Actual

Huellas inciertas y misteriosas

  • Ángel Olgoso presenta a las 20:00 horas en la librería Nueva Gala su nuevo libro, 'Ukigumo' (Nubes pasajeras)

En su introducción a El pájaro y la flor. Mil quinientos años de poesía clásica (Alianza), Carlos Rubio ofrece una interpretación plausible sobre el porqué de la fascinación que Japón ejerce en el espectador occidental: "Desde que el fenómeno del japonismo se instaló en Europa en la segunda mitad del siglo XIX, Japón se ha convertido en la figuración más exquisita y distante del Otro que hay en nosotros". Estoy de acuerdo. Lo poco que sabemos del cine japonés o de la literatura japonesa nos deslumbra porque propone equilibrios sutiles entre extremos irreconciliables, el tajo de la espada y la caricia de la seda, la revelación cegadora y el arcano indescifrable, el furor sin paliativos y la delicadeza que se abre, en abanico, a infinidad de matices. Al hablar de Japón nos asomamos a un mundo de tradiciones milenarias observadas con una devoción cuasi religiosa y a una sociedad de vértigo que vive varios años por delante del resto del planeta, instalada en el futuro que será. Y todo ello, en efecto, nos atrae con una fuerza imperiosa porque sabemos cuánto podemos aprender de nosotros mirando dentro del Otro, y nos repele en otros aspectos con similar contundencia, por idénticos motivos.

La poesía japonesa se cimienta en la sutil suma de dos aspectos antitéticos: la omnipresencia y la levedad. En Japón no intentan circunscribir la poesía al verso: "La poesía japonesa -escribe Carlos Rubio- invade armoniosamente, como el incienso un santuario, otras formas literarias y artísticas: la prosa, el teatro, la caligrafía, la pintura". Al mismo tiempo, que esté en todo no presupone abarcarlo todo. La forma poética más conocida, el haiku, destaca por su despojamiento: tres versos de cinco, siete y cinco sílabas, respectivamente. Nada más y, sin embargo, la sencillez es sólo aparente. En las páginas preliminares de Haikus clásicos (Blume), Tom Lowenstein explica que el haiku tradicional se divide además "en dos partes que contrastaban entre sí, de manera que un poema podía comenzar con una imagen tradicional, como la de un cerezo, la luna llena o el rocío, y después concentrarse en una imagen «menos elevada», e incluso discordante". El "instante haiku" debe ser evocador e intenso. Y se descarta la rima, no por difícil, advierte Carlos Rubio, sino por cómoda: "Tantos términos homófonos como hay en la lengua japonesa y terminados casi siempre en la misma vocal hacían enormemente fácil la rima".

En nuestras letras abundan los escritores tentados por este molde poético. El primer libro de haikus en lengua española es obra del mexicano José Juan Tablada y se remonta a 1919. Pedro Aullón de Haro, en El Jaiku en España (1984), cita los ejemplos de Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Federico García Lorca, entre muchos otros. Por mi parte señalaría los de Jorge Luis Borges, Octavio Paz o Mario Benedetti, al otro lado del Atlántico, y a este lado y en fechas recientes los de Luis Alberto de Cuenca o Felipe Benítez Reyes. Ángel Olgoso también cayó en la tentación y durante un tiempo, corría el año 1992, compuso haikus sin descanso: "eran el resultado lógico de mi gusto por las formas breves y por el acervo poético y cultural japonés -me explica el autor-. Recuerdo que me apliqué a ello de una manera absorbente, con fruición. A lo largo de varias semanas viví profundamente inmerso en la atmósfera serena, suave, exquisita y silenciosa del ukiyo, término que significa "mundo flotante", donde se busca la iluminación a través de la sencillez, donde el peso de los días parece aligerarse, donde -como dice Calvo Serraller- se exploran sensaciones sutiles y pasajeras dentro de ese insondable océano que es la vida cotidiana".

De aquella dedicación surgió Ukigumo (Nubes pasajeras), inédito hasta la presente, que hoy se nos presenta como una feliz encrucijada de culturas: gracias a la iniciativa de Paolo Remorini, traductor y editor, Nubes pasajeras ha sido publicada en edición hispanoitaliana. En Ukigumo abundan las sugerencias, las sutilezas, los hallazgos; los poemas devienen en la página -como dice uno de ellos- huellas inciertas y misteriosas, que emergen bajo la nieve en senderos olvidados.

Se trata, como exige el haiku, de contemplar el mundo con una mirada distinta y hablar de él en un susurro. Abunda el cielo abierto y la intemperie, la imagen breve y huidiza, y el empleo musical del idioma. Las piezas están impregnadas de fragancias delicadas y de ritmos sutiles. (Y es un auténtica delicia escuchar el reverbero del verso olgosiano en la exacta traducción de Remorini). Dije al principio que para el espectador occidental, Japón se alza como un horizonte magnífico y magnético; intentar alcanzarlo se revela una empresa tan ardua como insensata, pero no importa correr el riesgo si el empeño depara frutos deliciosos como éste.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios