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Harun Farocki, el cineasta desconfiado

Este semana fallecía inesperadamente a los 70 años el cineasta alemán Harun Farocki, uno de los nombres más importantes de esa vertiente ensayística y reflexiva del cine moderno que ha quedado ensombrecida por el aura de la autoría y las ficciones heterodoxas de sus casi compañeros de generación en el Nuevo Cine Alemán, los Fassbinder, Herzog, Schlöndorf y Wenders para los que sigue quedando el espacio reservado de los titulares o la nostalgia cinéfila.

Conviene situar a Farocki más cerca de Kluge, Straub, Godard o Marker, en el grupo de los grandes pedagogos de la imagen, en el frente radical de los cineastas políticos cuyo compromiso creativo ha buscado siempre poner en evidencia las prácticas deshumanizadoras del capitalismo desde una base ideológica que se materializa en la elocuencia de una forma cinematográfica pensante de naturaleza dialéctica y que se sirve del montaje, la palabra precisa, la reapropiación y la confrontación de dispositivos y materiales de diversa procedencia para reflexionar con una objetividad técnica, analítica y fría sobre los mecanismos que construyen la ideología del poder, la guerra, la economía o la deshumanización en el espectáculo y los medios a través del control del imaginario audiovisual.

Su primer trabajo importante, Fuego inextinguible (1969), es ya una buena muestra de todo el potencial de precisión, confrontación y alerta de su obra posterior, que se desarrolla y expande indistintamente en formatos cercanos al documental o al ensayo, en el ámbito del vídeo o en instalaciones y proyectos multimedia.

El carácter bastardo de su trabajo interroga las imágenes de las que se sirve, ya procedan éstas de los archivos secretos del ejército (Imágenes del mundo y epígrafe de la guerra, 1988; War at distance, 2003), de experimentos científicos, ilustraciones o fotografías extraídas de libros y revistas, de películas de ficción, material de archivo documental, la televisión, la publicidad, videojuegos o simuladores de vuelo, de las cámaras que supervisan los procesos de producción en las fábricas (Como se puede ver, 1986), de aquellas otras que vigilan a los consumidores de los supermercados o a los presos en las cárceles (Imágenes de prisión, 2000), o de las videocámaras caseras que registraron el estallido de la revolución popular que derrocó a Ceaucescu en Rumanía a finales de 1989 (Videograma de una revolución, 1992).

Editor de la revista de cine Filmkritik entre 1974 y 1984, Farocki se traslada a California en los años 90 para dedicarse a la docencia en la Universidad de Berkeley, lugar desde el que se introduce ya definitivamente en el mundo del arte contemporáneo, las galerías y las exposiciones, engrosando poco a poco una obra con más de cien referencias que ha podido verse en la Documenta de Kassel, el MOMA de Nueva York, la Tate Modern de Londres o el Hamburger Banhof de Berlín.

El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo le dedicó en 2010 un pequeño ciclo en el que pudieron verse algunas de sus películas, y la editorial argentina La Caja Negra puso en circulación el año pasado sus escritos cinematográficos en el volumen Desconfiar de las imágenes. Con su prematura muerte, el joven y más estimulante cine alemán, en el que había ejercido cierta influencia a través de autores como Christian Petzol, pierde a uno de sus referentes fundamentales.

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