando que oferte un nuevo concepto que haga que lo real adopte una situación representativa superior, al margen de la que llevaba intrínseca el propio material. Así aparecen bellos objetos artísticos que son auténticas metáforas de lo real; poemas artísticos que suscriben desarrollos y desenlaces muy distintos a los de su propia conformación material. El artista abre las perspectivas significativas para que se cree un nuevo postulado visual que transporte a una realidad distinta. Realidad y ficción mezclan en la obra de Gorafe sus posiciones para crear una nueva dimensión donde lo poético juega un papel decisivo y marca las distancias con lo simplemente material.

En la exposición de la Corrala de Santiago, Alejandro Gorafe nos vuelve a introducir en ese mundo mágico donde tiene cabida un nuevo desarrollo artístico con un desenlace significativo, también, totalmente nuevo. Distintos aspectos de la sociedad sirven de base para ese bello planteamiento artístico, auténtico goce para los sentidos, que es cada una de las obras de Gorafe. Junto a ellas, el artista realiza una única pieza, absolutamente diferente que, en el fondo, no es más que un homenaje a seis artistas granadinos: Claudio Sánchez Muro, Juan Vida, José Manuel Darro, Valentín Albardíaz, Jesús Conde y Xaveiro. Con trozos de piezas realizadas por ellos, Gorafe las ha unido, creando una única obra poliédrica, una especie de particular cadáver exquisito, que circunscribe una realidad múltiple extraída de retazos compositivos de tales compañeros artistas.

Muchas han sido las comparecencias que este humilde crítico de arte ha cubierto en la trayectoria de Alejandro Gorafe. De todas ha extraído una clara consecuencia: se trata de un artista total, diferente y con una absoluta capacidad creativa. Su obra descubre a un creador nato, a un hacedor de claras intenciones formales a las que dota de una bella poética perfectamente razonada en continente y contenido.

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