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Howard Carter, un enigma tan grande como el de Tutankamon

  • El descubridor de la tumba más famosa del Valle de los Reyes falleció hace setenta años y su vida personal sigue siendo un enigma para los investigadores

En un cementerio del sur de Londres duerme el sueño eterno el arqueólogo Howard Carter, legendario descubridor de Tutankamon, quien sigue siendo, setenta años después de su muerte, un misterio tan indescifrable como el del célebre faraón.

Un 2 de marzo pero de 1939, Carter falleció a los 64 años de un cáncer linfático y cuatro días después recibió sepultura en el camposanto de Putney Vale, radicado en la periferia londinense. Un pequeño y apesadumbrado grupo de familiares y colaboradores acudió al cementerio el 6 de marzo para despedir a Carter, en una modesta y sombría ceremonia carente de honores oficiales. "No fue el tipo de concurrencia que normalmente asiste a las honras fúnebres de los grandes y famosos", relata T.G.H. James, biógrafo del arqueólogo inglés, en su exhaustiva obra Howard Carter: The Path to Tutankhamun (1992). No en vano, el difunto era, en palabras del obituario que le dedicó el diario The Times, el "gran Egiptólogo".

En las mentes de aquel reducido cortejo fúnebre debió aflorar una fecha clave para Carter, el 4 de noviembre de 1922, cuando dio con los escalones que conducían al sarcófago de Tutankamón, en el Valle de Los Reyes de Luxor.

El 26 de noviembre de ese año, el arqueólogo penetró con una vela en la cámara funeraria y, preguntado por su benefactor, Lord Carnarvon, si veía algo, respondió: "Sí, veo cosas maravillosas". Desde entonces, el mundo siente fascinación por el adolescente rey Tut, cuya muerte sigue siendo un misterio, y la leyenda sobre que lanzó una maldición a quienes profanaran su tumba, repleta de tesoros que iluminaron su viaje de ultratumba. Aunque Tutankamón es un cúmulo de incógnitas, como sugirió el propio Carter, no menos secretos encierra su descubridor. "Conocemos factores externos de su vida, pero no mucho sobre su personalidad y lo que pasaba por su cabeza. No hay diarios o cartas que permitan conocerle mejor", dice John Taylor, subcomisario del Departamento del Antiguo Egipto del Museo Británico. El descubridor de Tutankamon no contrajo matrimonio nunca y tampoco se le conocen contrastadas aventuras amorosas, de ahí que la opacidad de su corazón haya quedado para la Historia como un jeroglífico inescrutable digno del más introvertido faraón. De esa soledad hizo gala Carter en los últimos y tristes años de su vida, cuando se sentaba en el Winter Palace de Luxor a la espera de algún turista con el que entablar una conversación sobre sus hazañas arqueológicas.

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