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Haruki Murakami y su jardín de flores raras

Ser novelista de éxito no garantiza en absoluto ser un buen escritor de relatos. Como ser lector aplicado de novelas no significa tampoco estar preparado para disfrutar con un buen libro de cuentos. A los amantes de este género la experiencia nos dicta más bien lo contrario. Por eso, supongo que los lectores de Haruki Murakami -que son legión e incondicionales- se habrán enfrentado con ilusión, y con mucha precaución, a la lectura de Sauce ciego, mujer dormida (Tusquets, 2008), volumen en el que se recogen 24 relatos del escritor japonés escritos entre 1983 y 2005.

Coincide primavera meteorológica con su publicación. Si tenemos en cuenta que en el prólogo de esta obra Murakami (Kioto, 1949) confiesa que escribir relatos es "como plantar un jardín", frente a escribir novelas, "que es como plantar un bosque", podemos empezar a sospechar, con tal de echarle un poco de imaginación a la cosa, que él ha tenido algo que ver con los vientos huracanados, las lluvias intermitentes y el espléndido sol de estos últimos días.

No obstante, para entender del todo la naturaleza de Sauce ciego, mujer dormida hay que hacer referencia a otro importante elemento que tiene que ver con lo que significa para Murakami el acto mismo de la escritura: "Para mí escribir novelas es un reto, escribir relatos es un placer", dice nada más comenzar el prólogo de este libro. Con esta declaración de intenciones, Murakami se erige en novelista profesional para definirse como escritor de relatos vocacional.

Con la lectura de Sauce ciego, mujer dormida al lector le queda claro que para Murakami escribir relatos es sentirse libre como escritor en una literatura de lo pequeño en la que da rienda suelta a sus obsesiones y a sus pasiones para experimentar con ideas, que según él cuenta, no paran de rondarle la cabeza hasta quitarle el sueño.

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